“Diecisiete años antes de que los gurbos y los escarabajos asediaran Buenos Aires, la capital porteña fue un campo de batalla. Las gigantescas alimañas que poblaban el Marte imaginado por Pedro Gutiérrez habían sembrado la destrucción. Cabe preguntarse si la idea de los escarabajos que usó H. G. Oesterheld para su creación inmortal fue inspirada, consciente o inconscientemente, por la lectura o conocimiento de Hacia mundos extraños publicada por el semanario Cara sucia en los años 40”. Este interrogante planteado por Mariano Buscaglia, autor del impecable estudio y gracias a quien conocemos esta rara historieta, no encuentra razón únicamente en los caprichos del calendario: El Eternauta es de septiembre de 1957 y esta obra que comentamos empieza en julio de 1940 y termina de manera abrupta en abril de 1941.
Lo que subraya Buscaglia es el modo de lectura y producción no sólo correspondiente a una época (la ciencia ficción en franco avance) sino de la propia historieta que tiene muchas diferencias respecto a los modos de lecturas que proponen otras artes. Pero eso se verá líneas después. Primero hay que señalar que la aparición en libro debe ser considerada un acontecimiento porque hasta hoy Hacia mundos extraños había sido “conocida sólo por los coleccionistas más acérrimos y especializados”. La difusión de esa obra en 2021 de manera digital por la revista Fierro en su versión web, propició esta edición del sello Deux Books.
Hacia mundos extraños fue concebida por Pedro Gutiérrez, un porteño nacido en 1908. Se cuenta que desde muy chico descubrió el poder de la tinta sobre el papel. Según Siulnas, el memorioso, en una de sus tantos retratos sobre autores argentinos vinculados a la historieta, Gutiérrez fue obligado a trabajar en un comercio al terminar sus estudios, sin embargo el pequeño dibujante no tenía vocación de vendedor algo que le hicieron notar a la familia los profesores de física y matemática que habían sido caricaturizados por el joven. “Cuando estuvo en condiciones de quebrantar la voluntad paterna, comenzó como ayudante de Dante Quinterno”, agrega Siulnas. Estuvo dos meses junto al maestro, y luego se lanzó solo.
La obra de Gutiérrez tiene dos vertientes: por un lado la veta realista “con plumines recargados y muy plásticos, en la línea de Alex Raymond que, a todas luces, fue la principal fuente de inspiración gráfica del argentino” (anota Buscaglia), siendo Hacia mundos extraños su primera historieta seria; y por otro lado una mano más humorística (digno alumno de Quinterno) con predilección hacia los personajes atorrantes como lo fue Rafucho y los gauchescos Juan Pereyra (aparecido en Figuritas) o El gaucho Malambo (publicado en Don Fulgencio). La notoria diferencia entre ambos registros hace de Gutiérrez un artista por lo menos difícil de encasillar, cuestión que ha provocado que no pocos historiadores le atribuyan obras de calidad muy inferior.
“La trama de Hacia mundo extraños es casi un cliché de la ciencia ficción que se estilaba en los años ’30 y principios de los ’40, cuyas obras más populares aún estaban lejos de la cavilación filosófica o humanista. La ciencia ficción de entonces era más un vehículo para la aventura estrambótica que otra cosa”, avisa Buscaglia y la advertencia resuena a lo largo de las 68 medias páginas de riguroso blanco y negro, donde la acción es directa, sin preámbulos, ni explicaciones superfluas.
Todo empieza con una nave, “un extraño aparato de forma aerodinámica”, construida por el profesor Blake, su ayudante Glen Martin y el mecánico Morgan. Nada sabe el lector sobre ellos, solo se los ve trabajar denodadamente para viajar a Marte. Dos cuadros más tarde, cuando “el notable aparato se eleva hacia el éter con la rapidez de un meteoro”, los tripulantes descubren que llevan abordo a un chico escondido. El niño se llama Tom e inmediatamente recibe el cariño de los adultos viajantes. En la página siguiente ya están todo en tierra marciana y cuadros después son atacados por “insectos de un tamaño colosal”: abejas, moscas y hormigas. La acción no da respiro, el dibujo tiene momentos muy altos (el ataque con los Winchester a la mantis religiosa es excepcional): llegan cascarudos, coleópteros, hombres insectos, y hasta entran a un castillo medieval en plena revolución.
Gracias a un descubrimiento del profesor Blake pueden regresar a la tierra. Llevan consigo una muestra con huevos de los insectos gigantes. Ante la incredulidad de los científicos terrestres los huevos maduran y los bichos, ya crecidos, escapan por las ventanas de los laboratorios. Arranca entonces la primera invasión dibujada en Buenos Aires. En las páginas siguientes se ve a una ciudad atacada por langostas y cascarudos que derriban autos, peatones, colectivos y coches del tranvía. Algunas arañas gigantes, incluso, tejen telarañas en el Congreso de la Nación. Se desata el pánico y el terror en las calles porteñas.
Sobre ese giro narrativo, dice Buscaglia: “La variación sustancial reside en que la aventura deja de ser interplanetaria (descarta la fanfarria estelar a lo Raymond y vuelve al barrio) y traslada la amenaza marciana a un escenario familiar y reconocible para el lectorado del semanario: la populosa calle Florida de Buenos Aires”. Lo hecho por Gutiérrez tuvo efectos inmediatos. En 1943 aparece también en Figuritas (revista dirigida por Luis A. Reilly y que competía en temas didácticos con Billiken) una novela por entregas llamada Cinco hombres en marte, escrita por Fernando Hugo Casullo, donde los viajeros son cordobeses (Fue editada en libro recientemente por Ediciones Ignotas y comentada en Radar). Al igual que los científicos imaginados por Gutiérrez, estos cinco argentinos deciden viajar al planeta rojo luego de construir en las cercanías del Dique San Roque una nave espacial que causó alarma y admiración en el pueblo provincial.
Según Buscaglia, lo novedoso de Gutiérrez no termina sólo en el color local que le dio a su historia, sino que en otros detalles como es la aparición de descomunales cascarudos y langostas en modo invasión. Con ello se adelantó “casi diez años al período de oro hollywoodense de los insectos pantagruélicos, inoculados con esteroides radiactivos, del cine clase B de Jack Arnold y adláteres”.
Volviendo, entonces, al interrogante planteado por Buscaglia, sobre si Oesterheld se inspiró o no en esta historieta para escribir El Eternauta, habría que señalar que es propio de las historietas (sobre todo de las llamadas clásicas) no explicitar lo innecesario. Se supone que el lector de historieta no necesita guiños, no necesita citas ni referencias: porque lector y dibujo están sintonizados secretamente por una memoria universal, por un saber (o sospecha) popular que flota en aire, se intuye y se conversa tanto en bares, como en hospitales. Si Oesterheld leyó a Gutiérrez (muy probablemente lo haya hecho) no es la cuestión de fondo, porque lo importante es señalar cómo la historieta (Gutiérrez en el ’40 y Oesterheld a fines de los ’50) supo entender el desarrollo de la ciencia ficción que va desde “la aventura estrambótica” a la “aventura de profundidad humana”. Agrega en este sentido Buscaglia: “Hacia mundos extraños libaba de las historietas que el lector promedio leía en aquel entonces (basta pensar un poco en Buck Rogers y en sus amenazas siderales) y en la ciencia ficción más primitiva, todavía anclada en los desmanes folletinescos. Coletazos que los lectores argentinos leyeron en autores franceses tardíos como Gustave Le Rouge o Arnould Galopin, donde la figura del sabio y el joven discípulo era una constante, heredada, a su vez, de la novelística verneana”. Todo está en el aire, y, como siempre, es cuestión de saber respirar.
Hacia mundos extraños se consigue en comiquerías y en deuxstudio.com.ar