Tristísima noticia la del súbito fallecimiento de la senadora colombiana Piedad Córdoba. Una de las grandes mujeres de Nuestra América por su valentía para enfrentar al paramilitarismo y la derecha ultraconservadora de su país, y por su coherencia en la búsqueda de la paz y la felicidad de su pueblo.
Piedad fue un personaje fascinante por la claridad de sus ideas, por su sensatez, su acendrado humanitarismo, su inquebrantable vocación pacifista y revolucionaria, y su profunda vocación latinoamericanista. Conmovida por la interminable matanza que por décadas enlutaba su tierra, se volcó con todas sus fuerzas y la lucidez de su privilegiada inteligencia para lograr la pacificación de Colombia. Como lo reconociera años más tarde, en esa noble tarea empeñó todo su capital político y su reconocimiento social.
Su negritud, sus luchas por las mejores causas de la emancipación integral de los pueblos y su condición de mujer, potenciaron hasta el infinito el odio que le dirigió la oligarquía colombiana. Fue perseguida con una saña tan perversa como infrecuente, inclusive en la convulsionada historia latinoamericana. Pero jamás se doblegó ante esas maniobras, que iban desde amenazas a su vida hasta infames operaciones de lawfare que por largos años la privaron de su banca en el Senado de Colombia
Activamente compometida con la búsqueda de algunos gestos que expresaran por parte de la guerrilla una voluntad de diálogo, ayudó a la liberación unilateral de algunos rehenes que estaban en su poder. Y logró con su incansable militancia abrir paso a los diálogos de paz que tendrían lugar en La Habana entre el gobierno del por entonces presidente Juan M. Santos y la dirigencia de las FARC-EP, teniendo como países garantes a Noruega, Brasil, Chile, México, Venezuela y Cuba.
Este proceso fructificaría con la firma de los acuerdos entre las partes en 2016, sembrando expectativas de lograr una paz duradera para Colombia. Sin embargo, la presión del uribismo exigió que tales acuerdos tuviesen que ser sometidos a un plebiscito ciudadano en el que la población dijera si aceptaba o rechazaba el acuerdo laboriosamente plasmado tras largos años de negociación en Cuba. Insólito requisito, ese de preguntarle a la ciudadanía si está o no de acuerdo con poner fin al baño de sangre que conmovía a Colombia. Desgraciadamente, quienes se oponían al mismo, es decir, a la paz, obtuvieron unas décimas más del 50 por ciento de los votos y todo debió volverse a negociar. Esta derrota, producto del permanente bombardeo que descargaban sobre la población los grandes medios de “desinformación y confusión” de masas controlados desde siempre por la oligarquía, afectó profundamente a Piedad, pese a lo cual no bajó los brazos y siguió luchando hasta el fin de sus días por una paz duradera y con justicia para su país.
Su vocación nuestroamericana la llevó a manifestar su militante solidaridad con todas las buenas causas de la región. Fue amiga incondicional de la Revolución Cubana, de Fidel y de Chávez, de Evo, de Rafael Correa, de Lugo, de Lula, de Néstor y Cristina Kirchner, y de todos los líderes de los procesos emancipatorios en curso en Latinoamérica, donde su popularidad a escala continental era impresionante.
Fue amiga y admiradora de Diego Armando Maradona por la solidaridad que éste manifestó al acompañarla en su campaña por la paz en Colombia en 2016. La recuerdo en uno de sus viajes a la Argentina, cuando me tocó llevarla a una serie de reuniones en el centro de Buenos Aires. En una ocasión nos fuimos caminando por la avenida Corrientes y fue impresionante la cantidad de gente que la paraba a cada paso para sacarse una foto con ella, felicitarla, darle su aliento. Varios choferes de colectivos hicieron sonar sus bocinas y le hacían un ademán amistoso, y desde los automóviles se oían voces de apoyo. Recuerdo una: “¡no te mueras nunca, Piedad, nunca. Te necesitamos!” Era una escena que amigos comunes me decían que se repetía en Ciudad de México, Lima y La Paz, por donde fuera que Piedad paseara su imponente y bella figura, su elegancia, su amable sonrisa, su mirada a la vez dulce y acerada cuando se involucraba en un debate o recordaba las tropelías a que a diario la sometía el uribismo y sus secuaces en su amada Medellín.
Sábado de luto éste, de luto largo y profundo, porque te fuiste, negra querida, en un momento en que más que nunca necesitábamos de tu sabiduría y tu valentía. Quienes aún estamos en este mundo te prometemos que nunca serás para nosotros, y tampoco para las futuras generaciones, un ícono inofensivo sino una permanente y vital fuente de inspiración para luchar sin desmayos en la construcción de un mundo mejor, donde la humanidad no corra el peligro de su autoextinción como advertía Fidel en la Cumbre de Rio de 1992. ¡Hasta la victoria, siempre!, querida Piedad.