Corría el sábado 15 de enero de 1944; apenas faltaban 10 minutos para las 21 y en San Juan el sol estival se había escondido minutos antes. Algunas familias alistaban las mesas para la cena, otras vestían sus mejores ropas preparando una salida nocturna de fin de semana. Un casamiento se celebraba en la iglesia de Concepción.
Pero aquel sábado no sería uno más. A las 20.52 la tierra comenzó a temblar como nunca nadie había sentido. El sismo de 7.4 grados en la escala de Richter comenzó a desatarse y el daño fue devastador. Los muertos llegaron a 10.000, la destrucción de las viviendas fue total; las sirenas sonaban a uno y otro lado, la desolación invadía a las familias sanjuaninas que lo habían perdido todo.
La familia Montagna fue una de aquellas que sufrió el tremendo evento natural. Su hogar se encontraba apenas a cuatro cuadras de la plaza principal y el padre de la familia, Juan, se desempeñaba como tambero en un emprendimiento propio. Aquel día la familia estaba cenando, y solo un milagro hizo que sobrevivieran.
“La galería donde estábamos cenando no se vino arriba de nosotros solo porque Dios es grande, por eso nos salvamos, quedó todo apenas agarrado de uno de los pilares. Por lo demás, no nos quedó nada”. La que recuerda es Ana Montagna, sanjuanina de nacimiento, salteña por adopción, quien con sus 81 años relata con voz fuerte y clara sus vivencias y las que le contaron de aquel evento que los marcó para siempre. Desde su casa en la populosa barriada de Villa San Antonio, la historia de supervivencia y reconstrucción comienza a hilarse.
“Primero nos escapamos a Córdoba, porque después de un terremoto vienen enfermedades. Entonces nos fuimos a Córdoba a la casa de un familiar. Pero a los chicos de la familia comenzó a darles tos convulsa, entonces mi padre le dice a mi mamá, 'vámonos Lolita a Salta antes que le vaya a agarrar a la nena la tos convulsa’, y cuando nos estábamos viniendo para Salta en el tren, me agarró la tos convulsa... cuando me curé, me vino bronquitis y sarampión”.
Las afecciones que tuvo Ana, si bien la debilitaron, no fueron impedimento para los Montagna, que continuaron empujando en la construcción de una vida nueva lejos del horror y la pérdida, esta vez en tierras salteñas y nuevamente en la casa de familiares gracias a la infinita red de solidaridad. “Vivía el hermano de mi padre en Salta, tenía una casa de lotería cerca del centro en la calle Alvarado, ‘Pepino’ se llamaba. Y allí vivimos los primeros tiempos”.
Apenas cuatro años después de haber llegado, la familia Montagna y todo Salta, vivirá un momento de zozobra cuando el 25 de agosto de 1948, la tierra comience a temblar. “De aquel año me acuerdo bastante; de hecho, unos mendocinos que vivían cerca de nuestra casa, sabiendo por lo que habíamos pasado, vinieron corriendo a vernos, a estar con nosotros y ver qué necesitábamos”, comenta Ana todavía incrédula de que a los pocos años les haya tocado vivir nuevamente un evento de tales magnitudes.
“Mis padres se hicieron bien de abajo, había que remontar la vida. Yo estudié en la Escuela Normal, soy maestra normal nacional, profesora superior de piano, y también taquígrafa dactilógrafa, mientras que mis padres pusieron un negocio en la calle Leguizamón y Deán Funes, donde también vivíamos”.
Ana recuerda aquel almacén que montó su padre, quien se transformó de tambero en San Juan a comerciante de ramos generales en Salta en pocos años: “Almacén, frutería y verdulería, era completo el negocio”, comenta con orgullo y agrega: “se llamaba El Sanjuanino, sobrevivientes del terremoto de San Juan”, mostrando la evidente marca que en su vida los acompañó y acompaña.
Aquella vivienda, aún en pie sin pertenecer ya a los Montagna, fue la primera (o una de las primeras) con sistema antisísmico de todo Salta. “Esa casa la construyó así mi padre. Tenía unos enormes rodillos antisísmicos y se movía de acuerdo a como se daba el movimiento”, recalca Ana como marca identitaria de haber padecido varios eventos telúricos, y como orgullo constructivo de su padre Juan.
Los Montagna comenzaron a rehacer su vida gracias a la contención de su familia, y recuerdan con desazón que el Estado les había comprado su casa y terreno en San Juan, como a tantos otros, teniendo una deuda con cada una de aquellas familias damnificadas. “Recién en 1989 se pudo cobrar ese dinero, y por mala suerte, con la hiperinflación de Alfonsín, no nos sirvió para nada porque al otro mes, ya casi no valía el dinero”.
“Agradezco a Dios que estemos, que hayamos sobrevivido a semejante desastre porque otras familias no tuvieron la misma suerte, familias enteras han desaparecido bajo los escombros. Así que yo siempre agradezco infinitamente que junto a mis padres, haya seguido viva”.
Ana recuerda con nostalgia la oportunidad en la que logró volver a San Juan: “me acuerdo que vivíamos en la calle Santiago del Estero”, rememora con una sonrisa la vecina de Villa San Antonio añorando aquella tierra y agradeciendo a la provincia de Salta que abrió sus brazos para recibir y multiplicar a los Montagna, “hoy cuando nos reunimos somos como 60”.
Hace 14 años que Ana enviudó, y la vida una vez más la empujó a sobreponerse. Sin embargo en esta tarea no está sola, se siente orgullosa de que su casa sea bulliciosa y se encuentre repleta de hijos, nietos y sobrinos que van y vienen, acompañando a la abuela y llenando de vida el hogar, esa vida que el destino le regaló entre tanta tragedia y que ella supo sembrar y seguir regando día a día.