¿Cómo ir a trabajar a la oficina sin un traje que ponerse? ¿Dónde estudiarán los niños si su biblioteca-museo se derrumbó? Estas y otras muchas preguntas siguen atormentando a los mexicanos tras el terremoto. Un mes después del devastador sismo que sacudió a Ciudad de México, muchas personas que lo perdieron todo siguen batallando para reconstruir sus vidas. El terremoto de 7,1 grados del 19 de septiembre dejó 369 muertos, medio centenar de edificios derrumbados y unos 8000 con daños. Hasta el momento, el gobierno no dio cifras sobre el número total de personas que se quedaron sin hogar.
En pleno corazón del barrio Roma, una de las zonas más afectadas, un grupo de amigas convirtió una galería de arte en la “Boutique Con Causa”, repleta de trajes, vestidos y hasta accesorios en perfecto estado para las miles de personas que en el terremoto perdieron todo salvo su trabajo... pero sin un solo cambio de ropa posible.
Jesús Domínguez, de 31 años, intenta decidir entre un saco a cuadros que le queda un poco justo de mangas u otro azul al que tendría que cortarle el largo. Apenas puede hablar. “Es una situación muy incómoda, desesperante”, comenta este empleado de una librería médica, quien se declara irremediablemente “triste y decaído” desde que su departamento fue cerrado por orden de las autoridades ante el peligro de derrumbe.
“Boutique Con Causa” atiende un promedio de 20 damnificados por día, a los que “les da mucha pena venir, pero salen con una sonrisa”, comenta Jenny Tapia, una de las voluntarias del lugar.
La calle Amsterdam del vecino barrio Condesa fue una de las más fracturadas por el sismo, con el derrumbe de un edificio de 21 departamentos donde vivían numerosos intelectuales y artistas. Cerca de ahí, una casa colonial que desde hace años sirvió de albergue para poetas y periodistas perseguidos o exiliados se improvisó como refugio para más de 2000 libros rescatados de aquel edificio.
“Estuvieron mucho tiempo bajo la lluvia, entre las piedras, les salieron hongos, están muy dañados”, comenta Marlene Fautsch, de la secretaría de Cultura de Ciudad de México. “Lo que hacemos es diagnosticarlos, curarlos y queremos devolverlos a los dueños”, asegura.
Entre esas páginas quedaron archivados íntimos vestigios de las víctimas, muchas de ellas muertas o aún convalecientes en hospitales: cartas de amor, ensayos fotográficos, recetas de cocina, dibujos hechos por niños que retratan una familia feliz, y hasta pergaminos egipcios. “Es como una arqueología de todas las vidas que estaban ahí”, describe Fautsch.
En el cuarto en el que hace años se refugió el escritor británico-iraní Salman Rushdie, se apilan las columnas de libros heridos. A un costado, dos bibliotecónomos de la Universidad Nacional Autónoma de México, portando batas blancas, guantes y tapabocas, limpian escrupulosamente las “Obras completas” de Jorge Luis Borges o recetarios de cocina. Varios dueños de los libros quedaron “muy conmovidos” al saber que sus tesoros sobrevivieron a la hecatombe, dice Carlos Ramírez, uno de los bibliotecarios.
En los humildes barrios de Xochimilco, del sur de la capital, una zona catalogada por la Unesco como patrimonio de la humanidad por sus canales acuáticos bordeados de floreadas chinampas, Jaime Tirso Pérez sigue velando –noche y día– los escombros de su “Casa de Cultura Atlapulco”, a la que numerosos niños acudían para hacer tareas y cultivarse.
Con la ayuda de su esposa, este profesor jubilado de 72 años recogió en este recinto más de 3000 libros, figuras prehispánicas, fotografías históricas y numerosos documentos sobre esta zona. Pero el sismo derrumbó esta casa de más de 200 años y dejó sus reliquias expuestas a la lluvia, el polvo y los ladrones. “A ver qué se puede rescatar con ayuda del pueblo, pero no contamos con suficiente herramienta como para quitar el techo”, dice Pérez, conocido como “El Profe” en todo el barrio.
Desde el terrible terremoto del 19 de septiembre de 1985, que dejó cerca de 10.000 muertos, Alfredo Villegas vive en uno de los 260 alojamientos provisionales otorgados por el gobierno mexicano a quienes se quedaron sin nada. Miden seis por tres metros y están hechos con láminas. En uno de los pasillos laberínticos del campamento, Villegas, de 36 años, recuerda que llegó aquí a los cuatro, y desde entonces su vida se acopló “más no acostumbró” a las dificultades: “Hay enfermedades constantes (...) porque las láminas se enfrían mucho en el invierno” y en épocas de calor se convierten en “asaderos de humanos”. El gobierno “no nos permite contratar luz ni agua,” en este refugio donde hay familias de hasta cuatro generaciones, denuncia.
Cuando Ana Lilia Durán llegó de niña, pensaba que su vida en el campamento sería pronto solo una anécdota. Pero el tiempo pasó y el gobierno no la reubicó en una casa. “Nos han dejado en el olvido, ya pasaron 32 años. Espero que no les pase lo mismo a ellos”, comenta sobre los nuevos damnificados que dejó el sismo del 19 de septiembre pasado, muchos de los cuales viven en casas de campaña fuera de sus hogares.
El sismo de este año trajo a Durán una sensación conocida: “Se sintió terrible. Tuvimos que pararnos en los marcos de las casas porque nos podían caer los cables (de luz)”, describió.
El jueves, cientos de personas exigieron a las autoridades mexicanas transparencia en el uso de recursos destinados a los damnificados del sismo, durante un homenaje en honor a las víctimas con presencia de los rescatistas. “Demandamos transparencia en el uso de sus recursos y reiteramos nuestro rechazo a ser reubicados”, expusieron los habitantes del Multifamiliar Tlalpan, situado al sur de la ciudad, en donde el derrumbe de un edificio conocido como 1-C dejó nueve fallecidos, entre ellos cuatro niños. El desplome de esa estructura fue uno de los más dramáticos porque rescatistas mexicanos, japoneses, israelíes y estadounidenses buscaron durante días a posibles sobrevivientes. En ese lugar 18 personas fueron rescatadas con vida y el resto de los habitantes vive ahora en las canchas de básquetbol del conjunto habitacional.