En el discurso en el foro de Davos y tal como también lo viene haciendo en la Argentina antes y después del triunfo electoral, el presidente Javier Milei –siempre basado en su fanatismo libertario anarcocapitalista– volvió a repetir el rosario de verdades incomprobables convertidas solo por él en certezas tales como negar del cambio climático o hacer responsables de la crisis mundial a las mujeres que luchan por sus derechos igualitarios en todo el mundo. Es la misma racionalidad que utiliza para justificar, con el argumento de resolver con urgencia la crisis económica, la modificación de cuajo de los mecanismos democráticos establecidos para generar consensos, la administración de la justicia, la desaparición de la movilidad jubilatoria, el uso de toga por parte de los funcionarios judiciales o la habilitación de las sociedades anónimas deportivas. Para Milei –para sus escribas ocultos detrás de bambalinas– todo vale lo mismo y tiene la misma importancia. Esto porque el Presidente se piensa a sí mismo como un iluminado por “las fuerzas del cielo” que tiene un mandato supuestamente místico para cambiar de raíz la historia, la trayectoria, la cultura y la política de este país.
Eso es, al mismo tiempo, su fuerza y su debilidad.
Fuerza porque ingresó de manera disruptiva en el escenario de la política en crisis y con una dirigencia sin propuestas para resolver los problemas cotidianos de la ciudadanía. Allí calzó de manera precisa el discurso anticasta para hacer responsable a toda “la política” de los males (muchos de ellos evidentes e históricos) que venían aquejando la calidad de vida de gran parte de ciudadanas y ciudadanos. Esto fue suficiente para ganar la elección porque logró aglutinar hastío y bronca con antiperonismo. Fórmula ganadora.
Debilidad porque una vez instalado en el Gobierno queda rápidamente en claro que el dogmatismo ideológico es insuficiente, que no se puede borrar la historia de un plumazo, que la gestión necesita de la política y esta se nutre de la negociación. Y que el manejo del Estado –también el que Milei niega y al que detesta pero tiene que administrar– necesita de saberes técnicos y de personas experimentadas en la gestión, algo de lo que carece La Libertad Avanza y para lo que no estaba preparada. En este punto, el gobierno nacional quedó prisionero y a merced de “la casta”… aliada y amiga.
En problemas
Estamos en un problema. Porque veníamos con problemas y porque Milei no hizo sino profundizarlos.
Porque el Presidente piensa que sigue en campaña y considera que una de sus principales actividades es seguir posteando. También porque, como él mismo lo admite, hacerlo es una forma “de descansar y distensionarse”. Ya sabemos qué nos pasó con otro presidente que usaba la reposera con el mismo fin.
Porque entre bambalinas sí existen quienes –haciendo siniestro uso de la intransigencia ideológica del mandatario– le redactan y le hacen firmar propuestas como las contenidas en el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y en la “Ley Ómnibus” que favorecen exclusivamente a sectores privados que solo aspiran a seguir concentrando y multiplicando ganancias. No es arriesgado decir que ni Milei ni sus funcionarios (como quedó demostrado en el debate parlamentario) conocen en profundidad las reformas que están proponiendo y sus consecuencias. En realidad: nadie las conoce en totalidad… o bien, cada uno de los interesados que logró filtrar alguna medida conoce aquello que lo favorece. Poco importa el resto.
Milei apuesta estratégicamente a su propia victimización (“si no me votan las reformas, ustedes serán los responsables”) porque esa es la forma de consolidar al núcleo duro ideológico y de electores que lo sigue respaldando, mientras con la ayuda de la oposición dialoguista sigue construyendo el enemigo que se “opone al cambio y a la libertad”. Un enemigo amplio y global: todo aquel que contradice sus ideas. Y continúa cimentando el relato: declaró al 2024 como el “año de la defensa de la vida, la libertad y la propiedad”. ¡Qué tal!
Problema además porque la oposición –la light, la dialoguista y la que no lo es– también está desconcertada con el accionar presidencial, con sus formas, con su intransigencia y su autoritarismo. Y hasta aquellos que quieren ayudar al gobierno encuentran enormes dificultades para hacerlo. Es más. Si no fuera porque la política está tan inoculada de antiperonismo, las propuestas del oficialismo serían rechazadas de plano, sin concesiones.
Pero –dicen– “no hay que debilitar al Gobierno” porque “sería regalarle una victoria al peronismo” (al que suelen mencionar solo como “kirchnerismo” para hacer más flagrante la estigmatización).
A todo eso hay que sumar que el peronismo –en todas sus vertientes y alineamientos– todavía no logra reconstituirse, y la evidencia más importante de ello es que –seguramente con razón por el momento– se atrinchera en la resistencia, que es defensa de derechos, pero sigue careciendo de propuestas colectivas que apunten a superar la situación. Se podrá decir que hoy no existe correlación de fuerzas favorables para instalar una propuesta alternativa. Es una consideración atendible, pero no definitiva. Las ideas valen, se ponderan y se cotizan aun cuando se está en desventaja.
Mientras tanto…
Las protestas se multiplican a lo largo y ancho del país. Las de base y otras más orgánicas. Es difícil conocer su alcance y dimensión porque el sistema corporativo de medios les quita visibilidad para favorecer al gobierno nacional. La resistencia no es solo rechazo a los derechos atropellados, es también solidaridad para abrir más comedores en los barrios, para compartir lo poco que se tiene, para pensar alternativas de sobrevivencia en medio de la crisis, para regenerar antiguas alianzas y para crear nuevas y diversas coaliciones.
Esto también es política. Aunque no pase por las roscas entre diputados y senadores y no esté presente en las negociaciones (las que se hacen a la vista y las que transcurren en ámbitos reservados y poco transparentes) para encontrar un punto de acuerdo entre la oposición colaboracionista y la (real o táctica) intransigencia mileista.
Política también es la coincidencia en la calle de las centrales obreras, los movimientos sociales, las organizaciones de todo tipo y miles de personas que por su cuenta concurrirán a la manifestación convocada este miércoles 24 y coincidirán, todas y todos, en la concentración frente al Congreso.
No está allí la solución al problema. Pero es un paso importante, seguramente imprescindible, sin perder de vista que el Gobierno también utilizará el hecho (sin importar sus dimensiones y características) para profundizar en su victimización y en la construcción estigmatizante del enemigo que se opone “al cambio y a la libertad”.
Más allá de ello, el paro y la movilización son la manera coyuntural de ponerles un freno al abuso y a los atropellos libertarios facilitados por la complicidad de sus aliados antiperonistas. Y de hacerlo antes de que el daño sea mayor e irreparable. También porque puede estar ahí (¡ojalá!) el germen de suma de voluntades y fuerzas para construir una propuesta alternativa que comience a sacarnos del problema en que estamos. Necesitamos saber hacia dónde vamos para elegir hoy mismo el camino a transitar.