Con un café en la mano y una mirada afilada, Silvia Bentolila nos brinda un análisis poco insertado en las discusiones sobre salud mental. Especialista en Emergencias y Desastres, médica psiquiatra y psicoanalista, fundó la Red de Salud Mental en la provincia y trabajó en el Paroissien por más de cuarenta años ¿Cuál es la radiografía de la salud mental en Argentina? En un contexto donde la frase del verano pareciera ser “no hay plata”, cabe preguntarse ¿alguna vez escucharemos, “no hay síntomas”? ¿O el malestar en la cultura depende intrínsecamente de la coyuntura? Para Silvia, “estamos atravesando a nivel mundial una emergencia de salud mental. Se duplicaron los cuadros de ansiedad, de depresión, de estrés. Lo que lleva al aumento de los intentos de suicidio. En este contexto no solo no se incrementó la oferta de atención de salud sino que tampoco se adecuó al tipo de problema. No se trata de calzar a una persona en un modelo teórico o un tratamiento, y para eso necesitamos mucha más formación sobre lo que podríamos llamar ‘problemas y patologías actuales’. No es lo mismo la Viena de Freud que el Buenos aires del 2024”.
Los síntomas no tienen aguinaldo y en el verano continúan los padecimientos de salud mental. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en Argentina, una de cada tres personas presenta un problema de salud mental a partir de los veinte años. En un país donde la frase “hay más psicólogos que pacientes” se escucha a menudo, ¿cuál es el abordaje que falta para reducir las estadísticas? “Necesitamos que se construyan espacios de psicoeducación, que pareciera ser una mala palabra y sin embargo es fundamental. Así como te enseñan a lavarte los dientes después de comer, hay un montón de cosas que uno puede hacer para estar mejor. La gestión de las emociones se aprende, si no dependes de quien te crió. El contexto actual también modifica el estado de ánimo”, comenta la especialista.
La imagen de un consultorio o una receta psiquiátrica parecieran dominar el campo de la atención de la salud mental. Sin embargo, para Bentolila, estamos ignorando algo básico y fundamental: “El hambre es un estresor crónico y es un estresor doble: fisiológico y psíquico porque no saber si vas a poder comer mañana te genera un nivel de incertidumbre, que en términos modernos, ‘tenés el organismo encharcado en cortisol’ (la hormona que libera el estrés). El cerebro en ese estado produce atrofia de las dendritas de las neuronas y eso modifica el funcionamiento de la cabeza. Estabilizar e institucionalizar los comedores es de una precariedad absoluta pero reduce el estrés, y eso da cierto piso de menor incertidumbre con lo cual también reducimos el malestar”. No hay mal que por mal no venga, y en palabras de Bentolila: “obvio que la gente en situación de calle va a entrar en una situación de consumo porque no hay posibilidad de dormir en la calle con la sensación de amenaza constante sino estás borracho”. ¿Es un problema incurable o no se ha implementado una buena solución? Desde su formación en Emergencias y Desastres, Silvia propone cuatro principios básicos para actuar, partiendo por cuidados agudos, “alimentos, agua potable, que físicamente no sientas tanta disconformidad, eso también es cuidar la salud mental. Luego proteger, porque en situaciones irracionales nos ponemos constantemente en peligro. Tercero, comunicar; porque lo que más nos enloquece es no tener buena información cuando estamos atravesando una emergencia. Y por último conectar: en las emergencias quedas desconectado sea porque perdiste un celular en un choque o que la inundación te alejó de tus seres queridos. Esto aplica para la vida cotidiana: dar apoyo, ayudar a que la persona recupere un poco del control interno y cortar con la percepción de amenaza. Eso libera la hormona del estrés”. La propuesta de incorporar los principios de la atención en emergencias reside en el diagnóstico de la sociedad argentina: “Nos dicen que estamos en una situación de emergencia económica y vos podes armar un ejército de psicólogos y psiquiatras pero primero tenés que asegurar una comida y dar abrigo, porque esas son las cosas que se hacen en una situación de emergencia”.
Sin desprestigiar la gran tarea de los analistas, la solución para Bentolila es transversal, “las fuerzas de seguridad deberían estar todas entrenadas para abordar situaciones críticas, vos salís a la calle y ves que las personas están viviendo en estado de hiperalerta. Hay modos de aliviar el sufrimiento y que este momento se transite de otra manera. Todo bien con la ley de salud mental, pero la gente se está cagando de hambre y después quieren que estén bien emocionalmente”. Tal como lo plantea G. Lipovetzky en "Los tiempos hipermodernos”, estamos asistiendo a la era de las” hiper”: hipermercados, hiperconsumo, la búsqueda de la hipersatisfacción, y podríamos agregar a la lista la situación de hiperalerta. ¿Cuál es entonces la coyuntura de los síntomas? Según Bentolila “estamos absolutamente en hiperalerta, por eso estamos hiperreactivos. Los ruidos te sobresaltan, tenés mal control de los impulsos por la ira, dormís mal, te enojas fácil, empezás a buscar conductas evitativas. Somos una sociedad que está en un contexto irritado e irritante. El contexto es responsable también de lo que nos pasa, no es que solo nacimos de determinada manera”.
En las antípodas de la autoayuda, pareciera ser que no todo se trata de voluntad e individualismo. “No es lo mismo tener las necesidades básicas cubiertas, amor y vínculos, que estar desprotegido. En las emergencias uno trabaja con conceptos bien concretos; tenés elementos protectores y elementos que aumentan el riesgo. Si no se arman herramientas más comunitarias y masivas para este contexto, no basta con que todo el mundo tenga tratamiento. Porque eso también es neoliberal: el individuo hablando uno a uno de sus problemas, cuando estamos con problemas colectivos que se resuelven de manera colectiva, aunque sería medio revolucionario decirlo así”, reflexiona con una risa.
¿Las estructuras mentales tienen clase social? “Hay una diferencia entre necesidad y síntoma. Sino, patologizamos las necesidades… Son reacciones humanamente probables: no llegás a fin de mes y trabajas y te enoja. Es natural, el tema es cómo hacer para que eso no te enferme o cómo gestionas la emoción”, comenta la especialista.
Casi 16 millones de adolescentes entre 10 y 19 años viven con una enfermedad de salud mental en América Latina y el Caribe, según un análisis de UNICEF. Entre los padecimientos se encuentran: ansiedad y depresión, trastornos por déficit de atención, abuso de sustancias y trastorno del comportamiento. Y si bien las estadísticas son alarmantes, “no hay que banalizar las patologías, una cosa es estar ansioso y otra es tener un cuadro de ansiedad”, dice Silvia.
En el país del héroe colectivo, la solución resulta más cercana de lo que parece, “esto que estamos haciendo juntas también forma parte de la psicoeducación: conversar. Sabes la cantidad de cosas que podríamos estar haciendo para enfermar menos, para ayudar a los pibes. Por ejemplo, juntar pibes entre diecisiete y veintidós años y darle capacitación en primeros auxilios psicológicos para que aprendan a ayudarse entre ellos. Al estar en una cultura que te enseña que el otro es un enemigo, nos olvidamos que ayudar al otro hace muy bien”. Y agrega: “el problema de la violencia es que es más contagiosa que un virus, porque no necesitás contacto físico para contaminarte de ella. Con un mensaje que te llega en tu casa, por las redes sociales, sin salir de tu cama, ya te están inoculando violencia. Hay una estrategia en la comunicación violenta, porque al generar ira construís una sociedad totalmente polarizada. Si no pensás como yo, sos mi enemigo. Viene una persona enojada gritando, y ese es el que nos representa. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, concluye Silvia con la ironía de los tiempos que corren.