Convengamos que hay lecturas que son como un soplo de aire fresco. En el sentido de que vienen a terminar con una mismidad, una cierta hegemonía literaria en la cual hacen un tajo para que podamos leer más allá de un plano fijo y estancado.
Pensamos en propuestas contundentes como las novelas de Cabezón Cámara, por ejemplo, cuya prosa tendrá más de un punto de contacto con la de su tocaya Gabriela Escobar. La descripción minuciosa y en formato nouvelle de un punto de vista radical y propio, el lugar de (no) pertenencia, la primera persona fabulada y voladora al ras de la realidad. Todas estas marcas destacan en la primera novela de Gabriela Escobar: Si las cosas fuesen como son, publicada por la editora uruguaya Criatura.
"Después de años, vuelvo a compartir techo con La Tumbona. Así le decimos a mi madre. Tenía que mudarme por la separación con Julia y ellos tenían que mantenerse en el pegote, seguir viviendo juntos hasta que la muerte los separe: mi madre y mis hermanos", anunciará en las primeras páginas la protagonista marcando el tono distante y lacónico pero nunca exento de humor que propone Si las cosas... Al entrar en el mundo literario de Escobar asistimos a un sentimiento de odio sosegado y apatía tan activo como sorprendente, parece no haber límite para el deseo asocial de la narradora.
El relato, situado en una playa remota no escatima en muestras de este afán en su cronista: "Salgo del agua y ahí están, saludándome con gestos de vení. No me desvío y se me acerca uno. Un hombre que no soporta perder. Su panza empuja el aire y tiene forma de globo terráqueo. Se tragó el mundo. '¿No querés venir a tomar una?'. No respondo. Sé que no me cree que soy muda, así que lo miro, aflojo los labios y dejo que se me caiga la baba."
Las cosas como son
En toda la narración parece haber una puja entre la "normalidad" (las cosas 'como son') y la "anormalidad" (lo 'marginal', lo 'torcido'). En cómo cada uno de los lados en oposición puede ejercer un valor de mirada intercambiable sobre el otro lado, cayendo en una o otra etiqueta cada vez. En conversación con el periodista español José de Montfort respecto a este tema, la autora vuelve a la playa en su respuesta.
Cuenta acerca de cierto amigo suyo que suele recorrer una playa desierta de su país en caminatas de dos horas en las cuales encuentra y colecciona objetos que alguien tira o extravía y el mar devuelve: pedazos de plástico, aparatos electrónicos de otras épocas, etc. Y termina de responder: "Marginar o desaparecer algo o a alguien nunca es eliminarlo. Esa fluctuación, el vínculo entre la periferia y el centro, sea de un territorio, de la definición de salud, de un árbol genealógico, o de la idea de identidad propia, el movimiento de las cosas, como siguen estando sin estar, sus trayectos, sus huellas, el fantasma, a veces más sólido que su real, me obsesiona."
Algo que parece quedar claro en cada línea de su novela. Apenas una muestra de esa pátina de humor oscuro y seco con la que la autora cubre el relato de lo cotidiano se puede leer cuando ella se dedica a observar a su madre. "Entonces La Tumbona tuvo el accidente más raro del mundo: se pisó a sí misma con su auto. Para sacarlo del garaje, que está en bajada, sacó el freno de mano y salió para conducirlo desde afuera, porque no veía -el garaje es angosto y hay que plegar los espejos retrovisores-. Le dio un giro al volante y el auto se le vino encima, de costado, apretándola contra una pared. Se lastimó una pierna, se fisuró dos costillas y se mordió la lengua, haciéndose un corte profundo. Gracias a ese corte no habló durante un mes y al mes siguiente las palabras le salieron redondas, como si fuese boba."
Leyendo esta excepcional primer nouvelle todxs nos sentimos un poco Escobar. Podemos sentir esa cosa vetusta que nos llega cuando ponemos la mirada en lo familiar canónico y no sabemos qué hacer. Bueno, la autora que nos ocupa hizo un gran escrito inaugural de un mundo literario propio y auténtico. Corran a leerlo.
Si las cosas fuesen como son, de Gabriela Escobar (Criatura Editora) 86 páginas.