A través del DNU, que está vigente con excepción del capítulo laboral, y de la ley “ómnibus” enviada al Congreso, el Gobierno impulsa una marcada desregulación y apertura de la economía. Más allá de algunas contradicciones a la promesa electoral, como la suba de retenciones, la restauración del impuesto a las Ganancias y la eliminación de la devolución del IVA, la normativa enviada al Congreso representa, y con creces, el vademécum neoliberal que el presidente había prometido.
El proyecto libertario es un fiel referente del recetario neoliberal que, con distintos grados de profundidad, el país ha experimentado en las tres experiencias anteriores (Dictadura, Menem-De la Rúa y Macri) y que en los noventa se conoció con el nombre de “Consenso de Washington”.
Privatizaciones, desregulaciones, tipo de cambio y tasas flexibles sin intervención del gobierno, apertura económica, “libre” flujo de capitales y “flexibilización laboral”, nada nuevo bajo la “novedad libertaria” que de novedad tiene solo el nombre y es una muestra del más rancio neoconservadurismo y neoliberalismo de la región.
Ahora bien, ¿qué se puede esperar de las políticas de desregulación de precios, como la eliminación de controles, leyes, subsidios, promociones y protecciones que promueve la normativa enviada al Congreso? ¿Qué dice la propia lógica neoclásica, que tanto abrazan los ahora libertarios/as sobre la formación de los precios en mercados como el argentino?
Oligopolios
Mire por donde se lo mire, la estructura predominante de los mercados mundiales es la oligopólica, es decir, un pequeño grupo de empresas tienen una participación de mercado tal que le permite tener una posición dominante.
Dicha posición no solo se manifiesta en una influencia decisiva en la formación de los precios de la economía sino principalmente en las condiciones y los modos en que la actividad económica se desarrolla, obstaculizando la entrada de nuevas empresas, manipulando la información que llega a las y los consumidores y condicionando las políticas públicas de los gobiernos.
La Argentina, lejos de ser la excepción, muestra en las más diversas actividades un alto grado de concentración económica. Según describe De Santis en su libro Introducción a la Economía Argentina, cuatro molinos tienen el 65 por ciento de participación de su mercado; seis petroleras, el 79 por ciento; seis laboratorios, el 41 por ciento; cinco empresas alimenticias, el 56 por ciento; cuatro agroquímicas, el 75 por ciento; dos siderurgias, el 82 por ciento, una minera, el 67 por ciento; tres aceiteras, el 56 por ciento; dos empresas de salud, el 51 por ciento; tres empresas lácteas, el 44 por ciento de ese mercado y otras tres firmas dominan el 53 por ciento en el rubro de limpieza.
Otro tanto sucede con los procesos de comercialización, dominados por los hiper y supermercados, servicios financieros y las telecomunicaciones.
No está de más recordar que las empresas oligopólicas ejercen su posición dominante no solo “hacia adelante”, es decir con las y los consumidores, sino que también pueden hacerlo “hacia atrás”, conformando oligopsonios que imponen condiciones a los pequeños productores.
No hace falta recurrir a textos heterodoxos de economía para saber que, fuera de toda influencia de los gobiernos (como pretenden las políticas desregulatorias del actual proyecto neoliberal), en los mercados oligopólicos el equilibrio se alcanza a precios más altos y en cantidad menores a los que se establecerían teóricamente en mercados competitivos. Es decir, desregular implica, como estamos viendo, aumentos de precios que benefician a quienes los cobran en desmedro de quienes los pagan.
Pero más allá del aumento de los precios, la ortodoxia invisibiliza las consecuencias que conllevan los nuevos “equilibrios” en términos de “cantidades”. No solo son aumentos de precios, sino que son menores cantidades, es decir, personas que no podrán participar más de esos mercados por no tener los ingresos suficientes.
Si estuviésemos hablando de los mercados de los cruceros de lujo o los autos de alta gama, esta observación no tendría importancia más allá de la nota de color. Pero las personas sobre las cuales los supuestos equilibrios neoclásicos prefieren no dar cuenta son otras. Ellas no pueden “salir y entrar” sin consecuencias de los mercados de alimentos, de vestimenta, de vivienda, de electricidad, de gas y de salud.
Mucho menos del mercado de trabajo, al que también se pretende desregular. Bastaría con preguntarle a los 15000 tareferos que cosechan las hojas de yerba mate de abril a octubre de cada año en pésimas condiciones si prefieren ejercer su “libertad” de no trabajar antes que ser explotados y quedarse a la espera de futuros equilibrios de los mercados que las y los beneficien. Como si la mayoría de los más de seis millones de jubilados que tiene la Argentina pudiesen dejar de comprar medicamentos dado que el nuevo precio de equilibrio no los considera como consumidores en un mercado que se hace más pequeño (en cantidades) pero con precios cada vez más altos.
Los derechos humanos no pueden leerse ni realizarse desde las modelizaciones matemáticas de mercados inexistentes que los ignoran y los niegan. Parafraseando a Keynes y Galeano, a decir verdad, cuanta más libertad se les otorgue a los mercados, más cárceles y cementerios hacen falta construir para quienes los padecen.
(*) Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU) [email protected]