En busca de una construcción de íntima felicidad Candela, la protagonista de la primera novela de Noemí Frenkel, explora en viaje sentimental (“amor pleno de erotismo y autopsia de ese amor”, dice Martín Kawamici en la contratapa) los detalles de la memoria emocionada que se excita con las precisiones.
Es una memoria que mantiene a sus anchas la invulnerabilidad de lo que parece nimio porque avanza y retrocede protegida por lo que recuerdan y recitan las palabras en gestualidad milimétrica. El pasado es el país extranjero que más nos toca visitar, ya lo sabemos, pero L. P. Hartley o Julie Christie y Alan Bates (según quién llegue primero) logran que no lo olvidemos mientras Noemí se une a la caravana, al escorial de arrumacos y al herbolario mensajero.
Candela es una empleada en una compañía de seguros en la provincia de Santa Fe, pero también es la mujer que escribe una columna sobre animales para un diario rosarino. La zoóloga con seudónimo merodeada por otros ¿qué se dice sobre las mujeres? ¿qué historia se inventa sobre ellas? ¿qué apodos se les ponen?, busca réplicas y saberes en lo que lee y reconstruye a la sombra de las casuarinas. ¿Es verdad que los cuervos pueden saber si son espiados por sus rivales como dice un artículo científico que acompaña su escritura y una caminata entre los naranjos?, ¿es verdad que no solo leen las conductas, sino que también pueden generalizar a partir de su propia experiencia y predecir lo que puede hacer su competidor?
La historia de Candela con designio interpelado recorre los detalles de la inquietud, el aura siniestra del plumaje cuervo, el alivio que no llega, el guarismo del recuerdo, la soledad acompañada y la pérdida. Candela escribe, traduce, vive y recuerda. Autobiografía animal de una mujer que en la cocina de una casa de campo le habla a un muerto, autobiografía animal de los estados inefables de una pareja de dos, de una pareja de tres. Orgasmos de dos, orgasmos de tres que no pueden esperar y suman al dolor que tampoco puede esperar, aunque forzados forzudos se acerquen, como en poema de Viel, a prestarle un salvavidas.
¿Quién es el cuervo? ¿Quién el pavo real en el zoológico de jaulas abiertas con olor a libros leídos por Candela, leídos por Noemí? En una entrevista (Canal Abierto, Inés Hayes), Noemí, actriz y escritora, confiesa -con el manuscrito de su segunda novela entre las manos- que cuando era una nena soñaba con ser rebelde como Simone de Beauvoir y que tomó prestado de Barba Azul, el arquetipo de “lo femenino iluso y crédulo, que en un momento dado se decide a transgredir la prohibición y usar la llave que devela lo monstruoso”, la oscuridad rimbaudiana y la belleza poética y tortuosa de Poe: “Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave/ efigie aquella,/ solo dijo esa palabra, cual si su alma/ fuera en ella.”
Cuerva, arrullo poético del insomnio: “Voy a entrar en nuestro cuarto. Voy a tener que empujar la puerta hinchada de humedad y de encierro. Si la sala me daba miedo imagínate nuestra cama”, del error en continuado y la melancolía con perfume de perros cuenta una historia de amor con la complejidad del trajín y del temor reverencial por las heridas. Un temporal de lejanías al que le cuesta irse.