Más allá del éxito de la multitudinaria movilización de este miércoles, lo notorio fue el estruendoso fracaso del protocolo que impulsa la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Como es obvio, la multitud no caminó por la vereda en la avenida de Mayo ni en Callao ni en Entre Ríos ni en Rivadavia: el tráfico estuvo interrumpido en casi todo el centro de la ciudad. Pero, tal vez, el fracaso más estruendoso fue la intentona de Bullrich de provocar a los manifestantes. Sin base legal alguna, los cordones de la Prefectura impidieron que la gente pase de Avellaneda a CABA. Es posible que la ministra haya especulado con que habría un enfrentamiento -como en la época de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán-, pero la columna negoció y negoció sin éxito, evitando la guerra. Escenas parecidas hubo en los aledaños a la Plaza Congreso, con empujones de policías a manifestantes. Todo indica que Bullrich quiso ganar protagonismo, posiblemente con la fantasía -parecida a la de Victoria Villaruel- de sustituir a Javier Milei a corto o mediano plazo. En paralelo, la Policía de la Ciudad desapareció de las calles y dejó todo en manos del operativo -ilegal- de Bullrich.
Sin jurisdicción
Las fuerzas de seguridad federales ocuparon todos los espacios sin tener jurisdicción. Después de la transferencia de la Policía Federal a CABA, la competencia de las fuerzas federales es únicamente de protección de los edificios que tienen que ver con la administración nacional. Esto significa, por ejemplo, la Casa Rosada, de la verja hacia adentro; el Congreso, de las vallas hacia adentro, lo mismo la Catedral y los ministerios. Fuera de las verjas o vallas defensivas en edificios nacionales, la jurisdicción es de la Ciudad de Buenos Aires, o sea de la Policía de la Ciudad. Por eso se hizo la transferencia de la fuerza azul. De manera que fue ilegal la instalación de las columnas de policías federales y gendarmes sobre Rivadavia, Hipólito Yrigoyen, Callao, Entre Ríos y en muchísimas arterias de CABA.
El punto más grotesco fue el del Puente Pueyrredón, donde directamente la orden fue impedir el paso: una violación al derecho de tránsito y al derecho de manifestarse.
Algunos de los dirigentes de las columnas ofrecieron pasar en fila india, pero no hubo caso. Se ve que el objetivo era la provocación, que hubiera un choque para luego demonizar a la movilización. No hubo heridos ni muertos gracias a la conducta medida de los manifestantes, no por la actitud de quienes le daban órdenes a los uniformados enviados por la ministra.
Policía de la Ciudad, afuera
A los policías de la Ciudad no se los vio por ninguna parte. Decían que iban a disponer de 1.400 efectivos, pero no aparecieron en el operativo. Todo se lo dejaron a Bullrich.
Este diario se comunicó con las autoridades porteñas que en todo momento contestaron lacónicas, refiriéndose a la ministra.
-No sé. Es cosa de ella.
La borrada del gobierno porteño tiene su lógica. La movilización era contra el gobierno nacional, el DNU y la Ley Ómnibus. Por lo tanto, no les venía demasiado bien mezclarse o, aún peor, pagar algún costo político por un incidente.
Fracaso y punto
Todas las amenazas y movidas de los días previos tuvieron el objetivo de debilitar la concentración en Plaza Congreso: se habló de requisas a los micros, de sacarle fotos a los manifestantes, de quitar planes a los que lleven chicos y, por supuesto, de llevar detenidos a los que cortaran calles. Todo este humo previo ya se disipó cuando Bullrich les mandó cartas documento a las centrales sindicales y movimientos sociales con multas millonarias: como es obvio, nadie pagó, y Seguridad tiene casi nulas chances de cobrar esas multas. Como publicó Irina Hauser en este diario, las causas sobre supuestos aprietes de gremios o movimientos sociales para ir a las marchas, están en cero. De supuestas decenas de miles de llamadas, se concretaron unas pocas denuncias y Bullrich no le entregó los audios de los denunciantes al fiscal Gerardo Pollicita, a cargo de la causa.
Lo cierto es que Plaza Congreso estuvo llena, la circulación se cortó y lo mismo se vio en todo el país, incluyendo Rosario, Córdoba, Comodoro Rivadavia, Bariloche y casi todas las ciudades. El diagnóstico fue unánime: pocas veces se vio tanta gente en cada una de las movilizaciones.
El gobierno y Bullrich trataron de minimizar lo ocurrido, incluyendo el ridículo número de 40.000 personas mencionado por la ministra. El parámetro lo dieron los medios internacionales: las imágenes fueron publicadas en todos los diarios de las principales capitales con sorpresa por la cantidad de personas movilizadas. El New York Times desliza una frase demoledora: “muchos argentinos tomaron las calles para mostrar que ya tienen suficiente (del gobierno de Milei)".
¿Serrunchando el piso?
Una mirada política sobre lo ocurrido abre interrogantes. Bullrich parece disputar el protagonismo del gobierno, incluso por encima de Milei. Al principio parecía una competencia con la vicepresidenta, Victoria Villaruel, quien avaló y retwiteó una nota del Finantial Times de Londres que decía que “la vicepresidenta está lista para cualquier cosa”, sugiriendo que podría reemplazar a Milei.
El presidente percibió algún tipo de complot y borró a Villaruel de los dos ministerios clave que se le habían prometido: Seguridad y Defensa. Se los dio a Bullrich, que también maneja a quien fuera su segundo en la fórmula presidencial, Luis Petri, ministro de Defensa.
Por lo tanto, la competencia con Villaruel parece ser cosa del pasado y Bullrich apunta a más y más protagonismo. Es que el contexto sorprende: a 45 días de haber llegado a la Casa Rosada, hay todo tipo de peleas dentro del Ejecutivo y parecería que cada uno hace su juego. Algunos amenazan, otros negocian, las internas son cotidianas al tiempo en que crecen los rumores de que quien toma las decisiones no es Milei, sino su hermana, Karina.