Es tan difícil hablar de María Seoane en pasado. No sólo por su huella en el presente sino porque ella siempre pensaba en futuro. Apasionada de nuestra historia, siempre tenía proyectos para adelante. Era una máquina de pensar. Tuve el honor de compartir su escritorio durante más de una década. Hicimos más de una docena de libros. Pero algo que la apasionaba era el futuro. Estaba orgullosa de haber pensado las web stories que salían en nuestro portal de Caras y Caretas. Sentía que su tiempo no había pasado y podía comprender nuevas formas de periodismo. En pandemia, hicimos un par de libros por zoom. Una experiencia impensada hasta un tiempo atrás. Siempre mirando para adelante. Hace un par de meses, entre quimio y quimio, me dijo: “La semana que viene arrancamos con el nuevo libro”. Obviamente era una forma de combatir esa enfermedad tremenda e injusta, que ella venía palpitando aun antes de tenerla en su cuerpo. María sentía que una forma de trascender a los años era su obra. Y por eso trabajaba incansablemente. Primero hicimos los “Especiales” para Caras y Caretas como el de La Noche de los Bastones Largos o el Cordobazo; luego fueron los libros para la Editorial Octubre como “Perón, ese hombre”, “Evita, esa mujer”, “Perón volvió”, “Prensa Latina” y “Astor Piazzolla. Momentos”. Nos habíamos conocido a finales de los años 90 en la redacción de la revista Noticias pero realmente comenzó esta relación de amistad cuando ingresé a la redacción de Caras y Caretas en la calle Florida por 2006. Cuando la conocí, ya era María Seoane y yo ya había leído “La noche de los lápices” y “Todo o nada”, uno de sus mejores libros, y era difícil no verla con admiración. Con el tiempo, y su generosidad, fuimos un equipo, y amigos.
En los últimos años, la vorágine del trabajo daba lugar a momentos de café y reflexión. Le gustaba contar historias personales sobre aquellos tumultuosos años 70, sobre el verdulero que le salvó la vida cuando fue a comprar una manzana y le advirtió que estaba yendo a una cita envenenada, sobre su exilio en México y su primera incursión en el periodismo, sobre el regreso al país y a la democracia, sobre cómo la historia de “La noche de los lápices” llegó a sus oídos un año antes de pensar en hacer ese gran libro. Sentía que la historia la había buscado a ella. Su otra pasión era el ejercicio del periodismo en estos tiempos de grietas y fake news. En declaraciones públicas repetía lo mismo: “Imagino la tensión permanente en la batalla por la veracidad, contra las fake news y la desinformación, contra la manipulación y las mentiras. Es el ser del periodismo, que no es más que un servicio social (...) En el futuro deberá discutirse también que la manipulación y la falta de veracidad constituye una seria violación a los derechos humanos y de los personas”. Era de la vieja escuela que soñaba con la búsqueda de la verdad y que en esa batalla se disputaba el futuro del periodismo. Podía cambiar el formato, pero la esencia era buscar la forma de contar de la manera más atractiva la búsqueda de la verdad. Su gran referente era Rodolfo Walsh. Y tanto como él creía en esa conjunción entre los trabajadores, los sindicatos y la comunicación. También estaba preocupada por el avance de la derecha en el mundo. En su último “Enfoques”, en Caras y Caretas, editorializó sobre el cambio climático pero supo darle el contexto político que la obsesionaba: “El auge de las derechas fascistas en el mundo es una barrera al avance del Acuerdo de París y otros, aunque limitados, sobre el efecto invernadero y explotación de cursos de agua y desertificación del mayor pulmón verde del planeta, el Amazonas. La llegada de Lula da Silva y la salida de Jair Bolsonaro de la presidencia de Brasil mejoraron el panorama de defensa del Amazonas, explotado por bandidos. Está claro que el anarcocapitalismo es la doctrina favorita de los motosierreros del siglo XXI. Algunos líderes políticos de derecha, como Donald Trump, Bolsonaro y el recién inventado por X de Elon Musk, y flamante presidente de la Argentina, Javier Milei, que asume en medio de una crisis social gravísima, se sitúan en el grupo de aquellos que niegan la agenda del cambio climático”. Pasé horas y días viéndola escribir. Iba y venía, volvía a escribir y tal vez al día siguiente volvía sobre sus pasos. Meditaba cada palabra. Cada historia. Porque sabía que ella tenía que contar una historia. Como editor, a veces me quejaba porque había que cambiarlo todo. “Fernandito, mal no me ha ido así. Vos dejame”, y nos reíamos. Era una maestra. Literalmente hablando. Transmitía su sabiduría en cada charla. Muchos la recuerdan generosa y es cierto. No sólo por dar una mano cuando la situación lo ameritaba. También para transmitir sus conocimientos. Cada corrección era una enseñanza. Cuando te sentía cercano y amigo se abría plenamente.
Ese mismo ímpetu lo tuvo en 2005 cuando arrancó la revista Caras y Caretas. El kirchnerismo transitaba sus primeros años y la revisión histórica era indispensable para entender lo que pasaba y lo que iba a pasar. María entendió que era el momento de lanzar “la revista de la Patria”, que debía indagar en las profundidades de nuestra historia para abordar las urgencias de nuestro presente. El sello, Caras y Caretas, era el indicado. María hizo mucho más que una revista: un centro cultural, que convocó a las figuras más relevantes de la cultura nacional y regional. También impulsó la creación de los Premios Democracia, que desde hace 15 años el Grupo Octubre entrega a personalidades destacadas de diversos ámbitos que con su trabajo diario aportan al afianzamiento y la defensa de los valores democráticos.
María ayer hubiera cumplido 76 años. Amaba hacer fiestas de cumpleaños. Eran famosas en el ámbito político y cultural. Pero, sobre todo, era una gran reunión de amigos. Y ella era feliz rodeada de amigos. Y de intelectuales. Es difícil escribir sobre María en pasado. Nos quedaron un par de proyectos truncos, unos cuanto cafés pendientes y miles de historias para aprender.