En 2016, la economía decreció un 2,3 por ciento por lo que el crecimiento a generarse en 2017 solo vendría a “empatar” lo perdido el año anterior. En definitiva, a fines de este año la economía argentina sería la misma que en diciembre de 2015. En otras palabras, dos años perdidos en términos de crecimiento económico.
El dato anterior podría ser visto como una foto, un mal pasaje de una película más auspiciosa. Lamentablemente, si vamos atrás en el tiempo, se verá que la economía argentina alterna sin pausa escenas trágicas con unos pocos y distanciados momentos de optimismo.
La base estadística sobre crecimiento del PIB que publica el Banco Mundial muestra que desde 1961 hasta 2015 la Argentina tuvo tres períodos “largos” de crecimiento interrumpidos por profundas crisis. Dichos ciclos, con sus diferencias políticas, económicas y de contexto mundial, fueron los siguientes: 1961–1975, 1991–1998 y 2003–2011.
El primero (1961–1975), que incluye los gobiernos de A. Frondizi y A. Illia, la dictadura de la “Revolución Argentina” y el tercer gobierno peronista, está caracterizado por la segunda etapa de industrialización por sustitución de importaciones y arroja un crecimiento promedio de 3,7 por ciento, con un pico de 11,0 por ciento en 1965 y una caída máxima de 5,3 por ciento en 1963. Así, de un total de quince años, la economía local se expandió en once y se retrajo en cuatro.
Sin embargo, a pesar de lo auspicioso del ciclo anterior, éste fue bruscamente interrumpido por el golpe de Estado de 1976, que, inaugurando una etapa de profunda transformación en la matriz productiva, el rol del Estado y la relación capital–trabajo, inició una larga y negativa etapa que se extiende hasta 1990. En esos catorce años, el PIB arrojó un insignificante crecimiento de 0,2 por ciento promedio, cerrando en la hiperinflación de 1989-1990 que retrajo el PIB en 12,0 por ciento. Así, a principios de los años ‘90, el PIB era el mismo que a fines de los ‘70, una larga década perdida en donde la parálisis económica, el crecimiento poblacional y la regresión en la distribución del ingreso hicieron que la economía solo fuera eficiente en crear pobreza y desigualdad.
El segundo ciclo largo de crecimiento (1991–1998) fue el período del Plan de Convertibilidad, años en los que el PIB se expandió en promedio un 5,4 por ciento, con un pico de 13,0 por ciento en 1991 y una caída máxima del 2,5 por ciento en 1995. Se sabe que esa bonanza se sostenía en el incesante endeudamiento externo, que solo podía conducir a un nuevo desenlace crítico. En 1999 se inició una fuerte recesión (1999–2002) cuya magnitud fue capaz de destruir en solo cuatro años el 20 por ciento de la riqueza nacional provocando el estallido social de diciembre de 2001. Así, al iniciarse la recuperación en 2003, la economía era similar a la de 1996, o sea seis años perdidos en la generación de riqueza.
El último ciclo largo de crecimiento abarca el gobierno de Néstor Kirchner y la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, nueve años en los que el PIB creció a un promedio del 6,4 por ciento, con un pico de 10,0 por ciento en 2010 y una sola caída del 6,0 en 2009 en el marco de la crisis financiera internacional. La segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner mostró un crecimiento más modesto y errático, con solo un 1,06 por ciento promedio. Según estos datos del Banco Mundial, la “pesada herencia” recibida por Cambiemos a fines de 2015 se trató de un largo ciclo con un crecimiento promedio de 4,6 por ciento, diez años de expansión y solo tres de retracción económica.
Lo anterior muestra que en los últimos sesenta años la economía argentina mostró signos de fuerte expansión cuando, a pesar de las múltiples diferencias de contexto, la matriz productiva se orientó hacia el mercado interno y la industrialización, siendo así que el período desarrollista y la etapa kirchnerista fueron, según los datos del Banco Mundial, los más extensos ciclos de expansión económica.
Sin embargo, la veloz desarticulación del modelo sustitutivo de importaciones que llevó adelante la dictadura cívico–militar muestra que dicho modelo no contaba con el consenso social y la articulación política necesarios para sostenerse en el tiempo. Por su parte, el recesivo año y medio de Cambiemos, con un sector pyme fuertemente afectado por la retracción del consumo, el tarifazo y la apertura importadora, muestra una vez más la incapacidad para consolidar en el tiempo un modelo de desarrollo industrial endógeno. Se trata, en definitiva, del viejo dilema de la ausencia de una burguesía con capacidad y voluntad de sostener un modelo basado en la innovación tecnológica en articulación con las instituciones de ciencia y tecnología local (INTI, Conicet, UTN, INVAP). La ausencia de tal actor, en una economía crecientemente dominada por empresas transnacionales sin vocación innovadora local, y un deficitario sector externo basado en la exportación de bienes de escaso valor y bajo contenido tecnológico, explican gran parte el frustrante desempeño de la economía argentina frente a otros países.
A modo de ejemplo, Corea del Sur salía en 1961 de una guerra cruel, pobre y con escasísimos recursos naturales. Hoy es una de las mayores potencias industriales del mundo y líder mundial en sectores de alta tecnología. Entre 1961 y 2015 la economía surcoreana creció a un promedio del 7,3 por ciento anual frente al 2,6 por ciento de Argentina.
En esas cinco décadas, Corea solo conoció dos años recesivos (1980 y 1998), mientras Argentina afrontó 19 años de retracción económica. Tomando 1975 como base 100, en 2015 el PIB argentino era de 241 mientras el de Corea llegaba a 1179. O sea, en 40 años el país asiático logró multiplicar por diez su riqueza; Argentina solo 1,5 veces.
Las últimas seis décadas muestran que el crecimiento sostenido y el desarrollo social han sido y siguen siendo fenómenos muy esquivos a nuestra economía, fórmula difícil de encontrar cuando el conflicto en torno al modelo que debe permitir dicho crecimiento no termina de saldarse conduciendo a radicales cambios en las políticas económicas aplicadas de un gobierno a otro. País agroexportador o país industrial, importador o productor de tecnología, socio subordinado de las potencias mundiales o aliado de vecinos regionales; dilemas constantes y soterrados conflictos que mantienen al país en un paralizante estado de subdesarrollo con un saldo persistente de pobreza y desigualdad social.
* Licenciado en Ciencias Políticas (UBA). Docente UTN.