Durante el último coloquio de IDEA, al igual que el año pasado en ese mismo reducto o cuando compartió un acto con el fallecido dirigente sindical pro patronal Gerónimo “Momo” Venegas, Mauricio Macri hizo referencia a “los compañeros sindicalistas” y les citó la frase de Perón que afirmaba que “la estrella polar de un país es la productividad”. Si bien el actual presidente afirmó llevarse bien con el Perón “de la última etapa”, la frase en cuestión fue formulada en 1954, en los preparativos del Congreso de la Productividad y Bienestar Social que en marzo del año siguiente desarrollaron conjuntamente los empresarios nacionales nucleados en la Confederación General Económica (CGE) y la CGT.

No solo la frase de Perón, sino otros conceptos vertidos en el encuentro de los grupos económicos locales y empresas transnacionalizadas que se dieron cita en IDEA, fueron planteados en el Congreso desarrollado seis décadas atrás, lo cual exhibe que la preocupación empresaria por mejorar sus índices de eficiencia y rentabilidad no se ligan directamente con la globalización y las nuevas tecnologías. Por caso, el CEO de Techint, Paolo Rocca, afirmó que “hay que erradicar las estructuras extorsivas, no podemos  tener la planta parada por diez personas alrededor de un fogón”, mientras que en aquel Congreso, el presidente de la CGE, José Ber Gelbard, señaló que “no es aceptable que, por ningún motivo, el delegado obrero toque un silbato en una fábrica y la paralice. Eso, en definitiva, redunda en perjuicio de los trabajadores”.

Pese a ello, no resulta sencillo encontrar sintonías entre Macri y Perón, o entre los empresarios que se dieron cita en IDEA y los de la CGE. Y es que al hacer referencia a la productividad, inmediatamente Perón advirtió que los prejuicios contra ese concepto podían “ser ciertos en un capitalismo individualista o en un Estado explotador, pero en un país donde hemos superado ya esa etapa, no se justifica”, pues agregaba, que los obreros, “no trabajan para un capital egoísta y explotador, sino para la comunidad de la que todos formamos parte, donde el producto del trabajo se reparte ecuánimemente y justicieramente”. 

Por su parte, según cuenta el investigador Rafael Bitrán, la CGE planteaba en el Congreso que la productividad no era “el método científico aplicado a la explotación del prójimo”, sino un concepto científico para mejorar las relaciones y humanas y la producción cuidando al trabajador, por lo que se conectaba con “la función social de la empresa”. Y que, por otra parte, bajo una política basada en la doctrina justicialista y la comunidad organizada, es decir centrada en una equitativa distribución de los ingresos, el objetivo de trabajar por la productividad se basaba en una búsqueda por aumentar los ingresos para todas las partes. De hecho, el mismo Gelbard afirmaba que no se trataba de volver “a épocas afortunadamente superadas de explotación desmedida del esfuerzo ajeno, con detrimento de la salud física y moral de los trabajadores”.

De la misma forma, la CGT respaldó la convocatoria al Congreso de la Productividad y Bienestar Social al manifestar que el contexto de vigilancia estatal y de los sindicatos impediría que se desprecie el Bienestar Social, un concepto que no por casualidad fue incorporado al nombre del Congreso. 

La idea que regía en los primeros años de la década del cincuenta, momento en que se efectuaba un ajuste heterodoxo derivado de una caída en los términos de intercambio y de un desequilibrado poder sindical, era una responsabilidad compartida entre empresarios y trabajadores por mejorar la productividad, bajo un gobierno que no laudaba a favor de uno solo de estos sectores. En este sentido, Perón afirmaba que “hemos desde el comienzo luchado por una mejor distribución de la riqueza. Este objetivo ha sido alcanzado. En otras palabras, se ha repartido lo posible. Para más, hay que producir más”, en referencia al logro del fifty-fifty (50 por ciento del PIB para los trabajadores), que contrasta con la actual política de transferencia de ingresos de los sectores populares al capital, pues según el CIFRA-CTA, la participación de los asalariados en el ingreso cayó del 37,4 al 34,3 por ciento entre 2015 y 2016, lo que equivale a una apropiación por parte del capital de aproximadamente 16.000 millones de dólares.