Una nueva forma de cyberacoso, generada en la red profunda, y viralizada en las superficies opacas y translucidas de las múltiples pantallas. Con la inestimable “ayuda” de la inteligencia artificial se generan fotos con tu cara y un cuerpo desnudo vaya a saber de quién en las poses más pornográficas. Cada vez mejor realizado no se distingue si es tu cuerpo o no pero como tiene tu cara es tu cuerpo. Se supone una gestald unitaria entre cuerpo y cara salvo cuando como avatars pudiéramos cambiar cuerpo, edad, género como distinto ropajes a nuestro antojo.

Esto lo siente Ellis ni sus amigas que la bombardean a mensajes mostrándole lo que ya se había viralizado por toda la secundaria de Texas, y por todo el planeta. Ya tendría llamados burlones recriminándole lo que había hecho, mostrarse de esa manera a sus 14 años, hasta había llegado a las autoridades del establecimiento. Rápidamente se aclaraba la situación pero no su vergüenza, se trataba de un nuevo tipo de acoso llamado irónicamente “deepfake”. Profundos engaños, imágenes falseadas en las profundidades de las redes, profundidades del sonrojo y la vergüenza de ese cuerpo femenino que, a pesar de no ser de ella, lleva el sello de su cara y por tanto es ella y una imagen falseada que nunca más logrará bajar del ciberespacio.

Desde el comienzo del siglo XXI, se ha cambiado la noción de lo real, si para la filosofía kantiana era la incognoscible, hoy se habla de tiempo real como si habláramos de cosas triviales, tiempo on line de ese cuerpo desnudo y provocativo, que se abre a sus profundidades, que lleva la cara de ella, esa parte del cuerpo que no sólo es sede de lo que nos hace únicos, irrepetibles y sobre todo reconocibles, en las múltiples pantallas garantizan lo real, que más y más gente lo vea, convertido su ser en un avatar en un tiempo donde lo anónimo crea ese tiempo que Ellis siente distópico.

Lo real dejo de ser antónimo de falso, lo real es cualquier amigo y amiga, cualquier persona en el planeta supondrá por un segundo o para siempre que ese cuerpo le pertenece a ella. Todo comenzó como un juego, aplicaciones que nos permitían cambiar de edad, cambiar de sexo, y hasta cambiar de género con un simple click, otras aplicaciones nos permiten tomar el cuerpo en escenas de peligros famosas de personajes famosos, tan fácil es volver un cuerpo una imagen falseada, y cualquiera se puede despertar una mañana con comentarios que le pregunten qué habrá hecho para hacer lo que hizo.

Cuerpos falsificados en caras expropiadas, manos anónimas con las inteligencias artificiales que no tienen pudor ni moral, cumplen órdenes y tanto se suben como se multiplican al infinito, una práctica desleal “deep fakes” que ninguna legislación puede penalizar. Las profundidades de tu cuerpo son ahora las profundidades de lo falseado, la tecnología creando monstruos ya lo sabíamos a comienzos del siglo XIX con Frankenstein pero hoy su poder arrasador recorre los cuerpos vulnerables de quienes no le pertenecen sino partes de ellos. Cortar a pedazos una persona, desmembrar cuerpo y cara, tiempo y espacio, ya somos avatars de nosotros mismos, cuerpos a la carta de nuestro deseo y del manipulación de los demás.

 

Ya hace mucho tiempo existen empresas que realizan pornografía con niños y niñas sin carne ni huesos, y la legislación no sabe qué pensar de esta práctica de pedófilos de imágenes falseadas, algunos países ya lo legislan como delito pero no se sabe bien a quién juzgar, que caza al que acumula ni tanto al que produce, porque en el cyberespacio no existe la entidad jurídica estatalizada, no hay cuerpos que sean unidad con un individuo ni empresas con logos y localizaciones, sólo se trata de impulsos, millones de dedos que viralizan, que llevan a puntuar, a visualizar, ojos anónimos que miran sus pantallas, que identifican lo que un instante les llama la atención, las profundidades de las rutas ciberespaciales que han logrado crean el juego de la pornografía con tu cara, hiper realista, zonas íntimas, esos lunares ¿son tuyos? 

A poca gente le interesará, con un máximo esfuerzo, darse cuenta de que no te pertenecen, hoy nada más fácil que saber programar y mover unas palanquitas y encontrar ese escándalo que buscan las noticias y que deja impotente a cualquier legislación, el espacio profundo de las redes son sólo autopistas, movimiento, en ese lugar prima la libertad de acosar, violentar, discriminar, odiar sin saber de dónde nacen, sin responsabilizarse del daño a esa adolescente que llora desconsolada, descubierta su vergüenza no en su cuerpo falseada sino en su cara que debe ir mañana al colegio a ser mirada aun cuando todos saben que no es ella pero también saben que es ella a la que dispararon esas imágenes del deepfakes.