Antes de retirarse en 2002, la actriz Bridget Fonda había perfeccionado el arte de la toma de decisiones inescrutable. Elegía los proyectos como si estuviera en una máquina de pinball: una comedia romántica por aquí, un psycho-thriller por allá. "¿Querés protagonizar una comedia sobre enemas con Sir Anthony Hopkins?", le preguntaron (más o menos) a principios de los noventa. Decía que sí y se encontraba en el set de una debacle olvidada llamada Cuerpos perfectos (Alan Parker, 1994). Fue sólo otro desvío inescrutable en una carrera definida por su indefinibilidad.
Fonda -nieta de Henry, hija de Peter y sobrina de Jane- cumple 60 años este sábado 27. Hace 22 años que no actúa. Sin embargo, muchas de sus películas siguen vigentes, marcando una época en el cine que valoraba el sexo y el romance, las ideas y la provocación. Fue una Mandy Rice-Davies mordaz en la película Escándalo (1989), sobre el caso Profumo en Inglaterra, y una Lady Macbeth de Minnesota en Un plan simple (1998), de Sam Raimi. En el tapiz grunge de Seattle Vida de solteros (1992), de Cameron Crowe, soñaba con el amor, la modificación corporal y las estrellas del rock. Llevaba un corte de pelo tan envidiable en la escabrosa película de serie B Mujer soltera busca (1992) que su nueva compañera de piso Jennifer Jason Leigh se lo birló, luego su novio y después todo lo demás. En Jackie Brown (1997), Quentin Tarantino la puso en la piel de una surfista intrigante y eternamente fumada, siempre en bikini y con anillos en los dedos de los pies.
Fonda apareció en casi demasiadas películas para alguien que sólo estuvo en el ojo público durante unos 15 años. Algunas son muy recordadas (por ejemplo, el papel de fotoperiodista en El Padrino III, 1990). Otras son curiosidades de culto: la farsa de la película El cocodrilo (1999); La asesina (1993), discutible remake estadounidense de Nikita, de Luc Besson; el malogrado híbrido de animación y acción real Monkeybone (2001), de Henry Sellick. Algunas parecen inventadas. ¿Hechizo de la ruta maya, una comedia romántica sobrenatural de 1995 en la que Russell Crowe la sigue hasta Nuevo México antes de que un chamán legendario le otorgue poderes místicos? Seguro que no. Lo que cabe decir es que Fonda tuvo una carrera de actriz intrigante y discretamente brillante durante un tiempo. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, se detuvo.
Esto es lo que se sabe. En 2002, Fonda protagonizó la adaptación televisiva de La reina de las nieves. A principios de 2003, firmó un contrato para un papel recurrente en la serie dramática jurídica The Practice. Semanas antes de comenzar el rodaje, conducía por la autopista de la costa del Pacífico cuando su auto perdió el control, volcó por un terraplén y cayó cuesta abajo. Salió "milagrosamente", según un artículo de Page Six de la época, con sólo cortes y magulladuras. Unos meses después se casó con su novio, el compositor Danny Elfman; tuvo un hijo en 2005 e hizo su última aparición pública oficial en 2009, en el estreno de Bastardos sin gloria, de Tarantino. Eso es, aunque parezca mentira, todo. El año pasado, cuando un paparazzo la acosó en el aeropuerto de Los Ángeles y le preguntó si volvería a actuar, Fonda respondió educada pero firmemente: "No lo creo, es demasiado agradable ser civil".
Fonda no se retiró como Gwyneth Paltrow. No cambió su perfil público a otra parte de la cultura popular, como si pasara del cine a las velas vaginales. Fonda simplemente se largó. No se dio aires de grandeza ni hizo declaraciones a la prensa. Su última gran película fue el elegante filme de acción de Jet Li La marca del dragón, de 2001, que fue un éxito de taquilla. No hubo un lento y deprimente declive profesional. Así que no es de extrañar que de vez en cuando aparezca un hilo en Reddit con teorías sobre su desaparición, como si "la desaparición de Bridget Fonda" estuviera a un giro argumental de convertirse en una serie de Netflix sobre crímenes reales. Hace un par de años circuló una foto en la que se la veía saliendo de un centro comercial, con una imagen completamente distinta.
Yo, lo admito, solía ser uno de esos detectives de sillón, engullido en su mayor parte por la nostalgia de los noventa. Recuerdo haberla descubierto cuando era un niño de cinco o seis años, deslumbrado por ella en el cartel de Jackie Brown. Desde entonces, Fonda ocupó una parte inusual de mi mente. Siempre aparecía en las páginas de Empire o Neon, revistas de cine que recortaba para hacer álbumes después de que mi padre las leyera, así como en los anuncios de periódico de sus muchas, muchas películas. Luego se fue, y sólo años más tarde empecé a explorar su filmografía. Resultó que su currículum era una gloriosa mezcolanza de cosas. Cambiaba de color de pelo y de acento, interpretaba a sofisticadas glamorosas y a ingenuas temerarias. Era una estrella de cine superlativa. Tenía que saber por qué había dejado de hacerlo.
Sin embargo, si se indaga en los archivos de Fonda se comprueba que su jubilación anticipada no es tan misteriosa como parece. A lo largo de su carrera, hablaba incómodamente de sí misma, como si su trabajo fuera un pulóver que le picaba y que se ponía sin pensar. "¿Qué pasa con mi baja autoestima?", se preguntó una vez durante una entrevista. "Intento ser feliz con mi carrera. Creo que debería darme un respiro, pero tengo un bicho que me mportuna: 'Deberías hacerlo mejor'. Cada vez que trabajo, me frustra mi incapacidad física para ponerme a la altura de mi imagen mental."
Durante la promoción de la road movie Camilla (1994), una especie de Thelma & Louise con menos precipicios y más desnudez de Jessica Tandy, parece que aprovechó la gira de prensa para conocerse a sí misma. "Interpreto a una música con un miedo escénico terrible que tiene grandes sueños", explica. "Tiene talento, pero es tan consciente de quienes son genios que se siente pequeña y no lo bastante buena. Es mi vida".
Por supuesto, Fonda procede de una estirpe fenomenal, por lo que no es difícil imaginar que se sienta empequeñecida por las comparaciones. En su detrimento, nunca se mostró a la defensiva cuando el nombre de sus parientes famosos salió a relucir en las entrevistas. "Cuando veo a gente de una familia ajena al mundo del espectáculo que ha triunfado, pienso: 'Vaya, están aquí gracias a vuestro propio esfuerzo'", declaró a The Guardian en 2000. "No puedo permitirme eso, porque siempre tengo en cuenta el nepotismo".
Citas como ésa hacen que Fonda parezca extraordinariamente sensata, pero uno casi desearía que tuviera un poco más de ilusión por aquel entonces. Independientemente de si su nombre le dio un empujón en Hollywood, sus interpretaciones la convirtieron en una de las mejores actrices estadounidenses de los noventa y, con esa década más de veinte años en el retrovisor, cada vez más en una de las más olvidadas.
Fonda podía ser chiflada, oscura, urbanita y desanimada, y tenía una sonrisa que podía leerse como radiante o distante. Sobresalía en la incertidumbre y la falta de rumbo, en las mujeres que luchan por encontrar su camino en el mundo. En Bodies, Rest & Motion, un drama de 1993 que hizo con Tim Roth, su entonces novio Eric Stoltz y la también retirada Phoebe Cates, un hombre le dice a su personaje que él es todo lo que ella puede esperar. Ella le contesta, recién iluminada: "¿Sos 'el elegido'? Tengo 28 jodidos años, ya he tenido muchos 'elegidos', vos sos sólo el último".
Esa sensación de resolución sigilosa sustenta también lo mejor de Vida de solteros, una película que sólo roza la grandeza cuando ella está en pantalla. Su punto álgido es cuando su personaje, una serpenteante camarera, decide por fin ponerse por encima de las exigencias de los hombres de su vida. Se la ve bailar en su cocina, leer literatura y tomar el sol en su terraza mientras escucha a The Replacements. "Estar sola...", dice en voz en off, "tiene cierta dignidad".
A medida que Fonda avanzaba en la década de los noventa, su trabajo se volvía más y más complejo. Tarantino dijo una vez que eligió a Fonda para Jackie Brown porque pensó que tenía "una interpretación que no había hecho hasta entonces: quería poder sacar ese lado salvaje y astuto que sentía que bullía bajo su trabajo". Por eso resulta tan emocionante ver a la lenta y escurridiza Melanie. Es como si se hubiera apropiado de la angustiosa incomodidad de sus primeros trabajos ("¿Y si tu ambición es drogarte y ver la tele?", pregunta Melanie en un momento dado), antes de añadir matices de sociopatía. Un plan simple, estrenada un año después, fue más allá. Allí se la encuentra descalza y embarazada, en el papel secundario de tres hombres que se topan con 4 millones de dólares y luego los roban. Sin embargo, a medida que avanza la película, se convierte en el personaje más despiadado, alguien astuto y manipulador, y completamente desnudo en su codicia.
A fines de los noventa, Fonda ya llevaba años siendo una gran actriz, pero tanto Jackie Brown como Un plan simple parecieron impulsarla hacia nuevas cotas creativas. Hoy podría desearse que fuesen el principio de algo, en lugar de su despedida final. Dicho esto, Fonda nunca fue una actriz que siguiera una trayectoria tradicional. Su selección fue siempre agradablemente errática, un surtido aleatorio de obras que agradaban al público y apuestas artísticas. Trabajó con algunos de los directores más venerados, pero a menudo en sus películas menos vistas: Noah Baumbach (en Mr. Celos, 1997), Paul Schrader (en Touch, también de 1997) y Bernardo Bertolucci (en Pequeño Buda, 1993). En una ocasión calificó la autopromoción de "algo vergonzoso". ¿No es de extrañar que se adentrara aún más en la idiosincrasia abandonando por completo el negocio?
En una de sus últimas entrevistas extensas, para la revista Mirabella y con motivo de la promoción de Jackie Brown, relató una experiencia que parece llegar al meollo de su vida y de todo lo que ocurrió en los años siguientes: la detención, la desaparición, la "vida civil". Era principios de 1997, recuerda, y estaba postrada en cama con gripe. Cayó en lo que describió como "una depresión atroz", y se encontró cada vez más emocional, llorando por el brillo de la luz fuera de su casa e incapaz de explicarlo. Pidió ayuda a su madre. "Me dijo: 'Oh, Dios, Bridget, eso lo sacás de mí: es esa cosa que te pasa en un momento determinado de la vida, cuando te das cuenta de que la vida no te va a pasar a vos. No es para que la descubras. En realidad tenés que hacer tu vida'".
Y cuando se piensa bien, nos guste o no, en cierto modo lo hizo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.