En una Europa convulsionada por la Primera Guerra Mundial, la conmoción que significó la Revolución Rusa tuvo su impacto inmediato en Alemania: con la caída de la monarquía y el alzamiento espartaquista fallido se estableció el régimen de la República de Weimar en el cual se incubaba el huevo de la serpiente -el nazismo. La tragedia estaba en el aire. En Munich, tras el final del efímero Estado Popular de Kurt Eisner, ultimado por un nacionalista, y la insurrección obrera que le sucedió, una extraña experiencia tuvo lugar en abril del ‘19 bajo el nombre de República Soviética de Baviera. Encabezada por el dramaturgo y poeta suicida Ernst Toller, que la llamó “la revolución del Amor”, el improvisado soviet agrupó una serie bizarra de personajes entre los que figuraban un loco como Canciller, que al tercer día fue llevado en camisa de fuerza, un delincuente común liberado de la cárcel que comandó la policía y un camarero como Ministro de Defensa. El régimen, conocido como el de los “anarquistas de café”, tuvo como Ministro de Cultura al pensador ácrata Gustav Landauer (“el hombre más puro de la revolución”), que sería asesinado a garrotazos, al “nacional-bolchevique” (futuro nazi, aunque opuesto a Hitler) Ernst Niekisch, teórico de la “Revolución Conservadora”, y un joven Ministro de Hacienda germano-argentino que tendrá una enorme gravitación en el pensamiento económico del siglo XX: Silvio Gesell. Fue un desastre. Entre otros desatinos el soviet le declaró la guerra a Suiza, decidió que el dinero era gratis y prohibió el estudio de la Historia en la Universidad por considerarla “hostil a la civilización”. Duró una semana. Gesell, “el chiflado”, como lo llamará Keynes, encajaba perfecto allí.
Emigrado a la Argentina, Silvio Gesell había hecho su aprendizaje autodidacta de la economía gerenciando un negocio de venta de insumos quirúrgicos que con los años se iría diversificando hacia productos de farmacia y artículos para la infancia. La crisis de 1890, que ocasionó la caída de Juárez Celman y el surgimiento del radicalismo, y su experiencia mercantil, le indujeron a crear una serie de teorías sobre el dinero que publicará aquí bajo títulos como La reforma del sistema monetario como puente hacia un Estado de Bienestar, Nervus Rerum y la nacionalización del dinero y La cuestión monetaria argentina, entre otros, que pasaron mayormente desapercibidos por muchos años. Su obra mayor será El orden económico natural, publicado en Berna en 1916 y en Buenos Aires en el ‘36, que inspiró, entre otros, a John Maynard Keynes y al General Perón.
Nacido en un pueblo de la actual Bélgica, por entonces parte de Alemania, Gesell tuvo que trabajar desde muy joven. Fugaz empleado del Correo (en algún momento propuso estampillar los billetes para garantizar su fecha de vencimiento e impedir su atesoramiento), se conchabó en un comercio familiar en Málaga, donde aprendió el castellano, antes de crear una sucursal en Argentina de la casa que lleva su apellido. En España también trabajó como orfebre, adquiriendo en esa experiencia el conocimiento del negocio del oro, uno de sus temas futuros.
Habiéndose casado con una joven alemana en una parada en Montevideo durante el viaje de regreso, se estableció en Banfield. Aunque retornó por un tiempo a Suiza, donde se hizo granjero mientras criaba a sus hijos y estudiaba a los clásicos de la economía, volvió al país para continuar con la empresa debido a la muerte de su hermano. Construyó su casa en Punta Chica, frente al río Luján, en San Fernando y compró una isla en el Paraná donde su hijo Carlos Idaho, futuro fundador de Villa Gesell, llamada así en honor a su padre, comenzó a desplegar su utopía ecológica orientada a la industria maderera, con fijación de médanos y creación de bosques.
Retornado a Alemania, Silvio Gesell vivió en una comunidad vegetariana creada por el economista liberal-socialista Franz Oppenheimer y editó la revista El Fisiócrata, con la que propagaba su credo, que fue cancelada por herética durante la guerra. Radicado en Munich, tomó parte de la breve experiencia soviética; encarcelado bajo el cargo de alta traición, a riesgo de ser fusilado, se defendió a sí mismo pronunciando una encendida arenga donde expuso, desafiante, su teoría monetaria ante un jurado atónito. Fue milagrosamente exonerado.
Tras un breve paso por la Argentina en el ‘24 residió en Alemania hasta su muerte en 1930. Allí cultivó un vínculo amistoso -jugaban largas partidas de ajedrez- con Albert Einstein, que escribió: “He disfrutado grandemente el estilo de Gesell. La creación de una moneda que no puede ser atesorada conducirá a un tipo de prosperidad diferente y más realista”, y se carteaba con Keynes y H.G. Wells mientras lideraba el movimiento de reforma monetaria. El partido Unión de la Economía Libre, que sostenía sus ideas, llegó a participar de las elecciones del ‘24, pero fue prohibido y un grupo disidente, con la peregrina idea de practicar “entrismo”, acabó adhiriendo al nazismo, cuyo peligro el propio Gesell había advertido en El Estado Desmantelado. El movimiento de Wörgl del ‘32 en Austria, que, inspirado en sus textos postuló una moneda social alternativa, es fuente de estudio para los movimientos actuales de trueque comunitario o dinero complementario de baja escala.
Su obra mereció varias páginas en la Teoría general de Keynes, la obra de mayor gravitación en el siglo XX, en las que si bien lo critica y hasta califica de “chifladuras” algunos de sus postulados, extrae no pocas nociones (algunos autores incluso hablan directamente de plagio) de aquel “raro e indebidamente olvidado profeta”, parte de un “bravo ejército de herejes del pensamiento económico”. En los momentos en que reconoce su deuda, Keynes llega a afirmar: “Creo que el porvenir aprenderá más de Gesell que de Marx”. En sus textos, de clara intención pedagógica, el loco Gesell no vacila en formas literarias amenas, como en el diálogo entre Robinson Crusoe y un pirata -un apólogo sobre el dinero-, mientras, aquí y allá, entre citas del Quijote, utiliza giros argentinos como “engatusar”, “cambalache”, “yapa”, y frases como “la moneda es la pelota de fútbol de la economía”.
Pacifista, ecologista, feminista (propugnaba una asignación universal para las mujeres por su trabajo impago en el hogar), su “economía de mercado sin capitalismo” sigue inspirando a estudiosos de todo el mundo. Abogó por la intervención estatal en la regulación monetaria, la justicia distributiva, la nacionalización de la tierra, el bienestar colectivo basado en el consumo popular, la creación de un club internacional de deudores similar al que propondría Keynes en Breton Woods, y propuso medidas que atacaban los procesos inflacionarios, el problema de la vivienda, la cuestión ecológica y la jubilación.
Incluso, contrariamente a las apologías usuales, hoy como entonces, fustigó la llamada Conquista del Desierto no solo por la apropiación privada de la tierra, que consideraba un bien colectivo inalienable, sino por su crueldad. “Se envió al General Roca, más tarde Presidente de la Nación, con una partida de soldados a enfrentar a los indígenas para expulsarlos de los fértiles campos de pastaje de la pampa. La mayoría fue baleada, las mujeres y niños fueron llevados a la capital como sirvientas baratas y el resto fue expulsado más allá del Río Negro. El territorio fue dividido y adjudicado luego a los soldados, que por regla general no tenían nada más urgente que hacer que vender sus derechos por aguardiente y paños de color. Así, y no de otra forma, se originaron los sagrados e intangibles derechos de los actuales propietarios del suelo mejor y más fértil que quizás exista en el mundo entero, hoy en poder de un puñado de personas que no han dado por él más que una botella de aguardiente” -escribió en El orden económico natural.
Gesell invocaba la “justicia social” e interpelaba “a la gran masa del pueblo” mientras en sus momentos de mayor radicalidad proponía “derribar la propiedad privada”, por lo que es considerado un precursor velado del Estado de Bienestar, que en la Argentina se llamó peronismo. Por lo demás, estando al frente del Departamento de Trabajo, en 1943 el entonces coronel Perón agradeció públicamente sus sugerentes teorías (precursor de la publicística moderna, desde su época de comerciante Gesell hacía llegar a personajes influyentes sus folletos y libros; es probable que siendo capitán, al retornar de Italia donde estudió Economía Política, Perón haya frecuentado sus trabajos). En el discurso de agosto del ‘48, ya presidente, al dirigirse a los obreros ladrilleros pronunció la famosa frase: “¿Alguno de ustedes ha visto un dólar?”, que emulaba la crítica del patrón oro que Gesell había sostenido tempranamente: “¿El oro es moneda aquí? Hay en la República Argentina gente que jamás ha visto oro”-había escrito.
Durante la Década Infame le fue denegada la imposición de su nombre a la villa balnearia fundada por su hijo, que ante la evidencia de la trascendencia internacional de la obra de Gesell fue finalmente admitido durante el peronismo por la gobernación Mercante. En 2020 el Ministerio de Economía publicó su Obra Argentina con un importante estudio introductorio de Rodrigo López del que hemos extractado estas notas. Sus textos son motivo de estudio en las principales universidades.
En la memoria argentina su apellido está asociado a la venta de productos para bebés, (que, habiendo atravesado décadas de inestabilidad, duró hasta que el menemismo acabó por sepultar el mercado interno que la sostenía). Y, por supuesto, a la villa balnearia concebida como centro de producción forestal, que devino una suerte de utopía naturista y hippie en los sesenta y hoy es una pujante zona turística de veraneo. Por lo demás, Gesell, en alemán, significa compañero.