El nuevo gobierno pretende un país sin derechos políticos, laborales y sociales que no solamente afecten la estructura económica sino la superestructura identitaria de la Nación Argentina. Si estos cambios se imponen en nuestro país, la cultura argentina ya no será la misma.
La libertad propuesta por el líder de LLA busca generar una transformación no solamente legal sino, especialmente, profundamente cultural, lo ha repetido muchas veces. Vienen por todo lo construido de manera colectiva y popular, desde los derechos laborales hasta la idea de patrimonio nacional, desde el Fondo de Garantía de Sustentabilidad hasta concepto de justicia social.
Aunque esta transformación ya no se propone, como en los últimos años, en términos de batalla cultural, sino a modo de imposición. La imposición sustituye a la batalla. Ya no se trata de generar un sentido, de ir construyéndolo, sino de imponerlo, de decretarlo.
Hace varios años que los argentinos venimos escuchando que estamos en medio de una batalla cultural. Desde diversos sectores políticos han utilizado esta expresión para mostrar las diferencias que existen en el modo de mirar e interpretar la realidad y de plantear las tensiones entre esas diversas miradas sobre la idiosincrasia argentina.
Esta expresión ha sido tomada del filósofo y teórico marxista italiano Antonio Gramsci quien propone mostrar cómo frente una cultura hegemónica pueden existir una serie de conflictos de valores, creencias o modos de interpretar la realidad. Aunque él no fue el primer intelectual que ha utilizado esta expresión, sí es quien ha popularizado la reflexión en torno a la misma. La batalla cultural pretendía que desde sectores intelectuales se propugnara la llegada al poder para transformar no solamente la estructura económica, como afirmaba Marx, sino especialmente la superestructura cultural.
Desde nuestro país, entendemos que la cultura como una conjunción de valores que impregnan las diferentes expresiones de la vida de una sociedad (trabajo, educación, familia, tiempo libre, religiosidad, etc.). Durante la década kirchnerista comenzó a hablarse en estos términos de una nueva propuesta acerca de la cultura en nuestro país. Una cultura que, al menos en términos comunicacionales, proponía una propuesta solidaria y comprometida con el prójimo, con raíces nacionales y que impulsara la soberanía.
Como venimos diciendo, esta idea se planteó en términos de batalla, batalla cultural, con el objetivo de retrotraer los valores culturales a períodos anteriores a la década neoliberal del menemismo. Esta idea impregnó tanto la mirada del partido gobernante que un local de una agrupación que adhiere a este sector político en el Gran Buenos Aires llevaba este nombre.
Con el gobierno de Mauricio Macri esta idea de un cambio cultural se utilizó para introducir nuevas propuestas tanto políticas, sociales, laborales como jurídicas. Con la propuesta de una transformación cultural se presentaron una serie de normativas que, desde una mirada netamente conservadora, buscaban transformar diversas estructuras del Estado a los efectos de promover un cambio en la cultura en sentido contrario al del periodo precedente.
En este mismo mismo sentido, Ricardo Rojas lo expresa así en el diario Infobae: “Esta última “batalla defensiva” es la que ha distinguido al liberalismo, que a lo largo de la historia no ha intentado imponer culturas, sino permitir el desarrollo de la verdadera cultura, que es el producto de la interacción libre y voluntaria”.
La propuesta liberal, en definitiva, se basa en la transformación cultural sin imposiciones, según la mirada del analista liberal. Como muchos liberales, Rojas no puede reconocer que esa propuesta, para plasmarse culturalmente en un modo de entender la vida, el trabajo y la realidad necesita implica un ejercicio de violencia estructural. No existe libertad ni voluntad en quienes se ven sometidos a los poderes económicos dominantes.
Durante el fallido gobierno de Alberto Fernández esta idea pareció quedar a un lado. No hubo una propuesta clara acerca de la mirada sobre la realidad nacional. El gobierno pareció navegar en medio de las indecisiones del presidente y las tensiones internas de la coalición, representadas en la figura de la vicepresidenta. No se planteó una verdadera propuesta de transformación cultural y aunque pudo haber políticas más o menos favorables a ciertos sectores populares o de algunos grupos de poder, el gobierno que finalizó el 10 de diciembre del año pasado no pareció estar dispuesto a promover ningún tipo de transformación cultural.
La propuesta de Javier Milei no es nueva, pero sí pretende ser más agresiva y vuelve a proponer un cambio cultural. El presidente expresa un sector del establishment económico que se propone transformar la estructura social y jurídica argentina de tal manera que el entramado cultural de nuestro país ya nunca más sea el mismo.
Con la llegada al gobierno nacional del presidente libertario, sectores conservadores y neoliberales de gran poder económico se han encargado de imponer mediante un DNU y un proyecto del Ley Ómnibus políticas que buscan retrotraer la situación económica y laboral, judicial y política a antes de 1910.
(*)Roberto Ferrari es cura en Opción por los Pobres (OPP) en el barrio La Esperanza, de la localidad de Benavídez, partido de Tigre.