Pocos días faltan para febrero. Momo, dios del Carnaval, parece haber dado una tregua climática en los últimos días y contuvo la lluvia que normalmente es incesante durante los meses estivales en la capital salteña. Las horas anteriores a febrero regalan noches frescas y lunas redondas. Augurios de grandes carnestolendas parecen asomar.
Las distintas expresiones se preparan en los barrios; peso a peso, codo a codo y, aunque sobrellevando una coyuntural crisis económica, la fiesta grande tiene que surgir; porque al fin y al cabo es el desahogo del pueblo humilde que celebra, baila y ríe cada año en Carnaval.
Como una de las expresiones aparece el Tinku, que en su traducción del quechua significa encuentro; una celebración milenaria con fuertes raíces en Bolivia, ritual que remonta orígenes en guerreros que se reunían para realizar demostraciones de poder, inclusive practicando fuertes topamientos físicos.
Sin embargo, las nuevas maneras de interpretarlo y celebrarlo aparecidas ya en el siglo XX, dieron al Tinku una simbología guerrera pero quitando las agresiones físicas. Así, esta danza comenzó a regarse y a ser parte fundamental del Carnaval, llegando hasta el norte del país donde conviven gran cantidad de originarios de Bolivia, descendientes y otros muchos que simplemente encuentran en esta danza una manera de sublimar sus deseos de baile, descarga y festividad carnavalera.
Tinkuneando
Esperando el carnaval se encuentra en el barrio 1° de Mayo, Tinkuneando, agrupación carnavalera que comenzó trece años atrás casi como un juego familiar, y terminó consolidándose como un clásico del febrero salteño.
Lautaro Ponce tiene tan solo 24 años pero le vasta su experiencia de doce años bailando Tinku para estar dirigiendo el baile. “Elegí el Tinku por mi familia, me gustó el ritmo, mis padres y mi hermana bailaban y un día ella viene y me dice ‘¿te animás?' y ya van doce años sin parar”.
“Comenzamos bailando en el barrio de San Luis porque unos tíos organizaban un corsito barrial. Esa vez se costearon la ropa con lienzo ecológico, algo barato porque era para probar, y desde ahí comenzó a rodar la idea hasta que nos vinimos a este barrio, 1° de Mayo”, comenta el joven estudiante y director de Tinkuneando.
La idea sobre la que Lautaro vuelve constantemente es la del encuentro, contención y fraternidad entre los integrantes, una forma de conjugar Carnaval con vínculos, relación que se va gestando en febrero y también durante el año. Es por eso que muchos de los integrantes encuentran en Tinkuneando un espacio para sentirse a gusto y sublimar sentimientos a través del baile.
De hecho, este año, su padre Héctor, ideólogo de Tinkuneando, se encuentra atravesando un momento delicado de salud, lo cual les hizo reflexionar sobre la participación de la agrupación en los corsos. Y la respuesta vino justamente de Héctor, quien “insistió en que bailemos, que no bajemos los brazos, que estemos más unidos que nunca y encontrándonos”, comenta Lautaro demostrando que todo aquello que genera alegría es parte del remedio cotidiano.
Bailar y sentir
“El Tinku es un encuentro, antes era como una lucha pero después fue mutando y cambiando en su sentido. Nosotros ahora lo vemos como un método para estar unidos; acá hay familias que bailan y después se arma otra gran familia que es Tinkuneando”, remarca Lautaro mientras describe los pasos característicos del baile: "los movimientos son muy particulares y representan luchas, peleas; entonces hay movimientos como de piñas, patadas o saltos. Eso que antes era golpe y pelea, hoy se transformó en una danza”.
Gabriela baila hace trece años y es una de las fundadoras de Tinkuneando. Su pasión por la danza y por sostener el conjunto en particular, se hace evidente en el relato. “Tengo muchos recuerdos de estos trece años, recuerdos en la cabeza y en el cuerpo, porque el cuerpo fue cambiando con el transcurso de los años, los cuerpos hablan y se ve en la diversidad de nosotros”.
“Este año tenemos en el traje un sol naciente”, comenta y le agrega sentid, “porque veníamos de una pandemia en donde no podíamos avanzar y el Tinku para nosotros fue muy importante para salir, para encontrarnos. Entonces el sol naciente de este año es resignificar el encuentro, de alguna manera decir que esto es un renacer”.
Leo es un joven y apasionado bailarín que tiene la responsabilidad de estar en la primera fila de la formación, “a veces siento un poco de nerviosismo por estar adelante, ¡tengo que bailar bien!, pienso, pero al mismo tiempo siento felicidad”.
Cada historia sobre la llegada al Tinku a la vida de cada integrante resulta bien diversa,. “Comencé a bailar Tinku gracias a mi hermanita, ella me enseñó un poco de qué se trataba y me gustó mucho… es una manera de desenchufarse de la vida”, remarca con énfasis Leo.
Una de las integrantes que llegó por motu propio es Antonieta. “Mañana voy a debutar”, comenta con gran emoción. “Vivo cerca y siempre pasaba y veía o escuchaba la música, el ensayo, y bueno, me llamó la atención, me acerqué y me incorporé. De a poco me fui adaptando, conociendo los pasos y finalmente este año decidí hacerme el traje y animarme a salir en los corsos”.
La familia de Tinkuneando la abrazó y ella dejó que el grupo la contenga. “Me recibieron muy bien, algo que es muy lindo porque justamente a mí me cuesta adaptarme, pero este grupo es muy contenedor, un grupo que acompaña. De hecho, las mismas compañeras me están ayudando con el tema del bordado del traje. Es muy linda la sensación”.
Desde otro ángulo y con otra trayectoria se encuentra Matilde. “Este es el segundo año que salgo, el anterior salí de osada”, comenta entre risas. “El año pasado sin saber mucho el baile y con un traje prestado, salí en los corsos. Este año hice el mío y me incorporé”. La historia de Matilde es una síntesis de lo que el grupo y la actividad genera: “bailo con mi hija, mis nietas y mi marido”, remarca con orgullo al disfrutar cada noche carnavalera atravesada por tres generaciones de familia.
Matilde ahonda en su relato y deja a la vista estigmas sociales que giran alrededor del Tinku. “Es una danza que amo desde siempre, pero había mucho prejuicio en mi familia y no me dejaban bailar, prejuicio por ser una danza boliviana, con todo lo que eso significa, pero a mi no me importó porque amo la cultura boliviana, me gusta muchísimo, así que de grande me doy el permiso de bailar lo que siempre me gustó”.
Una de las grandes marcas que lleva Tinkuneando fue la pérdida de Martín, un compañero muy querido que falleció en un accidente de tránsito. Su pronta partida estuvo a punto de hacerlos finalizar como grupo, sin embargo, como comenta Gabriela, “después de que casi el grupo se desintegrara, nos unió mucho más para seguir bailando, entonces, como bailar nos hace bien, seguimos adelante y lo hacemos con el alma y el corazón”.
Hoy los más de 30 integrantes de Tinkuneando esperan ansiosos el inicio de las celebraciones de Carnaval que los tendrá nuevamente recorriendo los barrios salteños. El Tinku los llama, los abraza con su mística milenaria que trae la energía desde Los Andes. Hoy el Tinku, más que nunca, reafirma su significado y los invita al encuentro.