Juan Domingo Perón tenía formación política y militar, algo que a esta altura ya no es novedad. Lo que menos se cuenta, en cambio, es el estímulo cultural que influenció en su manera de interpretar e interpelar la realidad. Según Norberto Galasso, Perón aprendió a tocar el piano en Paraná, adonde había sido destinado una vez que se graduó de subteniente de Infantería en el Colegio Militar, e incluso solía tocar en diversos festejos que allí se realizaba. Ahí también incursionó en el teatro y llegó a poner en escena algunas pequeñas obras de su autoría con una compañía que armó junto a varios conscriptos del regimiento. El aporte de Galasso es interesante, ya que establece en Perón un marco cultural previo a su llegada a la política.
¿Cuánto habrá influido en su pensamiento toda esa sensibilidad? Evidentemente mucho: hacia 1948, promediando su primera presidencia, ordena la creación la Subsecretaría de Cultura de la Nación con el fin de democratizar y federalizar la producción y también el consumo de distintas expresiones artísticas, mientras que dos años después jerarquiza esta cartera como Dirección Nacional.
Antes de eso ya había alentado las apariciones de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Filarmónica de Buenos Aires y la Orquesta Nacional de Música Argentina, ésta última a cargo de Juan de Dios Filiberto, a la vez que abre el Colón a sectores populares mediante funciones para sindicatos y escuelas. Además obliga mediante un decreto del ministerio de Educación a que al menos la mitad de la música que sonara en emisoras radiales, cafés, restaurants y cabarets fuera de producción local.
Todo eso generó un fuerte debate entre la intelectualidad argentina respecto a la pertinencia o no del fomento cultural del Estado. Pero lo que pensaba Perón era lo que “pensaba el mundo” (frase hoy manipulada por quienes buscan, en nombre de ello, reducir la intervención gubernamental en todas las esferas posibles): el mecenazgo estatal a la cultura era algo que ya estaba instalado en Estados Unidos, Inglaterra o Brasil —por citar algunos— desde la década del 30’.
Pero lejos de imponer consumos, lo que Perón hizo en verdad fue recuperar aquellos que habían sido cercenados. Especialmente el tango, fenómeno popular de la nueva urbanidad porteña del siglo XX (el caos de los barrios portuarios frente a la suntuosidad de los grandes parques y las casas-quinta de la ciudad). Que la Década Infame asfixió con dos medidas: la importación descontrolada del cine sonoro de Estados Unidos en detrimento del cine mudo argentino (musicalizado especialmente por tangueros) y la prohibición en la radiofonía del lunfardo, proscribiendo de facto decenas de tangos.
Las denominadas industrias culturales en Argentina existían antes de la llegada de Perón. Solo que él, ya como presidente, agregó la novedad de darle visibilidad a lo que las clases populares también generaban. Dicho de otro modo: los descamisados ya no eran vistos únicamente como consumidores, sino también como creadores de contenidos, opción que “La mano invisible del mercado” de ningún modo contemplaba.
Así se multiplicaron artistas varios como músicos, conjuntos, actores e incluso humoristas que provenían de los barrios populares, o bien reproducían las voces que desde allí buscaban hacerse oír. El tango vuelve a recuperar el protagonismo de décadas anteriores, el folclore se expande en centros urbanos gracias a la migración de gente del interior del país (lo cual provocó la inclusión de danzas nativas como enseñanza en escuelas públicas) y las celebraciones en épocas de carnaval toman mayores dimensiones. Al fin de cuentas, el peronismo contemplaba mucho más que simplemente ir del trabajo a la casa, y viceversa.
La proliferación de salas de cine, el abaratamiento de aparatos de radio y la aparición de la televisión en 1951 con la inauguración de Canal 7 (hoy TV Pública, única señal de aire estatal) también aportaron otra forma de entender el modo en el cual se irrigó en la cultura el incentivo de la industria nacional. Acaso lo único que no se animan a discutir quienes desprecian a aquel primer peronismo: al fin de cuentas, ese termina siendo un claro ejemplo que cómo puede ser bien conducida la tan mentada “teoría del derrame” que los liberales hoy empuñan.
Todo eso formaba parte de una mirada global sobre el concepto de derechos: ¿Cómo se puede ejercer la libertad si no se disponen de las herramientas culturales necesarias para comprender lo que ello implica? El propio Juan Domingo lo explicó con claridad en Perón, la revolución justicialista, película que Pino Solanas y Octavio Getino produjeron después de entrevistarlo en Madrid entre junio y octubre de 1971, a la hora de describir lo que él mismo denominó con orgullo como “la reforma cultural más importante”.
“De los cuatro millones de estudiantes de primario que había en un momento, sólo trescientos mil hacían el secundario, mientras que apenas cien mil llegaban a la universidad”, graficó. “Entonces se contempló un panorama de conjunto y se hizo la conquista más grande, porque se llenaron de hijos de obreros las universidades que hasta ese entonces sólo admitían al oligarca. Porque la forma de llevar al oligarca es poniendo altos aranceles, entonces solamente puede ir el que los paga. Así que nosotros suprimimos todos los aranceles, de manera que tanto el pobre como el rico pudieran ir. Porque entendimos que era un crimen que estuviéramos seleccionando materia gris en círculos de cien mil personas, cuando lo podíamos seleccionar entre cuatro millones”.