Los pasos se pierden en el monte, son de un hombre en su caballo, está cansado y siente frío, apura el paso, son cortas y heladas las tardes de invierno y quiere llegar con luz a su casa, al cobijo del rancho, a encender el fuego para la pava y el mate. Vuelve de un largo día de trabajar en el campo, quiere llegar a su casita con una última luz del día para ver, al menos entre sombras, sus árboles y sus plantas, su patio, sus paredes, su puerta, para ver desde allí cómo se va la tarde, para detenerse a mirar como se pone oscuro el cielo desde su ventana y su patio viejo. Quiere ver algún rayo de sol rebotar en alguna parte del monte, tomarlo como un mensaje, como un saludo único de la naturaleza y entregarse luego a la quietud del hogar, a anochecer de a poco con el paisaje, sentarse a la mesa a comer algo, tomar unos mates, leer, escuchar música.

Le gusta llegar a la casa antes que la noche no le dejé ver nada del lugar en que vive, del que temprano por la mañana sale a trabajar todos los días, le gusta llegar antes que el silencio se apodere de todo el paisaje, antes que todo se vuelva noche, oscuridad, silencio y ya no se vea ni se escuche nada.

Sale a trabajar temprano por la mañana porque aprendió con sus manos, con su cuerpo y su cuero a ganarse la vida, a pelearla por el pan diario, no tuvo colegios cerca para cursar estudios y carreras, para alcanzar el progreso tan renombrado, tan prestigioso y moderno pero que en su tierra tuvo siempre un significado diferente al de las ciudades, en lugar de bienestar y confort significó deforestación, tala de árboles añosos, pérdida y anulación del paisaje ancestral, de la memoria milenaria que portaban padres y abuelos, de la identidad y los sueños, significó falta de recursos para el sustento y la vida, vacío, ausencias, eso y más fue el progreso para la gente de los montes, para las gentes de pueblos y campos de tierra adentro, esos que no se ven ni son noticia pero existen y proporcionan riquezas y sustento a la vida de las grandes ciudades. Maderas, alimentos, minerales, materiales de construcción, materias primas, todo lo que se consume en las ciudades.

Amaba el monte y el río, amaba el campo, los árboles, la gente, las guitarreadas con amigos, la alegría de los bailes, los domingos en familia, los días de fiestas y celebraciones, la fe y el amor de sus mayores, la simpleza, la mano abierta, las risas, los abrazos, el perfume de los árboles y las plantas, las flores silvestres, las huertas, los animales, las ganas de vivir, los momentos de oración y de rezo, los carnavales, amaba la forma de vida que hoy sabe perdida, casi olvidada, reemplazada por el progreso y su fe y sus formas.

El monte suyo y de su gente se fue en los hacherales bravíos, en la tala que no dejó nada, los árboles del paisaje originario se convirtieron en madera para las ciudades, cayeron uno a uno, uno a uno por años, el progreso y su fe se fué llevando todo, los hijos se fueron a buscar trabajo y oportunidades porque ni eso quedó y así todo se empezó a caer y a irse con los árboles, detrás del camino de la madera. La tierra quedó desierta, vacía, la cercaron y la sembraron para el agro y su negocio, unos murieron por los químicos, otros por soledad y tristezas, otros se quedaron en sus ranchos y sus trabajos.

Cosas que sabe y vivió porque sus hijos se fueron, porque perdió a su mujer, le duelen los brazos y la espalda, son muchos años de trabajar de hachero, de agricultor, albañil, cosechero, de curtir las manos en trabajos mal pagos. Sus manos suaves de hijo, de esposo y de padre, de hermano, de amigo, sus manos gastadas en oficios para ganarse la vida y criar a sus hijos, para no salir nunca de pobre. Apenas si le queda el rancho, los árboles que puso en tierra, las plantas, los perros y el caballo, los recuerdos, la pertenencia. Le gusta leer y escuchar música, conoció bibliotecas y personas que le enseñaron y lo animaron al mundo de los libros, al arte, a la música, así aprendió a cultivar otras cosas además de la tierra, aprendió que hay otras formas de vida, lejanas a la tierra y el monte, las formas de la ciudad y el consumo. Aprendió que todo en su pago se lo han llevado a las ciudades para la vida moderna, aprendió que su vida y la de su gente no valen nada, que es trabajar para que todo se lo lleven, se vaya de la tierra profunda y generosa y no quede nada, apenas soledad, químicos, desierto. Cosas que vienen a su mente y lo hacen pensar mientras toma mate en el anochecer en su rancho.

Se va la tarde, entra la noche en el monte, todo se va apagando, es la hora del silencio de la tierra y la del ruido en las ciudades, lo sabe y en eso piensa, en la hora del silencio y la oscuridad del monte, en la hora de la fiesta y la alegría de las grandes urbes, en el happy hour, el momento feliz en que las avenidas encienden sus luces y el bullicio gana los bares decorados y coquetos. Dos por uno feliz de bebidas y tragos, todos ríen y celebran, nadie sabe del dolor y la soledad de quienes trabajan lejos para la madera de sus mesas y sillas, para el vidrio y el metal, los ladrillos y el cemento, las bebidas, las comidas gourmet, el buen vivir. Nadie sabe ni se pregunta de dónde vienen todas esas cosas, esas que tienen frente a sus ojos y que embriagan sus sentidos, solo sienten que les gustan y les dan placer. A nadie le importa y al final pagan la cuenta, saldan la única deuda que reconocen y entre risas celebran los descuentos y las promociones de la hora feliz. Se termina el día y se van y se prometen volver, no es un tango triste y melancólico, es la rueda de la maquinaria que sigue girando con su fantasía y sus sueños.

Se va la noche y es hora de descansar, piensa en eso que llaman país, siente que es algo muy grande y ajeno, con formas muy diferentes de vivir que no se tocan ni se reconocen, las ciudades y el consumo, la tierra y el monte.

Se pregunta si pueden seguir así las cosas y no tiene respuesta, piensa que eso que llaman país se parece al Titanic, toma unos mates en silencio y soledad mientras otros bailan alegres en cubierta en las ciudades, viven una hora feliz de tragos, de bullicio y decorados, pero todos se están hundiendo a bordo del mismo barco.

 

Se dice a sí mismo que la tierra, que el monte existió y seguirá existiendo, piensa que las ciudades no.