Desde afuera podría ser una puerta más. Un club social de barrio al sur de la Ciudad, cerca de la autopista. Los jueves se ve bastante gente y asoman unos tangos. Pero en la pista del Club General Belgrano (Cochabamba 444) laten “los jueves de Ana Postigo” o, como se la conoce habitualmente, “Cocha”. La mítica milonga de Cocha, que estuvo cerrada más de seis años por las clausuras del gobierno porteño y que a fines de septiembre reabrió sus puertas “como si no hubiera pasado ni una semana”, aseguran a Página/12 algunos de sus habitués.
Cocha tiene una larga historia. Empezó como un espacio de experimentación en danza para muchos que luego se convertirían en grandes figuras del tango. De sus fotos está llena una de las paredes del salón. También ahí crecieron eventos importantes para el sector, como el CITA: sus viejos pósters están en la pared opuesta. Pero con el tiempo tomó la manija Ana Postigo, una actriz –integraba el colectivo Catalinas Sur-, que fue quien le dio su impronta definitiva de milonga inclusiva, con sensibilidad social, con el oído atento a las nuevas manifestaciones del género y con ganas de reencontrar en el tango una identidad común a sus habitués. Postigo murió hace tiempo, pero supo dejar su legado en muchos de esos habitués, que tomaron la posta y continuaron la milonga. “Los Postigos”, como les (y se) llaman.
Así que en Cocha conviven distintas dualidades. En la pista, apertura. En las mesas, cero pose. Aunque algunos rituales no cambien, su pista intenta mantenerse al día. Aquí hay chicas que guían e identidades diversas, y nadie pestañea. También tiene tradiciones propias: el Negro Ponce, por ejemplo, pasa con un cartel que indica qué orquesta está por hacer levantar a los milongueros de sus mesas. Ahí donde hay una botella colorinche con un cartel, se marca la mesa de un habitué. Las empanadas son el único menú y se vende el sifón de soda. La cantante Ruth de Vincenzo, una de las Postigos, regala a Página/12 el prendedor que distingue a los habitués: un corazoncito de felpa con un alfiler de gancho dorado. Un pedacito rojo que guarda algo de esa “belleza humilde del patio colonial” que cantaba Floreal Ruiz cuando la orquesta de Aníbal Troilo amainaba la intensidad y proponía “Marioneta”.
En Cocha la entrada es a la gorra. El que puede, puede. El que no, igual tiene derecho al abrazo. Varios temas reflejan el espíritu del lugar. El vals “Cochabamba” del ganador del Grammy Pablo Estigarribia, por caso. El tango “Noches de Cocha”, de Fabricio Castañeda y Noelia Sinkunas (que reza en un pasaje “De una ciudad, llena de sombras, / En cuya angustia yo me perdía. 7 Jueves felices Cómo bailamos! / Sincero abrazo, nuestra pasión”).
La reapertura de Cocha como un éxito tan anacrónico como esperanzador. Mientras crecen las voces oficialistas que ven a la cultura bien como un caja registradora, bien como un artificio inútil o lujo suntuario, la persistencia de Cocha es tanto la pervivencia del espíritu de su creadora Ana Postigo como la de un modo de hacer y pensar la cultura como forma de encuentro y de construcción de identidad. Reinaldo pasó los 80 hace rato pero sigue laburando en el club de barrio que lo vio crecer. El Belgrano (porque todos los 20 de junio llevaban una corona al lugar de descanso del prócer, puntualiza) fue fundado por un tipo “muy sociable, que prestaba su espacio para los cumpleaños y los casamientos”, recuerda. Y aunque él mismo no llegó a conocer a Postigo y de la milonga de los jueves sólo había oído hablar, fue uno de los que más empujó por su regreso. “Conocía la calidad de gente que estaba en la milonga, así que empujé para poder desarrollarla otra vez”, sonríe.
La cuestión identitaria pesa mucho. También hay un factor casi ritual. El de pertenencia es fuerte, pero amplio: son rápidos para dar la bienvenida. “Vas a una cervecería de estas nuevas, te morís de angustia, estás franquicias. Este es un lugar donde encontrás a alguien y vas a terminar hablando, riéndote. Bailes o no bailes”, grafica alguien. De Vincenzo, al pasar, reflexiona sobre las fotos que suelen identificar la milonga: las de antes (como las de Leticia Fraguela, que se expusieron en la muestra 500 jueves, en el Benito Quintela Martín, hace tres años) como las actuales. Siempre detrás de la cámara una mujer, como guardiana de la memoria y de los rostros.
De las clases se ocupan Eduardo Cappussi y Mariana Flores. Él viene de la primera camada de Cocha y conoció de cerca a Postigo. Ella es más joven, pero conoce bien el espíritu que impregna esas paredes. “mantiene un espíritu de celebración ritualista, es un lugar que tiene como una magia, ¿viste? Donde las cosas también se repiten, están los mismos cuadros, hasta el granito de las paredes”, señalan. Para Cappussi, Postigo “rescastó un sentimiento barrial, murguero, más futbolero, y además de bailar tenía esta cuestión filosófica”. Para el bailarín, otro de los méritos de Postigo fue saber delegar, saber construir un universo de gente que siguiera su obra, más allá de su presencia. El legado en Cocha es doble. Es un legado histórico e identitario, pero también de un modo de hacer que entiende que, como decía Ana, “el tango es ir”.