María Eugenia tenía un año y medio la madrugada del 14 de agosto de 1975, cuando despertó en un llanto en su cuna de la cabaña de las afueras de Córdoba capital donde pasaba algunas noches junto a su papá y su mamá. El llanto duró bastante, le contó Víctor, su tío menor, que entonces tenía 12 años. Les niñes habían quedado soles en la casa de la que el Comando Libertadores de América, la “Triple A cordobesa” se había llevado, horas antes, a los integrantes adultos de la familia Pujadas que allí descansaban: José María y Josefa Pujadas, abueles de María Eugenia y mapadres de Víctor; José María hijo y Mirta, mapadres de la beba y María José, su tía. María Eugenia no lo sabía entonces, pero junto a su joven tío y su madre fueron les úniques sobrevivientes de una de las peores masacres predictatoriales de la historia local. Y no lo comprendió cabalmente hasta muchos años después, cuando se animó “finalmente” a reconstruir su historia, la de sus orígenes, la de su identidad: “Siempre tuve el sello ‘Pujadas’ en la frente y nunca entendí del todo qué significaba eso hasta que terminé de escribir este libro”, concluyó en relación a La mujer que se hizo hilvanando retazos, un relato que es a la vez autobiografía, homenaje y manifiesto sobre el ser familiar de víctimas de la represión ilegal y sobreviviente.
Aquella bebé de un año y medio tiene hoy 48 años y dice que “es otra” desde que La mujer que se hizo hilvanando retazos (Lago Editora) salió a la luz y comenzó a girar. Aquello sucedió a mediados de 2022, con una presentación en Radio Nacional Córdoba. En un año y medio sucedieron otras seis más –incluida una en Barcelona, de donde llegaron a la Argentina los Pujadas originarios– . La publicación está encarando su tercera edición que se presentará el 7 de marzo en La Casa de Cataluña, en Buenos Aires.
"Es la historia de mi vida, de mi familia y del camino que hice para conocer ese origen, pero también una declaración sobre cómo homenajearlos. Quien quiera conocer los detalles grotescos de la historia de los Pujadas puede preguntarle a Google que le responderá con los relatos de tinte policial. En mi reconstrucción quiero contarlos desde otro lado, quiero contar otra cosa”, explicó Pujadas en diálogo con Página/12. El libro es el armado final del rompecabezas que comenzó a principios de los años 2000, una tarea en la que la acompañó en la redacción Miguel Cabrera, en la producción su hermano Mariano Pujadas y en la ilustración su otro hermano Gustavo Pujadas.
Una reconstrucción
La madrugada del 14 de agosto de 1975 tuvo un final desbordado de horror y odio para parte de la familia de María Eugenia: sus abuelos José María y Josefa Pujadas, su tía María José y su papá José María fueron fusilados y dinamitados sus cuerpos dentro de un pozo en las cercanías del campo en donde funcionaba el emprendimiento avícola familiar. Murta Bustos, su mamá, también fue herida de gravedad, pero sobrevivió.
Después de que Víctor lograra calmar su llanto, María Eugenia se durmió junto a él en una de las camas de la cabaña, donde fueron encontrades por personal de la granja en la mañana siguiente. A María Eugenia la llevaron con sus abueles maternos.
Abuelo Ambrosio y abuela Carmelina la criaron “alejada de toda la historia” de sus orígenes, recordó la mujer quien reconoce el enojo que tuvo “durante mucho tiempo” por esa falta de información y la comprensión con la que finalmente perdonó. “Fue la forma que encontraron para protegerme, entendí que lo hacían para cuidarme y hoy, quizás, estoy agradecida porque si hay algo que me caracteriza es que de todo esto que me pasó no tengo odio ni rencor”, explica.
–¿Cómo y por qué decidió reconstruir su historia y escribirla en un libro?
–El ímpetu de salir a buscar la verdad lo tuve de grande. De chica quizá se me acercaban personas, me contaban sobre mi tío Mariano, sobre todo. Pero yo no sabía bien cómo habían sido las cosas ni detalladamente quién había sido mi tío. Hasta que fui al tribunal y me vine con los dos expedientes. Yo salgo a la calle y tengo el sello ‘Pujadas’ en la frente, siempre fue así. Pero no comprendí del todo qué significaba eso hasta que terminé de escribir este libro. Necesité reconstruir mi historia.
En La mujer que se hizo hilvanando retazos, Pujadas califica de “huecos oscuros, silenciosos atiborrados de misterio” a la falta de información sobre su familia que caracterizó sus días desde los comienzos, ese faltante que fue llenando a partir del momento en el que tuvo en sus manos los expedientes de la investigación judicial de la masacre de 1975, a principios de los años 2000. Allí tuvo datos que recopiló la Justicia en la mañana siguiente al crimen múltiple, vio fotos, tuvo nombres de responsables y una certeza: “A los Pujadas los mataron por odio. Fue su objetivo eliminarlos, figura en la causa”, sostuvo la escritora.
Desde entonces, comenzó a tejer: encuentros y reuniones con familiares y amigos, militantes y conocidos. Y vínculos permanentes con la memoria desde el memorial de los desaparecidos que se encuentra emplazado en el Cementerio de San Vicente, donde fue hallada una fosa común de la última dictadura.
El foco
Se sorprendió con todo lo que descubrió, de grande, sobre su familia. “Mis abuelos vinieron exiliados de España, escapando de la dictadura de Franco. Fueron bienvenidos en Argentina, apostaron y crecieron en Córdoba, tuvieron seis hijos y eran prósperos pero la taba se les dio vuelta, sufrieron hasta la muerte y parte de su descendencia debió exiliarse nuevamente, volvieron al origen, a España”, resumió.
En el libro, María Eugenia cuenta detalladamente la historia previa a la masacre, una historia que es “una apuesta a la vida, a una vida feliz”, dice. “Mucha gente llega al libro esperando encontrar la historia de la masacre de los Pujadas y se sorprende porque no está centrado en ese hecho, sino en la historia que lo rodeó desde el pasado y la historia que sobrevino luego. Es la historia de mi vida y del camino que hice para conocer mi origen, más allá del horror”, explicó la autora.
De cómo José María y Josefa Pujadas, los abuelos de María Eugenia, llegaron a Argentina, cambiaron la medicina por la actividad agrícola en una granja que fundaron en las afueras de Córdoba capital hasta el dolor que les dio vuelta la vida con la detención de Mariano, el segundo hijo, militante originario de Montoneros, apresado a principios de los 70 y fusilado en la masacre de Trelew. Del compromiso del matrimonio con la búsqueda de justicia para los fusilados en la Base Militar Almirante Zar –fueron fundadores del grupo de familiares de víctimas–, del asesinato de dos de sus otros hijos –José María y María José–, de la militancia política hasta el odio de las autoridades militares y policiales hacia la familia, que desembocó en la matanza final. De la sobrevida de Mirta Bustos, la mamá de María Eugenia, de la crianza que atravesó la escritora junto a sus abueles maternes y sus tías, hasta la necesidad de “llenar vacíos” para compartir su historia con sus propios hijos. Todo está hilvanado en su libro.
“Es tan grande el daño que nos han hecho que es muy difícil no quedar encerrados en el dolor. Pero conocer nuestros orígenes y la lucha de quienes los integraron es una cuestión de identidad”, apuntó Pujadas, y concluyó: “Para mí fue fundamental conocer quienes fueron los Pujadas, comprender por qué se dedicaron algunos de ellos a dar la vida por los demás y también descubrir que eran gente sencilla, buena, que buscó la felicidad. Aquello se convirtió en la plataforma desde donde ejerzo la memoria, desde donde miro hacia adelante y aprendo para que nada de aquello vuelva a ocurrir”.