“El acorazado va lento, pero va”: la metáfora del cantante y guitarrista Juan Pablo Fernández le sienta perfecto al derrotero que eligió junto a sus compañeros de banda, el bajista Federico Ghazarossian y el baterista Luciano “Lulo” Esain. Porque Acorazado Potemkin, el notable trío de punk y post punk atravesado por la porteñidad que formaron hace ocho años acaba de publicar su tercer disco, Labios del río, que demuestra tanto la consolidación de su personalidad musical como la apertura a nuevas estructuras y sonoridades. Y en ese trayecto lento pero pisando sobre suelo firme, finalmente llegará a Niceto para la presentación del álbum, el próximo 3 de noviembre. Las experiencias de los tres –que vienen de bandas como Pequeña Orquesta Reincidentes, Don Cornelio y La Zona, Los Visitantes y Valle de Muñecas–, los llevaron a optar por un camino en el que las decisiones estéticas y éticas esquivan lo “fácil” y predigerido, incluso dentro de los parámetros del under local. “Nunca pensamos ‘a ver si la pego’, solamente en si lo que hacemos nos gusta”, se planta Ghazarossian. “En los últimos diez años de mi vida empecé a hacer cosas que me gusten sí o sí, no dependo de que venga un productor y me diga ‘si acá ponés un Do mayor, la pegás’. Confío más en lo que intuimos entre los tres que en lo que pueda decirme un tipo que me vende no sé qué... Porque eso de que ‘la pegás’ puede durar un año. A mí me gusta más la idea del desarrollo de una personalidad dentro de la banda”.
Labios del río trae la misma enjundia y profundidad que sus antecesores (Mugre y Remolino), más una apertura sonora que amplía el núcleo del trío con piano, violín o flauta, siempre aplicadas en el lugar justo, como para elevar a las canciones. “Cuando se labura en el disco siempre hay algo ‘ficcional’, porque uno piensa en el reflejo del vivo, la autenticidad de la banda, pero después se da cuenta de que está todo eso, pero que hay cosas que está bueno potenciar”, explica Fernández. “Por eso cada instrumento tiene un laburo específico para cada canción. Todo el disco tiene un sonido muy especial, que es muy fiel a la banda pero a la vez abre otra cosa. Esa es una de las cosas más lindas que nos quedan de este disco. Creo que es el más ambicioso que hicimos... y que yo haya hecho alguna vez”. Y Ghazarossian apoya: “Lo que noto, comparado con otros discos, es que cambiamos rítmicamente con la misma armonía. También, después de tres discos, tenemos que buscar variantes, porque somos un trío, no hay mucho chiste. Y lo buscamos investigando o trabajando sobre la armonía”.
–Lo de no repetirse, ¿también aparece a la hora de narrar?
Federico Ghazarossian: –No creo que nos planteemos tanto, sale más natural. A veces tiene que ver con que les pido que toquemos un tema porque no tengo grabador en casa y si no me lo olvido...
Juan Pablo Fernández: –A ver: acá nada es inocente. Hay mucho impulso espontáneo, pero después se resignifica. Lo que pasa es que, después de tantos años, nos permitimos eso. A partir de la consolidación de un lenguaje y un universo en común, nos permitimos más arbitrariedades, caprichos, misterios... Dado un lenguaje, ampliás el vocabulario siguiendo esa idea. Y podemos tener letras más tontas, más dramáticas, más simples, con chistes como “El rosarino”, pero no son inocentes: todas están puestas por algo. A veces pueden empezar como un juego de palabras... El tema de los Beatles empezamos a tocarlo de una manera y jugando en la sala de ensayo terminó siendo un tema nuestro. Nos planteamos si era una letra amistosa, si le metíamos cosas de la porteñidad a la letra, y así fue cómo lo tomamos.
Ese vocabulario musical ampliado le permite a Acorazado Potemkin una paleta sobre la cual escribir sobre el dolor de las pérdidas (en la psicodelia épica y electrificada de “Hablar de vos”) y las separaciones (“Las cajas”, “Mundo lego”), celebrar la amistad (“Dos de nosotros”, de los Beatles), trazar una crónica “gonzo” de frontera y contrabando (“Santo Tomé”), jugar con las palabras ante la inevitabilidad del final de una relación (“El rosarino”) y ponerse ansioso ante el inicio de otra (“Sopa de alambre”), y hasta reflejar casi a las piñas un estado de confusión vital (“Roto y descosido”). “Ya somos gente grande y tomamos las cosas de modo diferente. No es que nos atraviesan los estereotipos y queremos el último celular...”, dice Ghazarossian, y Fernández completa con la frase que le dijo un amigo: “Las letras son así porque a esta edad ya nos pasó de todo”.
Pese a la profundidad lírica de las composiciones de Fernández y Ghazarossian, los tres músicos insisten en que para ellos “el tema tiene que estar resuelto armónica y melódicamente, y la letra tiene que ser un plus, tiene subrayar y enfatizar, no tiene que ser lo fundamental”. “El crítico Simon Reynolds habla del lirocentrismo...”, dice Fernández. “En un momento tenés que elegir: el tema no puede ser monótono y repetitivo, tiene que cargarse de intensidad. Si yo tengo que sacar una o dos estrofas, las saco. ‘Ya está, no podemos volver a la parte A’, me dice Lulo (risas)”. Y el bajista pone como ejemplo la canción “Hablar de vos”: “Musicalmente, Lulo y yo no nos movemos, adoptamos una postura mántrica. Y la melodía, del modo cómo la dice Juan, ya tenía todo ese peso como para llevar el tema”.
–Fernández, esa canción habla sobre la ausencia de su hermano Santiago (que se suicidó a principios de año) y la canta junto a otro de sus hermanos, Mariano (ex Me Darás Mil Hijos). ¿Ya sabía que quería hablar de ese tema?
J. P. F.: –Sí, pero la música ya estaba. Lo que pasa es que yo sabía que era el tema que quería que fuera para él. Y la presencia de mi hermano es constante, desde el cariño hasta comer con amigos y terminar hablando de qué pasó con Santiago. Entonces, siempre terminamos hablando de él. A partir de esa situación tan cotidiana, quise hacer como una clave con la frase “hablar de vos”, un cierre de estrofa que te va contando.
–¿Un cierre catártico, también?
J. P. F.: –Capaz lo fue, no sé. Estoy aprendiendo a vivir con eso, entonces no puedo teorizar, pero sí compartirlo. Los chicos han sido muy generosos en abrirlo a la posible catarsis que yo pudiera hacer, pero después nos dimos cuenta de que era algo compartido, y no solamente desde las amistades que compartimos con Fede, sino cuando empieza a aparecer la fraternidad, la falta de uno, los hermanos... Ahora nosotros somos tres hermanos, en la familia de Lulo son tres hermanos, el hermano de Lulo (Mariano “Manza” Esain) es el productor de Labios del río, mientras Lulo y Manza trabajaban en el disco se ocupaban de temas familiares... Todo el tiempo estamos atravesados por eso y es simplemente ponerlo arriba de la mesa. Llamalo catarsis o cómo sea... Hay un espacio personal e íntimo al que no renunciamos y que es parte de la discusión estética de la banda. Después termina siendo público porque se convierte en una obra, pero es una decisión aceptarlo y dejarlo así.
–Y cuando se convierte en obra, otras personas se identifican con la canción desde sus lugares.
F. G.: –Pero como artistas, una vez que lo grabás o lo tirás en vivo, ya lo liberaste, y las lecturas son infinitas, tienen que ver con lo que cada uno vive. Cuando escribo, seguro en alguna frase te voy a contar algo mío; siempre hay algo personal, pero una vez que lo liberaste cada uno tiene su lectura.
–Pero, ¿hasta dónde se puede exponer esa intimidad?
J. P. F.: –Hasta esto... No sé, en otro momento te diré. Podría decirte que hay cuatro o cinco letras que hablan sobre el suicidio de mi hermano, y en el disco hice cinco. Hay versos que se cargan distinto. Nosotros tocamos en el Conti una semana después de la muerte de mi hermano, ya teníamos la fecha hecha y decidimos tocar. Y yo cantaba “todos tienen algo que envidiarle a los muertos” y me preguntaba: “¿Qué significa esto?”. También nos pasó cuando tocamos por Mariano Ferreyra en Plaza de Mayo: “¿Vamos a tocar ‘Los muertos’ acá?”. Siempre pasa eso...
F. G.: –Cuando se hacen estas cosas, hay algo de curación, de sanarse uno, de no quedarse tildado en un lugar.
Lulo Esain: –Esa posibilidad de expresarlo es fundamental. Yo pienso “Menos mal que puedo cagar a palos la batería, estar con la vena hinchada y terminar hecho mierda”.
J. P. F.: –Toda la vida dije lo mismo y en este año, en que he vivido situaciones muy tristes de verdad, empecé a entender la profundidad de lo que yo mismo pensaba, que era que el arte me había hecho comprender y entender situaciones y el lugar que me tocaba vivir. No sé si es sanador o catártico, ojalá lo sea, pero al menos entiendo ese lugar.
–Otras dos canciones dolorosas, pero por separaciones, son “Las cajas” y “Mundo lego”...
J. P. F.: –“Mundo lego” son tres poesías diferentes de un mismo libro de Josefina Saffioti. Ese libro tiene dos ejes paralelos, que son la judicialización de un caso de violencia de género y las mudanzas. De la parte de libro que habla sobre la mudanza, elegí tres poemas porque encontré que había un eje temático común, y una estructura de versos que se repetía y me permitía armarlos como estrofas y estribillo. En ese caso, fue al revés de como hago siempre, porque trabajé la música sobre el poema. Pero siempre vuelvo para confirmar que funciona la melodía, como cuando hacés la comprobación de una ecuación.
–“Humano” es una canción pop rock con mucha influencia de R.E.M., algo que a priori no se esperaba de Acorazado Potemkin.
F. G.: –Es la vuelta que le dio el grupo, ¿eh? La canción era así, pero me sorprendió cómo lo mezcló Manza, porque había una guitarra que era como esos bloques furiosos de Radiohead, pero le dio un color más de pop acústico, con la furia más medida. Y la influencia de R.E.M. la veo más en otros temas, como “Haz de luz”.
J. P. F.: –Todo el disco tiene influencia de R.E.M. Me parece que las influencias son los Beatles, The Clash y R.E.M.
L. E.: –Cuando Fede trajo el riff de “Humano”, yo dije “esto va con la acústica”. Y la toma de piano de Elby (Ollala) es fantástica, entonces medio que se comía la canción. Cuando Manza tiró la primera mezcla, con el piano recontra al frente, le dijimos “dejala así, si está buenísima”. Si en los demás queda la guitarra al frente... En este disco quisimos mostrar otro costado de la personalidad de la banda.
F. G.: –Igual, cuando compongo no pienso en pop o rock. Capaz sí en “Roto y descosido”, pero pienso más en la armonía, las letras y las notas, el resto termina redondeándolo la banda.
–Son una banda con sonido muy porteño, pero las canciones en las que se habla del interior, como “Santo Tomé” o antes “Puma Thurman” no lo hacen desde esa mirada canchera con la que generalmente se asocia al porteño.
J. P. F.: –Bueno, me alegro, porque viajamos bastante y nos involucramos... Uno es medio esponja y curioso. “Santo Tomé” fue por una situación en la que venía en auto con los chicos, tenía que hacer noche en un pueblo, encontramos un lugar para acampar, después se empezó a pudrir, no había lugar para comer ni dónde poner la carpa. Era un lugar medio malandra... Empecé a entender cómo funcionaban algunas cosas y a pensar “está todo podrido” (risas).
–La canción empieza con la frase “Tiros al aire, tiros a la pared”...
J. P. F: –¡Es que era así! Estaba con los chicos durmiendo al lado y escuchaba los escopetazos. No sé si es que se cagan a tiros en la frontera o se avisan cosas y uno se cree que se están cagando a tiros.
F. G.: –Pero no estaban cazando teros, claramente.
–¿Son una banda de culto?
J. P. F.: –Ojalá que no.
F. G.: –Nunca me gustó ese mote, me parece que es algo más de los periodistas o los productores que de la gente. Somos una banda de música intensa, si querés... A mí me gusta el hecho popular, de culto es como que te hacés el intelectual.
J. P. F.: –El aura “de culto” como algo esnob no me interesa en lo más mínimo. Lo que pasa es que, es cierto, no nos van a invitar al casamiento de Messi (risas). Hacen bien en invitar a los Decadentes, a bandas que son un poco más interesantes que nosotros para esa situación... Pero, para otras situaciones, ahí estamos nosotros: un buen divorcio, por ejemplo (carcajadas).
F. G.: –Te tocamos “La mitad”, “Las cajas”...
J. P. F.: –Una vez me dijeron que hacíamos “rock para divorciados”. Insisto: a esta edad ya nos pasó de todo...