Tal vez la historia recuerde a los Médici por haber sido mecenas más que por haber sido banqueros.
En otra época el poder simbólico del arte y el coleccionismo garantizaba un renglón en los anales de la historia.
El heroísmo civil de hoy simplifica y reduce con cinismo las cosas porque destaca a quien hace dinero de cualquier manera, aunque ignore o tal vez desprecie el arte y la cultura. Por eso es bienvenido el gesto de la Fundación Proa, que presenta, con curaduría de Patricia Rizzo y Mayra Zolezzi -como curadora adjunta- , la tercera edición de “Colecciones de artistas”, en donde se exhiben muy personales conjuntos de obras de las colecciones de Cynthia Cohen, Marina De Caro, Sigismond de Vajay, Gachi Hasper, Inés Raiteri, Rosana Schoijett y Cecilia Szalkowicz y Gastón Pérsico. En total la muestra incluye unas cuatrocientas obras.
Casi todas las colecciones se constituyen a partir del gusto personal, y en muchos casos hay una selección programática, que persigue un sentido o un recorte determinado. En el coleccionismo tradicional quizás haya menos intervención del azar, porque se trata de fijar, en la batalla de los sentidos, una secuencia, un panorama, un recorrido, a partir de qué tipo de obra entra (y de definir también aquello que no entra) a formar parte del conjunto. Es una demostración de poder simbólico, de posesión, como correlato del poder real.
El coleccionismo y la colección se relacionan con la acumulación controlada; con la reunión de algo que probablemente estaba disperso. Toda colección es incompleta respecto de la producción real, pero esa incompletud supone al mismo tiempo una ilusión de ser algo completo, de marcar un nuevo sentido, una suerte de antología de una tendencia, una época, un momento; un artista o grupo de artistas, etc. Todas las piezas de una colección, a partir de su incorporación al conjunto, nacen de nuevo; por eso las colecciones son generalmente bautizadas con los nombres de sus propietarios o de las instituciones y los lugares a lo que pasan a integrarse patrimonialmente.
En ese vaivén que va de la colección al coleccionista, algo del ojo del propietario se cuela en la obra, como si se tratara de combinar los ecos de una clase especial de creatividad compartida, de un tipo especial de complicidad. Como si el carácter artístico se contagiara del artista al coleccionista.
Si para el coleccionismo tradicional se trata de hacer Historia y participar en el mercado, en el caso de los artistas “coleccionadores” se trata de un fluir de historias y fraternidades, porque las colecciones de los artistas se construyen a partir de intercambios, regalos o compras asociados a la amistad, a la genealogía (familiar o construida, por vía sanguínea o por influencias), al intercambio entre pares, discípulos o maestros. Detrás de cada obra siempre hay un relato iluminador sobre el modo y el momento en que esa obra pasó a la intimidad de la casa o el taller.
“Colecciones de artistas” presenta un espacio del arte –el de la privacidad de los talleres y la casas– que contrasta con la galería o el museo porque escapa a las reglas de exhibición, de montaje y de disposición usuales. Los lazos que unen una obra con otra en las salas dedicadas a cada artista/coleccionista son caprichosos y eluden el guión académico, el modo ensayístico y la 'propuesta curatorial'.
La ideología estética de la exposición concibe el espacio íntimo del artista como una lectura alternativa, como una guía de ojos expertos y caprichosos que miran desde la facción de la práctica y desde el poder creativo que implica la mirada artística. Son conjuntos de obras que abren al espectador nuevas entradas al mundo del arte y a miradas y relaciones diferentes. También hay, por supuesto, el narcisismo de exhibirse a sí misma/o, y una cierta endogamia, en la que se exhiben mutuamente, unas y otros.
En las sucesivas colecciones de artistas se presenta el arte como un ordenamiento y disposición de mundos íntimos con puntos de contacto con el mundo exterior.
Estas colecciones contrastan con el coleccionismo tradicional y están lejos del que se conforma como especulativo, porque es un coleccionismo afectivo, casual, personalísimo.
“Si vemos en perspectiva las tres ediciones de esta serie -dice Adriana Rosenberg, directora de la Fundación Proa- se puede apreciar un panorama del arte argentino del siglo XX y XXI; y lo interesante también es que cada momento registra los cambios en las prácticas artísticas locales. La aparición de las becas y talleres cambió la forma de producir en comparación con las décadas anteriores, cuando los artistas no convivían, sino que era generalmente una actividad mucho más solitaria”.
Junto con “Colecciones de artistas”, en la sala 4 se presenta la exposición “Paisajes políticos”, de Carlos Trilnick (1957-2020), artista audiovisual, fotógrafo y docente, precursor del videoarte en Argentina.
* En la Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, hasta el 3 de marzo.