Cuando parte de este mundo un personaje respetado, admirado en su profesión, autor de magníficos trabajos en su disciplina, ya cercano a cumplir los 100 años, se suele hablar de "ese hombre que se retiró luego de cumplir con una valiosa trayectoria". Pero en el caso de Alfredo Eric Calcagno, brillante economista fallecido en la mañana de este lunes 29 de enero, no se puede hablar de retiro ni de su trayectoria hablando en pasado. Porque hasta hace un mes participó, sin interrupciones desde el inicio del ciclo en plena pandemia, de un programa radial en el que siempre aportó su sabiduría y su reconocida capacidad didáctica, para permitir entender y desmadejar los más complicados problemas económicas de cada día.
Porque don Alfredo fue un estudioso profundo de los problemas económicos, ensayista prolífico y divulgador eficaz de un pensamiento comprometido con el desarrollo nacional y latinoamericano. Y con el bienestar de los pueblos.
Con títulos en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y en Ciencias Políticas en la Universidad de París, Calcagno ejerció cargos durante dos décadas en la Cepal y en la Unctad. Ha sido, además, profesor de Política Económica y de Modelos Políticos en diversas universidades latinoamericanas.
En el año 2018, ya con 93 cumplidos, publicó en autoría compartida con sus hijos Alfredo y Eric, un libro que anticipaba uno de los problemas que se convertiría en eje del debate político y económico de los años siguientes: Manual del Estado, teoría y práctica de la política.
"¿Qué es el Estado? ¿Para qué sirve? En estos tiempos cegados de inmediatez, creemos importante recuperar el análisis a través del estudio del poder del Estado y del poder en el Estado: no sólo decir qué es, sino cómo funciona", proponían los autores en su presentación. Parece mentira que hoy, con un proyecto de ley ómnibus que hará todo lo posible por pulverizar ese poder del Estado, estemos volviendo sobre un material tan valioso publicado hace menos de seis años y que, para muchos de los que hoy intentan dar pelea, haya pasado poco menos que desapercibido.
Así era Don Alfredo. Un analista fino sobre temas gruesos. Un observador punzante sin palabras estruendosas. Un generador de pensamiento propio. Por eso, y por haber sido un gran tipo, con mucho humor, que fuera convocado para trabajar con Salvador Allende, Juan Perón, Fidel Castro y Hugo Chávez, que en distintos momentos supieron valorar sus capacidades, se lo va a extrañar.