En la gigantesca movilización popular del 24E, una de las más grandes desde el retorno de la democracia, tiraron agua hirviendo (Santiago del Estero) y lavandina (CABA) desde los edificios. El grito de guerra era: vagos, vayan a laburar. Es cierto que fueron hechos aislados, pero deben sumarse a otros que muestran una espiral de intolerancia preocupante. La inefable diputada nacional de LLA, Lilia Lemoine, fue en el mismo sentido: "Los artistas no son de primera necesidad... y pueden agarrar la pala”.
Varias reflexiones. La violencia explícita que conllevan los hechos sucedidos, así como las afirmaciones de la legisladora, expresan una nula predisposición a tomar en cuenta los valores y reglas de la vida democrática. Añoran la dictadura.
Es útil recordar, y sumar, el intento de magnicidio de la vicepresidenta, los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, las balaceras al local de Nuevo Encuentro en 2016. La derecha y la violencia son hermanas siamesas. La deriva del concepto es que quien protesta es vago y conecta directo con zurdo K y de la Cámpora. Y por ende no merece ni justicia. Nada nuevo ni original: la idea de que hay que trabajar sin reclamar ni protestar, y quien lo hace merece lo peor, está muy arraigada en la derecha vernácula. Especialmente en los sectores rurales, que es donde se nutre buena parte de nuestro fascismo político-cultural.
Lemoine la emprende contra los artistas: tampoco es novedad en el gorilismo. Las persecuciones a Tita Merello, Nelly Omar, Hugo del Carril, por citar algunas, solo algunas, son una prueba. La derecha tiene una particular y añeja aversión a la cultura peronista, contra la que siempre confrontó: Borges, las Ocampo, Bioy Casares, Mujica Laínez… Pero aquel antiperonismo cerril no se jactaba, ni militaba, la ignorancia, como ahora. Al contrario. Ni que hablar la oligarquía pre-peronista, la de la generación del 80, Paul Groussac, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Joaquín V. González, Ricardo Güiraldes o el grupo Florida. Sin duda era otra derecha y otra oligarquía. Aquella con olor a bosta tenía buen gusto (vaya paradoja); ésta con sabor a soja, es de cuarta.
Pero hay algo increíble: CFK repartió 92 millones de libros a escuelas y bibliotecas. Macri, en tres de sus cuatro años, ni uno solo. CFK construyó más de 2000 escuelas; ellos, tres. Y quedaron inconclusas. Durante el kirchnerismo se fundaron 17 universidades nacionales, la derecha hizo su campaña electoral reclamando no crear más universidades y además cerró escuelas públicas. El actual presidente quita subvenciones a las bibliotecas populares. También la emprende contra los trabajadores de la cultura y desfinancia el INCAA, el Instituto del Teatro y todo lo que huela a ilustración popular. Sin embargo, se acusa a los K de querer un pueblo ignorante para poder manipularlo. ¡Es de locos! Acá no entiende el que no quiere. Son francamente detestables.
Los 90 fueron la banalización de la cultura, pero estaba dominada por la noche y la farándula urbana. A nadie se le ocurría mandar a otro a trabajar. La desocupación trepó al 25 por ciento y el “campo” estaba en llamas de bronca. El “agarrá la pala” y “anda a laburar” son expresiones rurales, viejas en el interior profundo y nuevas en la ciudad. Según mi observación se hicieron citadinas a partir de la disputa del 2008. Es en el conflicto de las retenciones, cuando la soja “invade” la ciudad y aparece la militancia de estos slogans.
Este macartismo contra la cultura nunca es inocuo ni gratuito, siempre trae mucho dolor. Cientos de trabajadores fueron torturados, encarcelados y desaparecidos durante la dictadura militar. También en democracia, a partir de 1975 la Triple A, se dedicó a amenazar y a atentar, preferentemente, contra artistas e intelectuales. La violencia empieza con discursos cargados de odio, escala, y después no hay cómo frenarla.
Fueron los trabajadores de la cultura los que nutrieron y acompañaron a los organismos de DDHH, junto a la juventud y el movimiento obrero quienes abrieron una brecha a la dictadura, Malvinas mediante. Me acuerdo de Teatro Abierto, o de una obra emblemática del teatro rosarino como lo fue ¿Cómo te explico?, puesta en escena por el legendario grupo Arteón. La derecha conoce mejor que nadie el poder de los artistas populares, por eso los ataca.
¿Vieron que siempre coinciden el “anda a laburar” con los que denuncian alguna injusticia? Parece que en el liberalismo no hay holgazanes. Tener plata y ser de derecha es un salvoconducto para que nadie te acuse de vago. Si heredaste un campo y lo alquilas, como sucede hoy con en el 70 por ciento de los dueños de la tierra en la Argentina, “aunque vivas de la siega a la siembra en la taberna” nunca te mandaran a agarrar la pala. Ahora si sos un peón golondrina que no quiere juntar aceitunas o limones por “dos mangos” la hora y a destajo, sos un planero vago que no te gusta laburar.
La derecha adjudica al trabajo un valor supremo en sí mismo; es un remedio genérico que aplica, sin interesarse por el contexto. Le da lo mismo que sea trabajo esclavo, un siervo de la gleba o un trabajador post revolución industrial, sin horario. El trabajo per se no dignifica nada: lo que dignifica son los derechos. Trabajar sin derechos es como estar preso sin haber cometido ningún delito.
Ese encono contra artistas e intelectuales se percibe con mayor intensidad en el interior, más que en las grandes urbes. El “agarrá la pala” (porque trabajar es hacer pozos o cortar yuyos) es un concepto típicamente rural, con reminiscencias feudales, que tiene mucha “hinchada” tierra adentro. La batalla cultural es distinta en la ciudad que en los pueblos .
Ante cualquier atisbo de cambio, la derecha emite una alerta temprana y comienza a hostigar, calumniar, perseguir. Y más a los jóvenes: ñoquis, vagos, comunistas, zurdos, kirchneristas, gremialistas, militantes, que viven con la nuestra. El epíteto es inmediato, y lo propalan y militan, sin una sola prueba, con una enjundia digna de mejor causa, a base de chismes y anónimos en redes sociales. Son corrosivos.
Recuerdo con nostalgia una mesa de café en Máximo Paz en los años 80, donde este tema del ataque al trabajo intelectual estaba en debate permanente, y también el macartismo. En el campo el tiempo es más lento.
Uno de los contertulios era el español Narciso Mareque, un exiliado republicano, lector voraz, con varios libros escritos. En 1984 publicó Las Madres de Plaza de Mayo. Un día, en medio del fragor del debate sobre el trabajo intelectual, contó la siguiente anécdota: el escritor vasco Pio Baroja (1872-1956) pasaba el verano en un pueblo rural donde era muy querido. Su casa tenía un ventanal a la calle donde escribía, y una huerta al frente Todas las mañanas, un campesino que iba a cultivar las tierras comunales lo saludaba: “Buen día, don Pio ¿Descansando?“ Sin dejar de escribir, Baroja respondía: “No, trabajando”. A la tarde, el escritor hacia la huerta. Cuando regresaba, el campesino lo saludaba con un: “Buenas tardes, Don Pio ¿Trabajando?” Baroja respondía: “No, descansando”. Hasta que un día, el campesino se paró y le espetó: “No entiendo: cuando está sentado, trabaja; y cuando trabaja, descansa”.
Nuestra derecha comparte y promueve esa mirada aldeana de la vida, con el agravante de considerar una amenaza todo lo que no entiende o no sabe: lo que no le cierra, por las dudas, lo estigmatiza y ataca. La derecha argentina se ruralizó, y absorbió lo peor de nuestro conservadurismo agrario: sus prejuicios e ignorancia.
El conflicto del 2008 potenció esa arista conservadora que reproduce un macartismo cultural muy peligroso, y le extendió el pasaporte ciudadano. Rápidamente, la derecha lo urbanizó y lo incorporó a su discurso político, para seducir a las huestes agrarias. Hay que reconocer que esta demagogia barata le dio muy buenos dividendos electorales. No solo es una amenaza a la democracia: también a nuestra libertad y nuestras vidas. Son peligrosos de verdad: fueron la cara civil de la dictadura; son nostálgicos y están en el gobierno. Solo la calle los puede frenar. Es tarea de todos/todas.