Es el martes 23, el día previo al paro y marcha del 24E. Martín está tomando un café de la expendedora en el patio antiguo de la biblioteca sobre Pasaje Álvarez. Un recreo en un día con poco público, y aunque mucha gente no ha podido viajar este verano, por “las fuerzas del cielo”, muchos aprovechan ir al río o a las islas. Llega Alina para su almuerzo blíster. La dejan estacionar la moto del delivery en el patio. El guardia ya la conoce y hace la vista gorda. Martín le guiña un ojo al policía y le convida un café de la máquina. Alina le ofrece la mitad de un pancho y Cristian, el guardia, sonríe pero no acepta y agradece.

Alina habla con el mismo desenfado en todas partes y ante cualquiera que la escuche: --¿Van a la marcha mañana?

--Yo no puedo –dice el policía-. Bah, voy a trabajar a la zona.

--Yo no sé… dice Martín-- nos liberan a las doce pero también nos vigilan. Hay miedo a perder el laburo.

--Y vos sos medio cuida Martín… te cuidaron tanto que pasaste de huevo frito a huevo duro. ¡Burócratas!

Los tres se ríen. Martín ya sabe cómo es Alina, pero también reconoce que hay algo de cierto. --Yo voy con las pibas del sindicato de delivery y las del taxi femenino, She.

--Ustedes no tienen sindicato… dice Cristian.

--Yo lo estoy armando en Rosario, dice Alina. Hice una comisión con todas las Apps. Pasá el informe botón… Y otra vez se ríen los tres.

--Bueno, yo voy con el colectivo de artistas y escritores, dice Martín. Pedimos por la ley del libro. La 25.542. En Inglaterra desde que derogaron la ley en 1995, las librerías se redujeron a la mitad y los precios aumentaron casi el doble que el índice general.

--Tu amiguita Miriam estará feliz, ¿eh? Saquito verde ahora tiene mil marchas para protestar. Lo único que sabe hacer.

--Yo te dije lo que era Milei ¿Te acordás? ¿Te acordás la noche de la fiesta de la rotisería cuando le conté al Gordo Beto lo que iba a pasar?

--No vendemos ni pan de ayer en Echesú. Bajamos las ventas a la mitad. Ya echó una cocinera y una piba del mostrador ¿Cómo la ves ahora Martín? Lo que pasó ya pasó… ¿pero ahora qué viene? Mi abuela dice que una vez hubo 5 presidentes en una semana y 20 muertos en un día ¿Vos que leés, qué dicen los libros?

--No. No es ese escenario. Eso fue hace 25 años. Otro país, otro mundo. No hay ese peronismo. Ni un “zabeca de Banfield”.

--¿Y estos doscientos cincuenta mil libros que tenés acá no hablan…?

--Leer es un proceso lento, complejo.

--¿El radicalismo… ?

-- Noooo… --se ríen los tres--. Leer es saber asociar y para saber asociar hay que haber leído mucho. Un gran lector hace asociaciones cada vez más extensas y profundas y cuando leemos, por intuición y deductivamente, buscamos lo que ya hemos leído: buscamos en las palabras lo que ya sabemos que está en ellas. Como si no hubiera sorpresa. Es distinto en la lengua, con el habla: allí es donde el lenguaje es más performativo y todo lo que se oye, sucederá... las palabras dichas preparan el camino de lo que vendrá, son precursoras. A veces, avisan de otra temporada de incendios. A veces, cuando las palabras son tan terribles, es preferible solo oírlas, la locución tiene alguna forma de levedad que las puede hacer más tolerables, como si hubiera modos de aliviar el terror. Si quien escucha es una persona que no cree que haya palabras insignificantes, si es alguien compasivo y comprensivo, y si es un buen lector que sabe asociar, sentirá que su escucha le sucede sentado arriba de un barril de pólvora.

--No entiendo mucho pero presiento algo ¿Intuición es eso?

--Sí.

--Yo les dije a Beto y a las compañeras de la comisión: ahora hay que marchar y a resistir. Hasta la ley de aborto nos quiere sacar el Guasón.

--Nosotros concentramos en la Plaza Fontanarrosa, ¿ustedes?

--En la plaza 25 de Mayo, en el Correo.

--Nos vemos ahí, dice Cristian, el policía, y sonríe.

--Martín al final va a arrugar, acordate tira, éste no va.

--Alina, no me conocés. Acá soy Clark Kent y en la calle soy…

--Barbie.

--No. Mirá, escuchá, escuchá bien: cuando era pibe nuestros juegos de guerra eran provocados por un deseo irrefrenable de correr o marchar. Pero lo decisivo era una energía que ponía el cuerpo y que el mismo cuerpo necesitaba. Y parecía sin freno, incansable. Insaciables de agitar, correr, trepar. Había momentos en que nos golpeábamos pero sin hacernos daño. La lucha era nuestro baile. De cada conducta hacíamos un entrenamiento y un ejercicio. Una vez en las sierras del La Salle gané el juego del Bulldog, escapé en un campo de fútbol a la persecución de 59 compañeros y llegué invicto a la línea de meta. Pero eso no era una hazaña. Era una rutina. Pequeños Ignacios de Loyola, Werners Herzogs o Ches Guevaritas. Fuimos en bici hasta Morteros, Rufino, Sá Pereira, y caminando, éramos como los peregrinos de la Edad Media. Todo lo que hago ahora es la traducción de ese deseo irrefrenable de marchar ¿Qué jugamos?

 

Entonces, Alina volvió a olvidarse del lugar, y como toda respuesta al relato infantil de Martín le comió la boca a labios abiertos y lengua en ristre. Le tiró la bandeja al policía y pasaron sin escalas del blíster a los labios de él que la recibió, primero, duro como el huevo, y después, frito como un enamorado.