Las palabras de Feda Baeza parecen la hojarasca de una vida que ha quedado atrás y otra que se inicia con elegancia y un dejo de picardía. O tal vez son el producto de una existencia que se arma capa por capa, como una pintura donde se asientan varios tiempos diferentes. La flor del sexo, editado por la galeria de arte Komuna a finales del 2023, es un libro sobre la busqueda del erotismo y el poder para desplegarse nueva en un mundo que solo sabe, por ahora, ofrecer y repartir.

El libro está compuesto por un breve infierno de historias. A ese infierno, un tanto azul si se quiere, lo protagoniza una narradora cautelosa con lo que dice, que susurra algunas experiencias del orden del goce: el sexo, las conversaciones, las miradas de la noche y las drogas. La autoficción se encuentra al servicio de narrar la fluidez del erotismo y cómo este opera en los vínculos, desde dos amantes lesbianas hasta una gata negra que atesora el silencio. En cada página la sensualidad baila, pero es una danza moderada, bien pensada y ejecutada, sin grandes desbordes y con una coreografía que impone sus imágenes sobre las palabras, un poco a contrapelo del trabajo como curadora de arte de Baeza.

A lo largo de la lectura, todo es sueño y contemplación: un abismo circular de estímulos que intervienen en la protagonista, una entidad trans que recorre a sus amantes como lo hacen los flâneur con las ciudades. Pero a diferencia de muchas, la autora tiene pleno control sobre su ensoñación: “Me pienso como una hechicera que hace pociones con brebajes que a veces inducen al sueño, a una lucidez infernal, al delirio, al arrebato violento o a la muerte. No lo elegí, es lo que toca”, afirma en un párrafo donde interviene la elegancia y la solemnidad. ¿Pero de dónde nace ese control, esa evidencia de una astucia abrumadora que recorre el libro? Baeza prefiere fecundar su narrativa con placer y dejar de lado el sometimiento, para darle vida a la experiencia y los conocimientos que se retuercen en la noche.


Recuerdo de mi misma

Durante mucho tiempo, Baeza se construyó a sí misma bajo los pilares del conocimiento académico y su recorrido como curadora por las galerías de arte contemporáneo de Buenos Aires. En paralelo, tal vez sin plena conciencia, otro busqueda iniciaba su gestación: el aprendizaje de la intimidad, de las posibilidades de los cuerpos y de las coordenadas de afecto que le escapan a la normativa heterosexual. Desde esos vectores de fantasía y frustración, la autora escribe unas experiencias deformadas de sí misma para enaltecer una forma de vida que subyace en la sombra de lo público. “Los textos son una crónica ficcionalizada de distintas experiencias que tuve al comienzo de mi transición y otros recuerdos infantiles y de mi adolescencia. Surgen de los relatos de lo que una cuenta a las amigas, de las aventuras, de la ocurrencia que surge de la oralidad y la charla”, afirma la escritora en conversación con SOY.

En La flor del Sexo nada es estable y todo sugiere posibilidad, encuentro y secretos que se esparcen por las sábanas y los antros. En este sentido, la protagonista actúa como una detectora de impresiones: captura gestos, actitudes y las sugerencias de sus pares. Las decodifica y las devuelve con la elegancia de quién se impone como cómplice. Es una voz jocosa pero también señorial, pero sin dar ningún tipo de lección sobre la vida travesti ni subrayar la discirminacion o los obstáculos evidentes para con su colectivo. En el libro no hay padecimiento, sino una fuerza que galopa al servicio del placer, ese monstruo dorado capaz de darle mil formas sin nombre a aquello que se presume prohibido.

Federica Baeza pertenece a un nuevo linaje trans que busca promover otro punto de vista sobre su comunidad. En cada página, la realidad parece estar al servicio de una literatura travesti diferente, lejana a las historias de dolor y lucha que se conocen. Consciente de sus privilegios, la autora busca articular una existencia tan ligera como la adolescencia, un lugar donde la educación emocional era primordial y experimentar todo, desde lo más alto hasta lo más bajo, era la mejor manera para conocerse a una misma.