Estamos en el umbral de la legitimación parlamentaria de la derrota a manos del fascismo que ya nos gobierna.
Aún bajo el fulgor impreciso de una esperanza nada optimista, busco que las letras armen hileras y que las frases sostengan. Me refugio en un libro que por estas horas y meses se ha vuelto de cabecera. Didi Huberman escribe en La supervivencia de las luciérnagas, que frente a la exigencia de “aclamar unánimemente” (no está hablando de la ley llamada “ómnibus”, ¿será que no está hablando de ello?), “por los márgenes… caminan innumerables pueblos para los cuales parece cada vez más necesaria una contra-información.
Pueblos luciérnaga, cuando se retiran en la noche, buscan como pueden su libertad de movimientos, huyen de los reflectores del reino, hacen lo imposible para afirmar sus deseos, emitir sus propios resplandores y dirigirlos a otros”. Sigo las pisadas todavía frescas que laten como corazones empeñados en la obstinación, que nos dejaron esas palabras. Somos seres que atraviesan la noche hacia un horizonte improbable, y aun así, aun así, avanzamos. Escribo ahora yo en las páginas de este diario que supo y sabe de obstinaciones y de hacer de la contra-información un refugio, una apertura, un territorio de existencia y de resistencia.
En estas mismas páginas vengo escribiendo acerca de luciérnagas y noctilucas, de la libertad heredera de Paul Eluard y de Miguel Hernández, de las y los luchadores que a lo largo de la Historia nos legaron palabras. Apenas palabras. Contra los vientos lacrimógenos que ahora, hoy, provienen de leyes que contarán con las firmas de la traición y la infinita vergüenza de quienes suscriban al fascismo, ya no son gases ni balas, no por ahora, son leyes. La contra-información resplandece en la noche. Es y seguirá siendo faro porque el silencio es la peor de las derrotas y se lo combate en las calles, en las casas, en las hojas urgentes que se suman a ese camino de huellas de todas las históricas resistencias. El silencio no es salud ni es libertad el consentimiento y la sumisión elegidas, ofrecidas a la violencia del pie que nos aplasta con su luminosa y ominosa amenaza.