El personaje y la intérprete pueden habitar la escena como dos entidades separadas, del mismo modo que la autora del texto deviene en personaje y en materia de su escritura. Hay un desplazamiento en el libro El corazón del daño (Random House 2021) que funciona como el impulso del conflicto. Salirse de cuadro, desmarcarse es el estilo y la consecuencia del texto de María Negroni, un material que se vuelve poema mientras se aventura en el ensayo y ofrece algunas situaciones que podrían formar parte de una novela.
Ese texto pedía un cuerpo, necesitaba de una voz, tal vez por remitir a la impronta del poema que busca ser dicho, integrarse a una instancia compartida. El peligro de llevarlo a escena estaba en quedar demasiado cerca de la anécdota y dejar de lado el componente que lo vuelve excepcional. María Negroni escribe sobre su madre para escribir sobre ella misma y, en ese gesto, reconstruye las decisiones, los impulsos que la armaron como escritora. El corazón del daño es un registro por los modos en que los hechos transmutan en literatura y es también una reflexión extenuada sobre la manera en que la escritura transforma cada hecho que se vive en un territorio donde las palabras deambulan como cuerpos perdidos.
Para actuar este texto, para encontrar en él una dramaturgia inminente, se necesitaba de una actriz como Marilú Marini capaz de implicarse, de contar las situaciones desde la identificación y, a la vez, de proponer un estilo donde el armado realista de la escena se desmarca.
Es justamente el marco de ese cuadro en la escenografía de Oria Puppo que opera como síntesis de un concepto que anuda al sujeto del relato: el pasaje de la obediencia incansable a la conquista de la propia vida sin abandonar nunca esa pasión por la madre que sucede más allá de los años sin verse, de los viajes y de todas las diferencias que ella traza en su biografía como la manifestación esquiva de ese amor. Pero también el desmarcarse tiene que ver con correrse del código de una escritura y eso es lo que Marini traduce con su actuación. No solo por los quiebres que establece en la dramaturgia donde cada parte capturada del texto se revela como una secuencia en sí misma, sino porque la actuación es aquí una narración que logra su autonomía.
Si los distintos roles habitan en ella, si puede ser la hija, la madre y algún otro personaje que en la velocidad del recuerdo tiene su instante diáfano, esa secuencia está en sintonía con el rol de autora.
La invención es esa voluntad de apropiarse de lo real que constituye la mirada de la escritora. En la puesta de Alejandro Tantanian nunca se pierde ese plano autoral. Marini entiende que el conflicto ocurre entre las frases, las palabras, que las situaciones hacen al vínculo con su madre en la medida en que esa respiración asmática que evoca es la inspiración para el fraseo del poema. El silencio sobre el que María Negroni va a reflexionar siempre, porque es en ese idioma donde se funda el aprendizaje que ella realiza en torno a su madre, es la válvula de lo indecible sobre la que Marini desata una gestualidad elástica. Hay algo expresionista que busca hacer saltar a las palabras como si chocaran entre ellas mientras la actriz las mira con una sonrisa cautivante y excéntrica.
Marini pasa a ser la encarnación de imágenes que se suceden como iluminaciones fugaces. Su manera de decir parece poblar la escena de personajes fantásticos que nacen de un cuerpo tomado por una sensibilidad exaltada. Al hablar rompe el verosímil para entrar en una dimensión donde la trama no se limita a la anécdota sino que se cuenta desde el lenguaje que su actuación inventa para indagar y ampliar lo que sucede. El cuerpo está alerta a ese relámpago del azar que puede cambiarlo todo.
El trabajo de Alejandro Tantanian como director se desarrolla en esa conjunción de variantes donde el recuerdo es presencia. La discontinuidad del texto, que no elude un orden cronológico amenazado siempre por las interferencias de la razón, podría ser una forma más controlada del fluir de la conciencia. Desde la puesta en escena el tiempo de la actuación es el lugar de la autora.
El corazón del daño se presenta de miércoles a domingos a las 20 en el Teatro El Picadero.