Liliana Heker escribe desde que tiene memoria y sus palabras tienen la fuerza de la transformación. Hace unos días, ante cientos de escritores, poetas, artistas, dio una clase abierta en la Plaza de los dos Congresos en la Feria del Libro Urgente contra la arremetida del Gobierno de Milei al arte y a la cultura. 

Unos días después de esa experiencia, reflexiona: “Me dio alegría y cierta esperanza percibir en quienes me rodeaban la conciencia de que, cuando las papas queman, somos capaces de unirnos y luchar todos juntos”, dice. 

¿Cómo te sentiste dando la clase abierta?

--Sentí que estaba donde debía estar: junto a libreros, editores independientes, dibujantes, otros escritores, creadores de los diversos campos de la cultura, lectores, dispuestos todos a estar presentes y a contribuir con nuestro oficio y nuestra pasión a defender derechos que exceden la actividad de cada uno de nosotros y que hoy están amenazados. Me dio alegría y cierta esperanza percibir en quienes me rodeaban la conciencia de que, cuando las papas queman, somos capaces de unirnos y luchar todos juntos.

¿Cuál es tu perspectiva de la situación actual desde tu lugar como autora, escritora, artista, trabajadora de la cultura?

--En tanto autora de ficciones, es difícil que, mientras disponga de las condiciones básicas para vivir, una situación exterior modifique de manera significativa mi actividad. Incluso durante la dictadura militar, dentro del pequeño ámbito de libertad que era mi pieza, pude escribir; cuando lo conseguía, ese acto privado y libre me rescataba de la pesadilla en que estábamos viviendo. Ahora también sucede. Contra la angustia, escribo. Pero un cuento o una novela es un trabajo a largo plazo. Lo que nos está pasando como sociedad ocurre ahora y aquí. Es el momento en que nuestra herramienta, las palabras, tiene que actuar de manera inmediata. Hacerse oír ahora. Es una posibilidad que tenemos los escritores, que tienen los artistas en general. Tenemos voz, y esa voz tiene que encontrar la forma de ser escuchada, de volverse acción.

¿Qué sentiste ese día, qué respuestas tuviste?

--El día de la charla en la plaza del Congreso experimenté una emoción muy especial. En primer lugar, estaba en la calle y para mí la calle implica la voz de los que no tienen voz, de los que no cuentan con otro medio para hacer oír sus reclamos. Me supe unida a todos los que me rodeaban; me hicieron sentir que mis palabras podían acompañar y tal vez ayudar. Había gente querida: muchos de mis amados tallerines, amigos de toda la vida, colegas que hacía tiempo no veía; me abracé con la gran Liliana Herrero, cuya voz única suele hacerme compañía mientras trabajo; nos saludamos a la distancia con Cristina Paravano, esa grande del teatro comunitario. Pero, sobre todo, había mucha gente a la que no conocía pero a la que sentí muy cerca. Ese cariño multitudinario me acompañó y me sigue acompañando.

Ese día dijiste que si uno escribe, las palabras tienen que ser mejores que el silencio, ¿podrías explicarlo?

--Me refería en particular a lo que una destina a ser publicado. Yo me puedo levantar un día y escribir: hoy me duele la cabeza. Está bien, es mi libertad. Pero esa frase a secas ¿tiene algún sentido para otros? La literatura es un modo de la comunicación; compleja, no explícita, pero comunicación al fin. ¿Por qué tuve el deseo de contar determinada situación? Tal vez porque algo en ella me pareció absurdo, o injusto, o temible, o porque la sentí atravesada por una casi imperceptible ráfaga de belleza o de monstruosidad. Bueno, eso que, muchas veces de manera difusa, una quiere comunicar no siempre se percibe de entrada en lo que escribimos. Hay que buscarlo hasta que ese resplandor o ese espanto o esa comicidad o esa tensión, eso que le da sentido a nuestra historia, aparezca en lo escrito. ¿Contar por contar? ¿Anotar “hoy me duele la cabeza” y chantárselo a los otros? Me parece una actitud un poco egocéntrica o vanidosa. Mejor tomarse una aspirina. 

Liliana Heker en la clase abierta que dio en el Congreso. Foto: Télam.

Otra cuestión clave que señalaste es que los y las escritoras son trabajadorxs también, pertenecen a la clase trabajadora, ¿por qué lo señalaste con énfasis ese día?

--Me importa aclarar esto: no dije que los escritores, en tanto creadores, pertenecemos a la clase trabajadora; no creo que sea así y enseguida voy a explicar por qué. Lo que dije es que casi todos los artistas y escritores que conozco –y me incluyo--, hemos tenido que ganarnos la vida trabajando; en lo que fuera, como cualquier hijo de vecino. Arreglarnos para tener un ingreso que nos permitiera vivir de manera más o menos aceptable y estar en condiciones, mientras tanto, de dedicarnos a nuestro oficio esencial sin morir de desamparo o inanición. Puse énfasis en eso del trabajo porque poco antes había escuchado a una funcionaria de este gobierno mandarnos a los artistas a agarrar la pala. No sé desde qué tarea suya de excavación lo estaría proponiendo pero, ya que parece ignorar (no solo en este campo) el tema del que está hablando, me permito informarle que hay una larguísima lista de oficios que, en todos los tiempos, han desempeñado los artistas de todas las disciplinas para poder sobrevivir. Y acá sí quiero aclarar por qué no considero que un artista, en tanto creador, pertenezca a la clase trabajadora, tal como la entiendo. Es un trabajo, sí, y en muchos casos, aquel en el que ponemos nuestra mayor dedicación. Pero para sobrevivir tenemos que trabajar en otra cosa. Puede ocurrir, claro, que a la larga o a veces a la corta, un premio importante o una buena repercusión internacional le permita a un artista vivir de su trabajo creador, pero es infrecuente y no hay garantías. Voy a poner un solo ejemplo: el de Héctor Alterio, uno de los mayores si no el mayor entre los actores argentinos. Durante los muchos años en que trabajó en el teatro independiente ya era un actor extraordinario que nos maravillaba desde el escenario, pero todo el día andaba con su portafolios ganándose la vida fuera del teatro. Así suele ser la cosa entre los artistas. Sin contar con que, para barrer el piso, seguimos valiéndonos del escobillón y de la pala. 

También contaste que en esa misma plaza luchaste en los 50 por la educación pública, ¿qué sentís de tener que seguir defendiendo lo mismo por tanto tiempo?

--Fue en el 58, sí. Yo tenía quince años y estaba en cuarto año de la escuela normal. Salíamos a la calle en defensa de la ley 1420, de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. Me recuerdo una mañana en la Plaza Congreso, con guardapolvo blanco, explicándole a un grupo de personas por qué hacíamos huelga. (Y aclaro que, si no fuera por la escuela pública, donde recibí una educación excepcional, no estaría contestando esta entrevista. Mis padres no estaban en condiciones de pagar para que mi hermana y yo recibiéramos una educación de excelencia). Lo que siento con esta vuelta a la Plaza es algo complejo; por un lado, una angustia inevitable cuando pienso que derechos que creíamos indiscutibles corren el riesgo de ser arrasados con una falta de escrúpulos difícil de creer. Por otro lado, siento que, contra unos pocos poderosos a quienes solo les interesa acumular más y más a costa de la miseria de la mayoría y de la degradación del planeta, seguimos en pie, poniendo el cuerpo y nuestras herramientas por lo que consideramos justo. Y entonces depongo toda angustia. 

"En Argentina se hace cada día más difícil vivir del arte". Foto: Jose Nico. 

¿Cómo creés que aporta el arte y la literatura a la lucha por una vida mejor?

--No me engaño; en nuestro país, donde ya se viene deteriorando desde hace tiempo la educación pública y donde sobrevivir se hace cada día más difícil, es lógico que, para una mayoría, el cine, el teatro, la literatura, el arte en general, se estén volviendo casi inaccesibles. Lo que fervientemente aspiro para todo argentino y toda argentina es que, además de una salud protegida, de una vivienda, una educación y una alimentación dignos, tenga la posibilidad de descubrir la lectura, de encontrarse con la música, de ir al teatro y al cine y conmoverse con lo que está viendo y leyendo y escuchando. Porque entonces el mundo se le va a poder abrir más allá de los límites que conoce y va a estar en condiciones de elegir libremente su destino, de no ser engañado por discursos falaces y perversos. Va a ser realmente libre. Ya que los libros, el arte y la ciencia nos ayudan a ser libres. A todos. Por algo, en las propuestas del actual gobierno, hay un empeño tan evidente en borrarlos de la realidad.