“No existe un modelo de una buena sociedad para proponer, pero creo que la teoría psicoanalítica puede y debe decir qué tipo de relación la sociedad debe poder establecer y preservar entre ella y las personas que la integran” para no dañarlas. Además de estas palabras de Piera Aulagnier, sostengo que los psicoanalistas debemos poder denunciar qué es lo que desde el poder político produce daños psíquicos.
Gobernar es una de las profesiones imposibles, junto con educar y psicoanalizar (Freud). Es imposible ya que sus resultados nunca serán plenamente satisfactorios: hay una suerte de roca viva que les hace de tope, me refiero a la imposibilidad radical de socialización/colonización plena del psiquismo humano. Así, no hay socialización sin resto. El riesgo es pretender moldear al sujeto y/o a la sociedad a voluntad. Tal es lo que se propone el proyecto político de LLA. El mismo pertenece al proyecto capitalista de pseudo control, pseudo racional del colectivo y de los sujetos (C. Castoriadis) --en este caso llevado a un extremo-- y que está llamado al fracaso, pero no sin antes desencadenar posibles y trágicas turbulencias. Por empezar, fracasa en intentar engañar, enarbolando a la libertad como proyecto colectivo. También en imponer un pseudo estado de necesidad y urgencia pretendiendo sancionar leyes a medida del beneficio de grandes grupos económicos. La libertad es para ellos.
LLA se ha instituido como una forma de gobierno que enuncia un discurso perverso. Perverso porque le da las espaldas a la ley (pretende no estar sometido a la misma) enarbolando una que le es propia y pretendiendo imponerla gozosamente al colectivo. Es un régimen que enuncia sofismas de modo continuo y masivo para así impedir el pensamiento crítico sobre los mismos, amenazando a quienes cuestionan su proyecto. Un régimen tal es llevado adelante por un grupo que es consciente de haber elegido el mal (P. Aulagnier) y del goce que le produce el sometimiento y sufrimiento ajeno, el pleno dominio sobre los otros. Su promesa de crear un nuevo orden que está más allá de la castración --o sea, que no conoce límites-- es su locura, una locura que seduce justamente por la promesa que hace, la cual resuena en los deseos (inconscientes) más profundos del psiquismo humano. "Justifica su perversión en nombre de un plus-de-placer". Utopía mortífera para llegar a la cual el precio a pagar... “habrá valido la pena”. “Va a haber sufrimiento, todo va a ser horrible... las medidas que implementamos son espantosas, pero no nos queda otra… muchos van a quedar en el camino, es el precio a pagar por la libertad...”. Estas frases emitidas por LLA forman parte de este discurso perverso, en el cual la primera persona del plural es mentirosa: ellos no se ubican en la misma, el sufrimiento es para los otros. Hasta para quienes los eligieron. Por ahora.
El problema para los sujetos, bien descrito por Sandor Ferenczi, es que ante el acto perverso masivo-invasivo, puede haber un abandono de toda defensa --por la masividad de sus enunciados, su vertiginosidad y las amenazas-- y una identificación con el agresor, perdiendo la posibilidad de realizar un juicio crítico hacia el mismo, o sea, de oponerse. Esto implica la muerte de aquello del sujeto que podría oponerse al otro que intenta alienarlo-dominarlo. Lo que redunda en una encerrona trágica (F. Ulloa) en la cual el colectivo deja de tener un tercero a quien apelar. Es bueno aclarar que esto es más eficaz en estados previos de fragmentación social, desamparo y --vemos ahora-- de circulación de un odio que genera identificación con quien se embandera con éste. Liderándolo mesiánicamente.
En medio de esta situación, lo urgente y necesario es el despertar del pensamiento crítico. Un pensamiento crítico es aquel dispuesto a reflexionar sobre lo instituido y sobre sí mismo, sobre sus propios fundamentos, sobre los fundamentos que hacen a la vida del colectivo, sobre sus leyes, sobre el poder que domina el mismo, y --esto es fundamental en nuestro caso--: es aquel dispuesto a llevar adelante una reflexión crítica sobre el pasado reciente y, lo más importante: un pensamiento crítico es también aquel capaz de sostener una deliberación colectiva sobre otros proyectos de forma de vida para la sociedad. Llevar todo esto a cabo está en alguna medida en curso, y su escenario fundamental son las calles (acompañadas por las redes y los medios), que pueden ser lugar de actos asambleísticos (J. Butler) cuando las mismas están dominadas por la decisión de lanzar una interpelación e interrogación sin límites. Esto ya comenzó con los cacerolazos y marchas al Congreso, con las asambleas barriales que están autoconvocándose y deliberando, con el masivo paro y concentración del pasado 24 de enero en todo el país y con las movilizaciones de estos días frente al Congreso mientras tiene lugar el tratamiento del proyecto de la llamada ley ómnibus, que contiene la pretensión de otorgar al Presidente la suma del poder público, otorgándole así facultades extraordinarias, prohibido expresamente por nuestra Constitución (aunque sea por un período acotado) y considerado por la misma como un acto de traición a la patria para quienes lo otorgan y quien lo recibe. Las calles darán una muestra de la capacidad y límites del colectivo social de poner freno a este modo de gobernar. También de su capacidad de tomar la palabra de modo instituyente.
Yago Franco es miembro del Colegio de Psicoanalistas.