Aunque muchos de los malos de Disney están codificados como queers, lo cierto es que las películas animadas también nos dejaron algunas reflexiones interesantes sobre la masculinidad tóxica. Muchos de los villanos más malvados son varones que parecen cortados por la misma tijera. Personajes violentos, reactivos, impulsivos, con dificultad para captar sutilezas y que se manejan con la energía de un marido golpeador.

Tienen mandíbulas gigantes, hombros anchos y brazos musculosos; están dispuestos (y con ganas) de reventar a los tiros a cualquiera que los desafíe y basan su legitimidad en la fuerza física, las amenazas, sus rifles inmensos y la complicidad corporativa de otros hombres como ellos. También tenemos otra saga de villanos que son la contracara de los anteriores. Hablamos de machos heridos con el ego frágil, que tratan de compensar su falta de carisma y sex appeal con gestos agresivos y grotescos.

En el primer grupo está, por ejemplo, Clayton, el antagonista de Tarzán, que usa a la hermosa y dulce Jane para robarse a los gorilas. Pero el máximo representante es, sin dudas, Gastón: una especie de Johnny Bravo malvado, bruto, rústico, con mal gusto, que se cree un galán y es un pedante y que quiere obligar a Bella a ser su novia; pero al descubrir que ella ama a la Bestia, inmediatamente decide reventarlos a balazos. Y, dentro del segundo grupo, hay uno icónico: Lord Farquaad, el irritante noble de las tierras donde vive Shrek. Acomplejado por su estatura, inicia una cruzada contra los personajes de los cuentos de hadas y quiere forzar a Fiona a que se case con él, para convertirse en rey.

Lord Farquaad

La fascinación por la mandíbula ancha

Estos personajes (y otros malvados más) construyen la idea de una masculinidad tóxica a partir de distintos elementos en común: extractivismo, crueldad, desprecio por lo comunitario, su vocación por perseguir minorías y disidentes, su ensañamiento con los más desprotegidos, una obsesión por su aspecto físico (que los hace vulnerables), intenciones tiránicas, el uso de la violencia como forma de disciplinamiento, las voluntad de que explote todo si no logran su cometido y una misoginia exacerbada que los lleva a subestimar a las mujeres que, al fin de cuentas, son quienes logran desbaratar sus planes maléficos. Y que, al final de cada película, se enfrentan sin éxito al pueblo sublevado. Ya sean gorilas, personajes de cuentos de hadas exiliados, o los muebles embrujados del castillo donde vivía la Bestia, (amenazados por Gastón de ser saqueados): estos colectivos de marginales encuentran la forma de organizarse y movilizarse para anular al malo de la película.

Esta masculinidad que se legitima a través de lo brutal, la fascinación por la mandíbula ancha, la intención de exterminio del otro y la misoginia, son cualidades que se revalorizaron, sobre todo, tras la pandemia, y que se manifiestan en grupos de varones en las RRSS. Hablamos, sobre todo, de jóvenes que no supieron cómo gestionar su masculinidad tras el estallido del feminismo y que encontraron en internet reductos para lamer sus heridas y cerrar filas contra la ampliación de derechos de colectivos que detestan. Y que hallaron en el neoliberalismo un “marco teórico” para amparar desde lo político su deseo de pisarle la cabeza al otro, en nombre de la “libertad”, la pureza racial o los valores conservadores, según sea el caso geográfico. 

Pero sobre todo, apelando a la idea darwinista de la supervivencia del más fuerte, donde cada uno se salva solo, solo los más fuertes sobreviven, y el Estado es un “gasto” que promueve que un pueblo sea “débil” y “mantenido”.

Pero estos varones necesitan líderes didácticos y referentes a quienes imitar, también como forma de pertenencia. Y, en nuestra región, tenemos al máximo exponente.

El papadas

Néstor Kirchner y Milei no solo representan dos miradas distintas sobre el mundo -uno arrancó su mandato proponiendo un sueño y el segundo garantizando exterminar a los "zurdos de mierda", -sino también dos formas antagónicas de masculinidad.

A Néstor lo llamaban el pingüino; no solo porque es el animal de su provincia, Santa Cruz, sino porque también tenía algo de pingüino en su andar. Inauguró su gobierno golpeándose con el bastón presidencial en la frente y le tuvieron que poner una curita, tenía una impronta un poco torpe para caminar, se mostraba cariñoso con su familia y amigos y hablaba con la “SH”. Cualidades que lo alejaban del ideario de la masculinidad canónica de MACHO ALFA (qué sí representó Menem).

Sin embargo, esas “carencias” nunca fueron un impedimento para llevar adelante su proyecto político con el apoyo de las mayorías, ganándose el fervor popular por haber levantado un país en llamas desafiando a los poderes colonialistas y a los resabios militares. Además, al contrario de los malos de Disney, el sí se quedó con la chica linda, cuya personalidad y ambición por ser más que “la esposa de”, en ningún momento fueron una amenaza para su hombría.

Milei se encuentra en las antípodas de esta imagen. Su masculinidad frágil se manifiesta a través de distintos actos que buscan exaltar su hombría. Sus redes sociales son la muestra más cabal de ello, donde deja en claro cuáles son sus prioridades. Es significativo cómo en la mayoría de sus retratos trata de fotografiarse desde un ángulo contrapicado, que disimule su papada y que le haga tener cara de “malo” (rasgo que trata de imitar Marra). Frente a la imagen clásica de políticos new age como Larreta, que posan con chomba o camisa abierta y con actitud abierta y receptiva, él intenta de mostrarse “intimidante”: un mensaje amenazante para sus enemigos y una promesa de masculinidad agresiva y valorable para sus seguidores. (Que lo celebran haciendo dibujos de él donde se lo ve editado con una mandíbula gigante y musculoso). Sin embargo, de vez en cuando, se hace una borrada de papada con fotoshop y, de ser posible, también se disimula las arrugas.

Su pelo sucio y casposo y su ropa gastada poco acorde para un rol presidencial, intentan recalcar su personalidad disruptiva como algo “rebelde” y que él no se doblega ante nada, ni siquiera ante las normas protocolares. Como por ejemplo, escribir ¡VIVA LA LIBERTAD CARAJO! en el libro presidencial de actas, en un gesto de rebeldía teen. Sin embargo, a pesar de su evidente falta de higienización, su aspecto físico es de su máxima preocupación y uno de sus talones de Aquiles. Por eso, no es de extrañar que hace un par de semanas se haya hecho viral el hashtag #MileiPitoChico.

Cuando se viralizaron sus pies pequeños (parte corporal masculina vinculada con la virilidad), enseguida salió su novia, Fátima, a tratar de demostrar (sin éxito) con una foto de ambos descalzos que sí son grandes. Cuando en las redes lo acusaban de “virgo”, Fátima una vez más salió a su rescate subiendo un post inquietante de un acolchado que simulaba ser la cama donde habrían “tenido sexo”. O, como si fuese un niño de 12 años, apenas pudo Mieli le dio un beso para las cámaras, para que quede en claro que él es bien machito y está con tremendo minón (la representación de lo que para los fans de Milei es una “mujer de valor”, naturalmente).

De hecho él mismo, en el programa de Mirtha Legrand, presentó a su novia como si fuese el CEO de una empresa, diciendo que ella le gusta porque es exitosa en su trabajo y una de las mujeres más deseadas del país. Sin embargo, dejó en claro que no se casaría porque no cree en la intromisión del Estado en las parejas, pero que sí aceptaría con Fátima que haya “un acuerdo entre partes”, como quien arregla un precio en Mercado Libre.

Indagando más en el ámbito de lo sexual, utiliza sus redes sociales para convalidar mensajes agresivos contra sus contrincantes políticos usando metáforas sexistas que incluyen penes gigantes y mujeres desnudas encadenadas porque, claro, él es el más pijudo. Y que utilice estos dibujos para insultar a Klaus Schwab, quien fue su anfitrión en Davos, no es una falta de cortesía, sino un gesto de ser un macho bien macho que se para de manos, un “domador”. Su única forma de erotizarse aparece a través de la figura de Elon Musk (que le está respirando a Milei en la nuca por nuestro litio), y de quien se sonroja cada vez que habla y con quien se arroba en tuits de contenido que puede ser leído como homoerótico. La lógica de la “domar” a un otro y de “destrozar” a su adversario son parte de su léxico y el de sus fans, que confunden polemizar dando argumentos razonables con gritar hasta quedar al borde del babeo. El aniquilamiento es su fin último.


¿Súper león o gatito mimoso?

Esta necesidad de porongueo beligerante propia de un ego frágil se traslada al plano de lo político con su intención por comprar aviones de guerra, sacar a la gendarmería y a la prefectura disfrazados de soldados ante cualquier protesta, amenazar con romperle los dientes a los manifestantes, disfrazarse de Rambo junto a Luis Petri y con su actitud de negociación cero. Porque él, que se fogueó al calor de TikTok y el panelismo de TV, considera que hacer concesiones y llegar a acuerdos es una muestra no de republicanismo, sino de debilidad. No por nada le dijo a Viviana Canosa que a los zurdos de mierda no hay que darles ni un centímetro; y que se vanagloriaba de pegarle piñas a un muñeco con la cara de Alfonsín todas las mañanas. Esta actitud se manifiesta en la “Ley Ómnibus”, que busca transferirle la concentración de los poderes del Estado y que quiere oficializar amenazando y chantajeando a quienes osen a desafiarlo.

Nada puede contra el jerarca supremo, ni siquiera la muerte. Con la lógica del mercado, logró “trascender” el duelo no elaborado de su perro, clonándolo. Sin embargo, es preso de su propia biología, algo que lo pone en un lugar de vulnerabilidad. En distintas ocasiones dijo que no le gustaba comer y que, si fuese por él, solucionaría ese problema con una pastilla. También considera que descansar es una pérdida de tiempo por lo improductivo. No le gusta ir a asados, estar con amigos y, antes de Fátima, no se le conocieron novias. Su vínculo más estable es con su hermana, a quien llama “el jefe”, porque su misoginia no le permite ponerse por debajo de una “jefa”. Y sus “hijos” son perros que, aunque no pueden contradecirlo, ciertamente los tiene encerrados.

Sus redes sociales condensan este imaginario de masculinidad frágil con imágenes hechas con Inteligencia Artificial donde él mismo se muestra como un león inmenso (animal cazador que simboliza la fuerza viril), guiando al pueblo, en una clara alegoría (poco sutil) mesiánica. Otras veces, él es un león inmenso que persigue ratas (¿será el 45% que no lo votó?) o un león que “destroza” la bandera comunista. Cuando no sube estos dibujos mostrándose a sí mismo como un león-mesías, comparte notas donde otros periodistas hablan de él ensalzando sus cualidades, mostrándolo como un líder con “pelotas” o como “el faro del mundo”. Su condición de emperador desnudo lo lleva a creer, ciegamente, que es un “pijudo” por ir a Davos a “enseñarle economía” a la elite económica mundial. Porque él es un ser supremo, magnánimo, un salvador de dimensiones bíblicas que trae consigo una verdad revelada, y quienes lo desafían es porque “no la ven”.

Las películas de Disney nos enseñaron que el final de los machos heridos nunca puede terminar bien, porque son mucho más frágiles de lo que parecen y porque, en definitiva, hay más pueblo que policías. Lo que sí vemos muy claro es a quién hubiese votado Gastón el último 19 de noviembre.