En la ciudad de Mercedes hay un barrio que se llama Lowe, en el barrio Lowe hay una calle, la número 35 y en esa calle hay una casa de dos planta, blanca, con techo verde donde vivía Josefina, de donde a los cinco años de su edad salía y caminaba cuatro cuadras de tierra hasta el kiosco de Pipo a comprar las mielcitas que formarían parte de la logística, junto con la mochila, la brújula, la lupa y todo lo que fuera necesario para internarse en la selva que quedaba al lado de su casa y que todo el mundo se empeñaba en llamar de terreno baldío ya que “la imaginación me alcanzaba para todo: para buscar bichos, ver la tierra con la lupa, para hacerme mi cueva y vivir como quería. Lo sociable no era lo mío”.

A los seis años andaba cantando por la casa, entonces el papá y la mamá le regalaron un pianito y el sonido brillante de las teclas la mantuvo hipnotizada hasta que a los once tuvo su primera guitarra Gracia y entonces “los cancioneros que se compraban en los quioscos eran el camino directo a tocar temas enteros”.

“Hoy si no canto me muero de angustia. Necesito cantar, componer, reversionar.” Su último tema grabado es una versión de “Instituciones” de Charly García con unos bombos de fondo y unos silencios dramáticos muy potentes porque “yo escucho esos temas que tienen casi cincuenta años, atiendo sus letras, miro las noticias de hoy y sólo pienso que nunca estuvimos tan cerca de 1974 como ahora. Entonces no solo compongo, siento que debo retomar esas letras, esas melodías, y cantarlas de nuevo. Si no canto me gana la desesperación. Es muy grave lo que pasa como para navegarlo en silencio”.

En la secundaria, en la escuela Santa María de Mercedes, fue Sergio, su profesor de historia, quien le habló de la dictadura y del peronismo y de ambos procesos sociales y “casi te diría que fue lo único bueno de mi secundaria porque era un colegio con gente muy jodida, muy cruel, y la pasaba mal de verdad”, no había relación entre ella y el narcicismo rural tan de las elites de los pueblos ganaderos o agrícolas. “La conciencia de clase se ponía de manifiesto en los niveles de crueldad de los hijitos de papá. Tenían todo permitido” y eso, claro, la llevó más adentro suyo hasta esconderse en la boca de la guitarra, pero en ese momento “mi profe habló de la dictadura y del peronismo y me acuerdo que pensé ¿por qué no está todo el mundo de acuerdo con el peronismo? de verdad, desde la lógica no lo entendía” y suelta la carcajada porque “¡igual todavía no lo entiendo!”

El escenario aún la intimida. No importa la cantidad de bares, instituciones, teatros pequeños y peñas por donde pasó. La preparación de su próximo concierto en la peña Sombra Blanca, la pone igual de nerviosa porque “mi momento ideal es cuando preparo un tema, lo grabo, armo la letra, encuentro la melodía y hacemos el trabajo de estudio, la mezcla, subirlo a las redes. Sólo a veces me siento plena frente al público”.

Tengo un dolor

Adentro tengo un dolor

Cala hondo hasta los huesos

Desde el centro de mi tierra

Cala hondo hasta los huesos

La garganta se me cierra

Y de la realidad que la perturba, todavía la salva el recuerdo de su abuelo trayéndole un disco: Naranjo en flor, cuando Jo Marcel estudiaba cine en La Plata y la casa de los abuelos era un buen escondite descubridor de esa música tan lejana al rock que la habitaba por momentos. La casa esa en La Plata, la calle de tierra de Mercedes, el recuerdo de una bicicleta quizá amarilla, la carrera de cine y no mucho más hasta la mañana en que optó por la poesía y la música. Sin olvidar las charlas con Sergio, su profesor de historia y desde ahí decidir para qué y para quien se canta, porque “yo canto para los nuestros. por eso las ganas de versionar ciertas canciones, y de escribir ciertas cosas que quiero decir que son para nosotros, no para el que está en la nube de pedos que le vende la derecha”.

Jo Marcel está rigurosamente al tanto de lo que sucede, y como todos los artistas está preocupada por la quita de presupuestos en todas las ramas del arte y la cultura: “Me parece que desfinanciar la cultura es parte de una intención que va más allá, de una intención de borrar parte de la historia también, de borrar nuestra identidad, que viene disfrazada un poco de este discurso de “hay que ganarse las cosas laburando”, y acompañada también de un desmerecimiento del laburo de los y las artistas, porque realmente hay muchísima gente que ignora totalmente el laburo que hay detrás de la actividad cultural”.

A veces sonríe, pero siempre es más un gesto de paciencia que de alegría. Tiene una forma tímida de desafiar. Hablar como provocando al mundo mientras guiña un ojo, cambiar de tono para adoptar un aire pendenciero y de allí a la duda del arte. Y todo en una frase mientras ceba un mate con un termo lleno de calcomanías peronistas, o mientras juega con sus dedos. Tiene una calma peligrosa cuando recuerda que “ya leí a músicos comentando en las redes 'yo me compré mis instrumentos laburando, sin ayuda de nadie' y eso cansa y da mucha tristeza porque es una batalla que no se si creíamos ganada, pero al menos no perdida, y tener que seguir explicando…”

El trabajo de Jo Marcel está entre el amor y lo que nos pasa al país porque “para mí fue un vértigo asomarme a componer y cantar temas propios pero todo me afecta hasta físicamente, entonces tengo que componer” pero…

Y cuando cae la lluvia

tu amor se lleva mi insomnio

el agua lava mis penas

tu voz ahuyenta demonios

“Claro, el amor es importante, pero ¿sabes que me sucede? Que todo lo que pasa me atraviesa, y creo que es producto de la bronca. Mira, nunca canté con esta potencia que saco ahora y que viene de la furia, y ahí digo: ok, hay que cantar la furia”.