Como los tomates con gusto a tomate y las mandarinas con gusto a mandarina, las canciones de Patricia Turnes tienen ese encanto natural que resulta difícil de encontrar en las góndolas de la oferta algorítmica. Montevideana, escritora, karateca, periodista cultural, tarotista, cinéfila noctámbula y flamante experta en totoras, ya tenía motivos de presentación de sobra cuando en 2016, a sus cuarenta y cinco, decidió sumar el de cantautora y sacar a luz ese arrojo musical amateur que venía desarrollando desde mediados de los noventa, un affaire creativo bien guardado que apenas conocían ella y un puñado de personas cercanas. Desde entonces grabó cuatro discos: el último, El disco de las plantas, se metió a fin de año en las listas de lo mejor de 2023 en su país. Y con justicia. Con producción exquisita de Fabrizio Rossi (Mux, Alucinaciones en Familia) y colaboraciones de referentes del under uruguayo como Pedro Dalton, Flavio Lira o Antolín, el disco es una conquista artesanal de historias que giran alrededor de plantas, una deliciosa colección de peleas vecinales, plantas asesinas, aves migratorias y frutos embriagantes que asoman como un soplo de brisa fresca en medio de un verano alienante. “Igual no soy de tener muchas plantas en casa”, ríe del otro lado del Zoom, y al ratito cuenta que ya tiene cincuenta canciones grabadas en su celular para un próximo disco: “Quiero que vaya por el lado del melódico internacional, José Luis Perales, Isabel Pantoja, esas cosas. Y me gustaría hacerlo igual a ellos, pero no me sale: empiezo queriendo imitarlos y termina siendo un bolazo cualquiera”.
Nacida en 1971 y criada entre Piriápolis, Maldonado y Buenos Aires (donde su familia se exilió durante buena parte de su infancia), en los noventa dio sus primeros pasos como redactora en revistas culturales de Montevideo bajo el seudónimo Piba Piraña: “Empecé a escribir flechada por la música, pero había muy poco espacio para mujeres. Me costó abrirme un lugar, y un poco me desmoralicé”. Pronto comenzó a estudiar Comunicación, carrera que la venía abrumando y abandonó por consejo de su amigo Mario Levrero, quien la alentó para que se lanzara de lleno a la literatura. En una colección curada por el autor publicó en 2001 el libro de cuentos Últimos días con mi familia, y luego llegarían las novelas Pendejos (2007) y Amor y amistad entre ovejas negras (2010), ambas editadas por Planeta. Entre publicación y publicación se recibió de realizadora cinematográfica, trabajó en producción de arte en televisión y continuó escribiendo notas sobre cultura para diarios y revistas. Y entre todo eso continuó con sus canciones, por entonces apenas un secreto compartido con gente amiga.
“No quiero que sean totalmente en serio”, cuenta. “Me gusta que tengan algo que rompa con la monotonía. Y algo de humor, aunque sea una historia triste. En ese sentido, tuve la suerte de tener en mis comienzos un guía muy freak como Mario”. Su amistad con el escritor comenzó como correspondencia electrónica de fan y terminaría en charlas de consejos compartidos. “Una vez en su taller de escritura me tiró unas cartas que había dibujado. Viste que tenía todo un interés en lo esotérico. En una había una escalera, en otra no sé, un rayo. Cosas así, símbolos. Él lo leía a su manera, como si fuera su propio tarot. Tenía todo ese mundo interior rarísimo, y no sé si lo hacía para desestructurarte o de salvaje nomás, pero de golpe con la excusa de esas cartas te decía cosas que te hacían paté, y de ahí te mandaba a escribir. Así empecé los cuentos de mi primer libro”. Otro artista que marcó su camino fue el cantautor Alberto “Mandrake” Wolf: “Fue otra influencia muy importante en mi vida”, cuenta. “Comencé como estudiante de guitarra y terminamos haciendo un programa de radio sobre música y literatura. Al final siento que lo que hago es el resultado de las personas con las que me crucé. También me gustaban mucho las canciones de Darnauchans, y si me hubiera encontrado con él seguramente habría terminado haciendo algo muy diferente”.
Al igual que sus trabajos anteriores –Lentes oscuros (2017), Yo tenía una vida (2018) y Todo lo que no se cuenta en las canciones de amor (2020)–, El disco de las plantas fue editado por Feel de Agua, colectivo de músicos independientes devenido sello discográfico en cuya página puede descargarse su catálogo. En los shows en vivo se presenta junto a los Paquitos, una banda conformada por Rossi, Lira e Ismael Varela (aka Señor Faraón). En posteos de su cuenta de Instagram, Patricia contó la manera en que nacieron algunas de las canciones del disco: “Estábamos en una reunión en el patio de la casa de Fabrizio. La Santa Rita del fondo estaba florecida. Comenté qué lindas flores que tenía, entonces Flavio me dijo que tuviera cuidado, que esa era una planta jodida”. A continuación, Lira le contó a Patricia sobre un gato suyo que se había pinchado con una Santa Rita y luego se infectó y murió. Rossi le advirtió: “¡Tené cuidado, porque Patricia es un peligro, te hace una canción con cualquier historia que le contás!”. Así nació “Canción de la Santa Rita”, uno de los puntos altos del disco, con aportes de Dalton en voz. Otros picos asoman en la inspirada en El Sabalero “Flor de Pajarito”, la historia mínima “Parábola de la Planta de Morrón” y “Totora Autóctona”, donde a la manera de Amalia de la Vega canta sobre el ecosistema que rodea a esa planta con una serie de datos que resuenan en su encanto como leídos directamente de Wikipedia. El cierre es con “Abrió una Flor”, una cumbia dulce y contagiosa cantada a dúo con Antolín.
Ya con su próxima novela bien avanzada (“Trata sobre groupies, van cuatrocientas páginas y por suerte la estoy terminando, hace diez años estoy con eso”), su siguiente paso musical será esa incursión fiel aunque algo disparatada en el melódico internacional. Todo nació de una simple pregunta: “¿Qué saldría si escribiera canciones de ese tipo?”. “Al final me liberé demasiado”, ríe. “Salía de la ducha y cantaba como si tuviera un acompañamiento de orquesta, como una señora menopáusica de Almodóvar. Pero toda esa música es medio así también. Y mi vida en un punto es otra cosa y en otro punto no es ninguna otra cosa. Hay una que se llama ‘Se te soltó la cuerda’, como esos perros atados que se sueltan y muerden a alguien o hacen cualquier desastre. Al final con las canciones aprendí que un poco se trata de eso, ¿no? Arrancar, dejar que te lleven. Y que terminen donde tengan que terminar”.