De Un día de poder hubo unas poquitas funciones el año pasado, en carácter de preestreno, durante el Festival de Artes Escénicas de Rosario. Protagonizada por Andrea Fiorino y Mabel Machín, con dirección de David Gastelú -y asistencia general de Fabio Sbergamo-, la obra escrita por Fiorino afortunadamente vuelve a escena, los viernes y sábados de febrero, a las 21, en Teatro de la Manzana (San Juan 1950).

Es una noticia bienvenida porque Andrea Fiorino es una actriz y dramaturga que despierta siempre expectativa, y porque Un día de poder tuvo una feliz respuesta de público, así como comentarios elogiosos. También porque lo que allí se plantea está en consonancia directa con lo que se vive; si en octubre, cuando la obra se estrenó, el ánimo social era una cosa, ¿qué tendrá para decir la obra en estos días? "No me puse en pesimista, pero mi inconsciente lo veía venir; y escribí la obra de un tirón", sintetiza Andrea Fiorino a Rosario/12.

-Si se quiere, pudiste exorcizar lo que sentías.

-Lo puede exorcizar, pero al hacer ahora el ensayo, esas mismas partes que en octubre, cuando fue el estreno, me emocionaban, ahora me destrozan, porque se revalorizaron mucho más. Las palabras de algunos tramos suenan ahora de manera literal. Entonces, me agarra como un estado de angustia que, actuando, no me había sucedido nunca. Una angustia real, qué después se me pasa, porque tengo que seguir adelante.

-¿Cómo surgió la obra?

-David Gastelú, que dirige la obra y es uno de los directores del FAER junto con Mayra Sánchez -yo soy además la madrina del festival-, me propuso hacer la obra en lo que se llama un site-specific, para que pudiera hablar con el público, fuera crítica, hiciera referencia a los 40 años de democracia, a la situación actual de país, y que tuviera también un poco de humor y de reflexión. Yo me basé un poco en una idea de un libro de Graham Greene, El Doctor Fischer de Ginebra o la fiesta de la bomba, donde el protagonista hace una cena en la que invita a gente para ver hasta dónde llega la miserabilidad del ser humano, reconociéndose él como el más miserable. Solo tomé la idea, no hay un solo texto de ese libro. También para que el público se sentara conmigo en una mesa. David fue tan claro cuando me lo propuso y yo tenía tanto para decir, que lo escribí de un tirón, me salió así. Tiene que ver con todo esto que sucede, y con este dicho que tiene alguna gente, la que dice “dame un día de poder, y pongo una bomba a estos negros de mierda”. Hay gente que es capaz de decir algo así; no sé si lo harían, pero lo dicen.

-Y al decirlo, lo avalan.

-Es de una violencia absoluta. Cuando hicimos aquellas tres funciones en el Petit Salón, yo imaginaba cierta situación, pero no pensé en esta cosa tan despiadada.

-¿Cómo es la interacción con Mabel Machín?

-Si bien es un monólogo, está intervenido por la presencia de Mabel, quien además es violinista. David quería incorporar a un músico en escena, y se me ocurrió que esta mujer, que está venida a menos por las crisis que azotaron al país, pero sigue sosteniendo su mirada de vida, tenía que tener un ama de llaves o algo así. Entonces, el personaje de Mabel tiene muchísima presencia, está todo el tiempo en escena y hasta incomoda, no solo a mí sino a los espectadores.

Mabel Machín está todo el tiempo en escena.

-¿Volvés a respetar la disposición original de escena, una mesa con pocos espectadores sentados alrededor?

-Sí, sentados conmigo y algunos en el escenario, para que entren más. Pero con el mismo formato.

-¿Y cómo fue la experiencia de esas tres funciones, con el público tan cerca tuyo?

-¡Muy difícil! (risas). Yo soy muy insegura en un montón de cosas, pero en el teatro generalmente no me sucede, me siento muy plena y cómoda, pero esto fue un desafío. Sabía que iba a estar un poco más nerviosa que otras veces, y sí, me agarra un tembleque que lo aprovecho, le suma al personaje, porque carga más tensión. Había tenido cercanía con el público a veces, trabajando el café concert en los ’90, pero es otra cosa, si se llegaba a ir a las mesas era dentro de algo muy humorístico. Acá están con la luz de sala casi todo el tiempo y los veo perfectamente, o sea, cualquier cosa que suceda también la tengo que ingresar al texto, porque no puedo dejar pasar si a alguien le agarra un ataque de tos. La cercanía con el público es brava, pero me encanta, funcionó perfectamente bien, pero tengo que entrenarlo un poco más.

-Teniendo en cuenta el humor, que es característico en tus obras, ¿cómo trabajás el proceso de escritura? ¿Qué tenés previsto y qué no?

-Mis obras van a tener humor siempre, aunque sea un drama, como El destino de los huesos, donde había gotas de humor, eso siempre me interesa. Pero en el momento de escribir, al humor no lo pienso, porque después me va a salir solo. Escribo el texto desde un lugar más dramático o trágico, pero sé que el humor en algún momento va a salir. Cuando le di el texto a David, me decía: “buenísimo, pero es demasiado duro”. Yo le comentaba que no se preocupara, que el humor iba a aparecer. Y fue así. Pero es un humor completamente distinto al de un café concert, algo que hace rato no hago y ya no tengo ganas. Desde hace unos ocho años, mi camino está yendo por el lado de una obra más profunda, un humor más reflexivo, de algo que pinte la realidad o llegue a ser casi un biodrama, como fue el caso de Crónica de una debacle, con Claudia Schujman, donde, con la excusa de hablar sobre cómo habíamos atravesado la pandemia los artistas escénicos, hablábamos de lo que nos había pasado a nosotras. Mi trabajo está yendo para ese lado.

-Una trayectoria en donde las etapas que distinguís son consecuentes.

-Creo que, sin aquel recorrido, no podría echar mano de ese humor ahora. Este entrenamiento del humor, tanto en lo actoral como en lo dramatúrgico, me viene muy bien para que un texto duro, difícil, pueda, no alivianarse, pero sí digerirse de otro modo para el espectador. Además, me aburriría si hago lo que hacía antes, con varios personajes, cambiando de vestuario rápidamente. No quiere decir que no lo vuelva a hacer, pero es un formato que ya pasó; me vino bien y me brindó un entrenamiento muy grande, pero ahora viré para otro lado.

Debido a la cantidad reducida de público, las entradas para Un día de poder solo se adquieren con reserva, a través del WhatsApp 341 377 7979.