"Porque vivimos a golpes,
porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,…
estamos tocando el fondo,
estamos tocando el fondo”.
Gabriel Celaya, "La poesía es un arma cargada de futuro"
Queridos lectores: desde estas hermosas playas (esparcí arena en mi comedor diario para darle un look vacacional), les escribo mientras disfruto del sol virtual que se muestra en la pantalla de mi computadora, intento que la silla se autoperciba reposera y pruebo unos pases mágicos para que las galletitas de arroz con tomatito y queso hagan las veces de “picada completa con mariscos” y el agua saborizada al limón juegue de vermú.
Llamé al licenciado A. para que me ayudase a superar estos tiempos tan angustiantes, con la esperanza de no encontrarlo –ya que se va de vacaciones a esta altura del año– y así ahorrarme la sesión, pero ya estaba de vuelta.
Me explicó que su plan había sido irse por tres semanas, pero, en la medida en que su auto avanzaba rumbo a la playa, iba viendo cómo aumentaban los precios en la mismísima ruta; en tanto aumentaban los kilómetros recorridos, bajaba el número de días de descanso. Llegó a destino tres días después de haber pegado la vuelta (si esto les suena loco, es que no están viviendo en nuestro país, hay gente que ya se gastó el sueldo de octubre 2025, y otros, para cenar, se cocinan un “recuerdo de hamburguesa con alegoría de papas fritas”).
Antes, la gente se iba de vacaciones para estar con su familia en otro sitio, e intentar pasarla mejor que en su casa –aunque para eso quizás mejor que cambiar de sitio hubiera sido cambiar de familia–. Ahora parece ser que la nueva costumbre argentina es ir a la costa o a las sierras y, en plena naturaleza, gritar: “¡Qué caro que está todo, LPQLP!” Cumplido el rito, vuelven a casa, donde seguramente todo estará más caro aún.
Otra manera de disfrutar las vacaciones es ir al supermercado y no comprar nada. La estadía todavía no te la cobran (¡no des ideas, Rudy, no des ideas!). Es posible que otro “cliente”, que tampoco compra nada, vea que uno está ahí parado y decida ahorrarse (él, ella) su terapia hablando con usted. Quizás puede usted decirle que lo escucha, y que sus honorarios son una lata de palmitos (si tiene usted gran trayectoria profesional), un kilo de milanesas de oferta (si tiene cierto reconocimiento) o una cebolla de verdeo (si es su primer paciente).
Si es de los que extrañan esos días de “mar peligroso” o “tormenta que arruina las vacaciones” puede pararse en alguna cola de banco. Seguro habrá alguien que exclame: “¡Está todo muy caro, pero es por culpa del gobierno anterior!” (sí, porque dejó que ganaran estos), o “¡hay que darles tiempo!” (un país no se puede destruir en una sola semana), o bien: “Bueno, lo que pasa es que hay que pagar lo que valen las cosas” (las cosas, sí; el trabajo de la gente, no hace falta pagarlo por lo que vale), “es que había muchos ñoquis que no trabajaban ni nada” (no como ahora, que tenemos gente que trabaja todo el día para hacernos daño). Los paréntesis se refieren a lo que usted (o yo) podemos pensar al escuchar eso. Uno lo piensa en voz baja, o alta, según cómo quiera pasar sus vacaciones.
También está quien decide usar sus vacaciones para hacerse famoso. Lo que hubiera gastado en dos semanas en la costa, lo “invierte” en un kilo de lomo, y después les podrá decir a sus relaciones: “Ay, no sabés, compré un kilo de lomo y me quisieron entrevistar de tres canales de televisión”.
Es difícil tomarse vacaciones en un país en el que no sabés dónde, ni cómo, ni cuándo estás. Es como avanzar en un auto cuya palanca de cambios hubiera enloquecido y, si ponés “primera”, va marcha atrás (y, en segunda, tercera cuarta o quinta, también).
Cuando no hay ley, todo se confunde. Porque ya lo sabemos: “hecha la ley, hecha la trampa”, pero si no hay ley, tampoco hay trampa. O mejor dicho, hay trampa, pero nadie sabe discriminarla de la ley. O, un poco más allá, la trampa se vuelve ley, y la ley, trampa.
Entonces, cual cambalache discepoliano del siglo XXI, podemos cantar: “Es lo mismo el que tuitea todo el día como un rey, que el que vive del decreto, que el que afana, que el que curra, o el que deroga la ley”.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video estreno de Rudy-Sanz “Yo solito”, donde se desarrolla con claridad el concepto de “Narcisismus tremens”, cuadro clínico que parece estar de moda: