Hay un escritor argentino que se va por las ramas de la lectura y la escritura para treparse por el tronco de una vida que inhala literatura y exhala narraciones de largo aliento. Land –un nombre que suena a tierra y a patria-- es un lector voraz e insomne capaz de meterse dentro de los libros que lee para habitar una realidad distinta y alejarse del caos de la casa familiar y de unos padres imperfectos. Aunque no quiere ser escritor, termina convirtiéndose en una especie de “ghost writer de autobiografías”. Una epidemia de la desmemoria borra y altera el pasado de Land y de quienes lo rodean. Este es el disparador de El estilo de los elementos (Random House), de Rodrigo Fresán, un texto monumental de más de 700 páginas sobre la niñez y la vocación literaria, dos arterias principales de su frondoso imaginario narrativo, en la que los hijos se salvan leyendo y los escritores fantasmas reescriben el pasado para no dejar de recordar.
Las lectoras y lectores seguirán a Land en su infancia, adolescencia y madurez a lo largo de tres grandes ciudades que, aunque no se mencionan por sus nombres, se pueden vincular con Buenos Aires, Caracas y Barcelona, los lugares biográficos del nacimiento y los desplazamientos: primero el exilio familiar, durante la dictadura cívico-militar, y luego la decisión de vivir en la capital catalana.
Memorias ficticias
No es casual que uno de los epígrafes de la novela más nabokoviana de Fresán --que salió el 11 de enero en España y a los tres días agotó su primera edición-- sea un fragmento de las memorias ficticias A Fan’s Notes, del autor estadounidense Frederick Exley (1929-1992): “Aunque los eventos narrados en este libro tengan una cierta similitud con aquellos de esa larga malaise, mi vida, muchos de los sucesos y personajes que aquí figuran han sido creados únicamente por mi imaginación. En tales casos, todo parecido es pura coincidencia y niego desde ya toda responsabilidad por su relación con personas o acontecimientos reales. Al crear tales personajes me he valido con toda libertad de mi imaginación basándome apenas en ciertos patrones de mi vida pasada. En gran parte –y por esta razón-- pido entonces ser juzgado como un escritor que practica el género fantástico”.
La tentación de homologar a Land con Fresán (Buenos Aires, 1963) tiene un asidero que no es menor: los dos son lectores que han leído mucho. La diferencia es significativa: Fresán siempre quiso ser escritor. Cuando sea grande no seré escritor, se dijo Land siendo todavía un niño. O dice que se dijo aquel que recuerda y reescribe una infancia en la Gran Ciudad, que podría ser Buenos Aires, a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, “época y sitio cuando y donde nadie oía a nadie, porque todos hablaban al mismo tiempo: monologando sin pausa y con muchas réplicas, como en un terremoto que no dejaba de replicarse a sí mismo”.
Esa infancia transcurre entre padres que son editores legendarios de Ex Editors, una editorial pequeña y artesanal envidiada por las más grandes y tradicionales editoriales (unos padres obsesionados con que el niño sea escritor y que le regalan una y otra vez The elements of Style), fiestas hipnóticas que se extienden hasta el amanecer, “hijos de…”, como Land, que solo aspiran a dormir un poco y llegar puntuales a la escuela al día siguiente; largos veraneos con los abuelos, tardes deambulando por las librerías de una avenida céntrica e insomne, funerales que congregan multitudes y despiertan la secreta e inexplicable alegría de su abuelo y polémicas culturales que dan paso a sueños revolucionarios y armados.
La página negra escrita la noche anterior
Uno de los pilares de Ex Editors es el escritor César X Drill, mítico guionista y dibujante de historietas, eterno sabio tribal, una especie de Zaratustra fresaniano, que emula literariamente a la obra maestra de Friedrich Nietzsche: “Así habló César X Drill (y así escuchó Land): ‘No se trata de ese famoso temor a la página en blanco, Land. Se trata del terror a leer, a la mañana siguiente, la negra página escrita la noche anterior’”.
Las novelas de Fresán, columnista de Página/12, se subrayan a mansalva por la telaraña de reflexiones punzantes y sentencias que aguijonean las zonas de confort donde el pensamiento se estanca o se vuelve lugar común. “Así habló César X Drill (y así escuchó Land): ‘Nada más peligroso para una persona insomne como yo que los sueños. Sobre todo los sueños colectivos a los que uno se sube para descubrir que no hay asiento libre y que viajará incómodo y que, seguro, se equivocará de trayecto. O que, distraído, de pronto se descubrirá en el fin de la línea y en la última palabra-parada…”.
En el reparto de personajes de la última novela de Fresán se destaca Ella, una de las tres hermanas mellizas que llegan desde el extranjero al parque de la Gran Ciudad II, donde Land y sus vecinos adolescentes se reúnen. Ella es primer amor a primera vista. Land lee para sobrevivir y roba libros. Todavía no sabe que ese libro que robó, que no es el primero, El Tractatus logico-philosophicus, de Ludwig Wittgenstein, será un libro que se llevaría a una isla desierta. Roba libros como si en lugar de un delito fuese un acto de justicia.
Un edificio con muchas estancias que se abren y cierran, comunicadas entre sí por pasillos y escaleras. Esa podría ser una aproximación al archipiélago narrativo que empezó con Historia argentina en 1991 y que se fue expandiendo con Vidas de Santos, Trabajos manuales, La velocidad de las cosas, Mantra, Jardines de Kensington, El fondo del cielo y el tríptico compuesto por La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada y Melvill.
“Artífice de una obra que crece y se expande según la lógica del rizoma, o en otras palabras, a través de las conexiones, los tallos subterráneos y las variaciones infinitas de la reescritura, Fresán añade ahora una habitación más al edificio en permanente (re)construcción que constituye su producción literaria. Mezcla de Bildungsroman, novela de amor, crónica de época y cuento de fantasmas, El estilo de los elementos es un artefacto monumental que, siempre a punto de desbordarse por el impulso de una prosa prolífica, encuentra su red de contención en aquellos hilos que articulan con firmeza la obra del escritor: la vocación literaria, la paternidad, la infancia, el pasado como un espectro que recorre el presente, y la nunca transparente ni sencilla relación entre realidad y ficción”, plantea la editorial Random House, que viene publicando las novelas del premiado escritor argentino que en 2017 recibió en Francia el Premio Roger Caillois a la totalidad de su obra por ser “un escritor atípico, transgresor e ineludible”.
A favor de los hijos
Hay vasos comunicantes inagotables entre El estilo de los elementos con los cuentos de Historia argentina y las novelas La parte recordada y Melvill, que se descubren en los temas que, a modo de obsesiones personales, Fresán transita una y otra vez, añadiendo nuevos giros y capas de sentido a un relato que se amplía y se transforma. Un elemento recurrente es la figura del tríptico, que en su última novela se plasma en los tres movimientos que estructuran la narración y reaparece en la reproducción de El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, que Land y Ella estudian con curiosidad adolescente. Otra cuestión que se reitera es el aluvión de epígrafes en los que traza un abrumador mapa de influencias con Bram Stoker, André Breton, Vladimir Nabokov, Ludwig Wittgenstein, San Agustín, Charles Dickens, Kurt Vonnegut, Bob Dylan, The Beatles, Rod Serling, Stanley Kubrick, Pink Floyd, David Foster Wallace y Paul Thomas Anderson, entre otros.
La última novela de Fresán está “más cerca de la comedia que de la tragedia” y tiene un parentesco con la novelística autobiográfica estilo David Copperfield, de Dickens, o En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que para el escritor son autobiografías que no acaban de serlo. Se podrían incluir además Martin Eden, de Jack London, las novelas Patrick Melrose, de Edward St. Aubyn, o Los destrozos, de Bret Easton Ellis. “Lo que parece real no lo es y luego hay cosas que se dirían inventadas y fueron reales. A Land lo echan del colegio y durante dos años finge que va a clase y sus padres no se dan cuenta. Muchos amigos me han dicho que eso es inverosímil y, sin embargo, fue real. A mí me pasó”, confesó el escritor y aclaró que no hay una venganza literaria contra la negligencia familiar.
“Si hubiera querido hacer un ajuste de cuentas, el libro sería más duro porque hay mucho material real que he dejado fuera. No es un libro en contra de los padres sino a favor de los hijos y no me refiero al hijo que fui sino a favor de mi propio hijo y del eventual hijo de mi hijo. A cómo lidiamos con las radiaciones de los padres”, explicó el escritor. “La generación de mis padres lo tuvo muy complicado porque rompió por completo con la cultura de sus respectivos padres y tuvieron una especie de mandato generacional ‘cool’ de que debían de cambiar el mundo y eso es muy jodido. Yo esa instrucción no la recibí, a mí nadie me pidió abrir paso a un mundo nuevo y utópico, todo lo contrario”, comparó Fresán.
Alguna vez habrá que publicar un libro que recopile las “notas finales” de las novelas de Fresán. El estilo no se abandona nunca, no se relaja ni siquiera cuando se apela a las formas que buscan “ilustrar”, “aclarar” y hasta amplificar el campo de batalla de la ficción con notas al pie de las notas. Hace muchos años quiso escribir una novela de fantasmas “clásica”; acumuló abundante bibliografía y un título: Tres Golpes. “Me gusta creer e intento convencerme de que El estilo de los elementos es, también a su manera, esa novela de fantasmas”, escribe hacia el final de esta “novela con fantasmas escritos”, como la define, “una novela de/con ghost writer”.
El libro de la bestia
La escritora y cronista Leila Guerriero leyó la novela de Fresán en mayo del 2023 cuando era un documento de Word de 666 páginas y ella estaba en la Costa Brava. “Cada día me sentaba junto a la luz del Mediterráneo a leer ese manuscrito al que llamaba ‘el libro de la bestia’, no sólo por la cifra satánica que invocaban sus dimensiones sino por su autor. Fresán es una cadena montañosa: siempre es altísimo pero tiene cumbres grandiosas -lo define Guerriero en un artículo que escribió para El País de España-. Esta novela, El estilo de los elementos, es su Himalaya. La leí en cinco días. La prosa incandescente, aluvional, se desplegaba en mi ordenador y yo iba ascendiendo en una espiral de santificación lectora de la mano de su personaje protagónico, Land, un niño que imaginé con un rostro muy específico aunque Fresán asegura que todos sus personajes tienen el rostro de Bill Murray”.
Durante la lectura ella estaba “muy viva” y el libro “estaba más vivo” que ella y eso revertía en “una vida expandida”, expresó Guerriero. “Seguí la infancia de Land —un niño que no quiere ser escritor— en un país que jamás se nombra —pero que es tan reconocible—; seguí su exilio adolescente en otro país innominado; lo vi leer, deambular como un alien entre adultos desaprensivos, sumirse en el desconcertante deslumbramiento del amor, transformarse en algo que jamás hubiera querido que fuera (quizás él tampoco). Cuando la novela terminó quedé huérfana y de rodillas ante ese autor que logra un milagro extraño (ser sutil diciéndolo absolutamente todo, pero retirando piezas clave que hacen que la prosa se llene de una respiración descomunal), y me sentí expulsada de un universo que hubiera podido habitar por mucho tiempo”.
En “El método de los agradecimientos” Fresán recupera una frase que está casi al final de El estilo de los elementos: “¡Los libros deben parecerse no a sus lectores sino a sus autores para que así, luego de leerlos, sus lectores puedan parecerse a esos libros!. Ese es el mandato de la novela y de todos los libros que más le interesaron y le interesan y que más le interesarán como lector que escribe y que no puede dejar de hacerlo. A los cuatro o cinco años no sabía leer ni escribir, pero tenía el pensamiento de querer aprender cuanto antes para convertirse en escritor. “Seguiría escribiendo si el mundo se quedara sin lectores. Es lo único que sé hacer”.