Uno de los objetivos que Elon Musk se planteó desde que irrumpió en la escena pública fue eliminar la barrera entre la ciencia y la ficción. Esta semana comunicó que la empresa Neuralink había sorteado con éxito un nuevo obstáculo al implantar el primer chip cerebral en un humano. El objetivo es de película: controlar dispositivos electrónicos solo con el pensamiento. De hecho, no en vano fue bautizado Telepathy. La idea de ciborgs propuesta por algunos intelectuales de referencia mundial como Yuval Harari retorna una y otra vez. ¿Cuántas veces más se escucharán debates sobre “la posibilidad de integrar máquinas y humanos”? En este siglo, a partir de la creación de los teléfonos celulares, ya están unidos por intermedio de un cordón umbilical. El paciente implantado “se recupera bien”, pero gracias al hermetismo del proyecto se desconocen aspectos claves como su patología de base y cuáles son las expectativas de recuperación a futuro.
Como siempre, la misión sigue un propósito altruista: contribuir al tratamiento de pacientes que hayan perdido el control de sus extremidades y tengan afecciones neurológicas complejas y parálisis por problemas en la médula espinal. De hecho, el propio Musk nombró en sus redes sociales al recordado científico y divulgador de los agujeros negros: “Imagina que Hawking se hubiera podido comunicar más rápido que un mecanógrafo o un subastador. Ese es el objetivo". Pero no solo se trata de eso: en el mundo, hay proyectos que prometen restaurar la visión en personas que la perdieron accidentalmente y hasta permitirla en individuos que nunca en su vida conocieron el color del cielo.
¿Cómo funciona el chip de Neuralink? Es un sistema compuesto por 1.024 electrodos prácticamente invisibles al ojo humano, alimentados de una batería inalámbrica. Se busca, a partir de este primer ensayo de implante, generar una interfaz dispositivo-cerebro, en la cual la tecnología “lee” la actividad cerebral y transmite órdenes. En teoría: solo basta con que el individuo piense para controlar computadoras o teléfonos.
En diálogo con Página 12, Fabricio Ballarini, neurocientífico del Conicet, amplía al respecto: “Más allá de que puedan variar, todos estos sistemas siguen más o menos la misma lógica: son dispositivos con filamentos muy finitos que por un lado censan la actividad neuronal y por otro tienen la capacidad de generar estimulaciones. Hay que pensar que las neuronas son pequeños cables que se mueven por estímulos eléctricos”. Y continúa con el detalle: “El chip recibe y manda información a una computadora, lo cual no representa una novedad en sí mismo”. En este sentido, aunque el diseño es novedoso, el concepto de interfaz cerebro-máquina lleva décadas de desarrollo.
¿Qué hay de nuevo, viejo?
“Existe muchísima investigación sobre cómo cambia el cerebro ante distintos estímulos. De hecho, el mes pasado hemos publicado un trabajo sobre cómo cambian las señales cerebrales cuando hay fatiga cerebral. Es posible detectar patrones ante ciertos movimientos: cuando uno piensa en mover la mano izquierda, se reporta que esa persona quiere hacer dicha acción”, describe Pablo Diez, investigador del Conicet especializado en el diseño de interfaces humano-máquina. Con el mismo criterio, existe la chance de determinar que un individuo con un brazo robótico tiene la intención de moverlo. “Lo que, en cambio, resulta difícil de determinar es cuánto quiere mover el brazo el individuo. Los dispositivos que se diseñan hoy en día, además de leer lo que el cerebro quiere, emplean herramientas de la robótica y la IA para realizar movimientos más ajustados”, destaca el especialista.
En 2011, el equipo de Diez publicó un trabajo sobre una persona cuadripléjica que consiguió comandar una silla de ruedas robotizada. En este sentido, el presentado por el dueño de Tesla y la red X no se trata de un desarrollo de última generación. “A diferencia de los dispositivos con electrodos apoyados sobre la cabeza, la empresa de Musk apunta a hacerlo con un chip implantado. La pregunta que me hago es: si lo logra, ¿quién permitirá que le abran la cabeza para colocar un chip de estos?”.
En mayo de 2023 se conoció la historia de Gert-Jan Oskam, un hombre de cuarenta años que estaba parapléjico y consiguió volver a caminar a partir de una conexión con una sofisticada máquina entrenada con inteligencia artificial. Fue gracias a los aportes de investigadores franceses y suizos que, en aquella ocasión, publicaron su desarrollo en la prestigiosa revista Nature. Había perdido movilidad en un accidente de bicicleta y en el presente sube escaleras y comparte cervezas con amigos. Con una apariencia similar a un andador, basta con pensar en dar un paso para efectivamente darlo.
“Hace veinte años que se producen desarrollos. Por su capacidad de vender y llegada a mucha gente, veo positivo que Musk invierta tanto dinero en estos dispositivos. En el ámbito de la salud, lo mismo: es súper positivo. Con IA, resonancias e implantes se conocieron casos de personas que volvieron a caminar, que tienen Esclerosis Lateral Amiotrófica y por un avatar consiguen volver a hablar”, opina Ballarini.
En todo está China
Esta semana, rápido de reflejos, el Ministerio de Industria y Tecnología de la Información de China anunció que fabricará sus propios chips cerebrales. Nuracom, la compañía similar a Neuralink del gigante asiático, tendrá un rol clave los próximos años al generar soluciones para rehabilitaciones médicas y realidad virtual. En el presente, de hecho, trabajan en el diseño de un sistema eficiente y seguro, apto para canalizar señales cerebro-máquina.
Sin embargo, los avances que se producen en torno a manejar objetos o extremidades del cuerpo a través del pensamiento, también podría servir para optimizar el rendimiento de autos autónomos. Vale recordar que los intereses diversificados de Musk también alcanzan la industria automotriz. El dueño de Tesla, de hecho, colocó un ojo en Argentina porque, según las palabras del propio presidente Milei, el millonario se siente atraído por el litio. Mineral esencial para almacenar la energía necesaria que mueve sus automóviles.
Cuerpos, algoritmos y dudas
“Son las ciencias de la vida las que han llegado a la conclusión de que los organismos son algoritmos (…) La medicina del siglo XX aspiraba a curar a los enfermos. La medicina del siglo XXI aspira cada vez más a mejorar a los sanos”, dice en su libro Homo Deus, el historiador best seller Yuval Harari. La “religión de los datos” se alimenta de los cruces de las revoluciones de la biología y la informática; y promete diagnósticos y tratamientos tan específicos como las demandas de cada organismo. Como contrapartida a “ser leídos por máquinas”, las personas, imagina el autor, deberán sacrificar su intimidad y autonomía. Es controvertido el propio hecho de saber que determinados grupos sociales privilegiados podrán leer la información cerebral y no tener idea con qué fines la utilizarán.
Más temprano que tarde todas las promesas de Black Mirror se habrán cumplido. A pesar de que el procedimiento puesto en marcha por Neuralink fue aprobado por la FDA (Administración de Fármacos y Alimentos) hace nueve meses, aún no queda demasiado claro cuáles podrían ser los efectos a largo plazo en la salud de las personas que se realicen el implante.
Tampoco se conocen publicaciones científicas que brinden detalles sobre el procedimiento. “Al mundo académico no le agradan mucho las investigaciones que hace (Musk) porque tienen un hermetismo total, son súper secretas. Ni siquiera se sabe quién es el paciente. También tiene denuncias de maltrato animal; una de las cosas que le recriminaban es que había extendido los experimentos con monos que, por protocolo, debía terminar antes”, subraya Ballarini.
El argumento de Diez va en el mismo sentido: “Neuralink viene desarrollando sus pruebas en animales, los implantes fallan y luego de un tiempo pierden la capacidad de registrar señales cerebrales. Si bien han hecho avances importantes, no sabemos qué tan bien funcionan a largo plazo. Se necesitan más estudios al respecto”. El problema, en definitiva, es el de la biocompatibilidad, es decir, el de los cuerpos que rechazan agentes externos como chips.
“Desbloquear el potencial humano del mañana”, se lee como misión principal en el sitio oficial de Neuralink. La frase resume una premisa subyacente que guía las acciones en el universo tecnológico y político: la cara del progreso siempre apunta en el mismo sentido. ¿Para qué sirven las tecnologías si no pueden ser aprovechadas por grupos mayoritarios de la sociedad? ¿Impactan realmente en la vida cotidiana o, más bien, simplemente funcionan como espejitos de colores que deslumbran pero no conmueven? Los interrogantes se repiten desde hace décadas, pero las respuestas no están claras.