A los 62 años Balvina Ramos conserva una vitalidad envidiable. Coplea en festivales, da charlas, talleres, y siempre encuentra espacio para conversar sobre éste género que considera una forma de vida. Hoy, afincada en el barrio San Alfonso, zona sudeste de la ciudad de Salta, recuerda y comparte sus experiencias de vida.
-¿Dónde naciste y cómo fue tu infancia?
-Soy de Bacoya, departamento Santa Victoria en la provincia de Salta. Allí nací, me crié y estuve hasta los 14 años. Después me vine a La Quiaca, estuve viviendo dos años más y después llegué a Salta. Y mi infancia fue hermosa, divina. Si pudiera volver a nacer, volvería a nacer en Bacoya. Tuve una infancia muy linda, con la inocencia de niñas y disfruté mucho de mi pueblo, de mi tierra, de mis montañas, de los ríos, todo lo que hacía disfrutaba. A partir de los cinco años ya era pastora, paseaba mis ovejas y me acompañaba con coplas. Me crié siendo pastora, arriera, porque arriaba mis animales y ahí aprendí muchas cosas.
-¿Qué fue lo que aprendiste?
-Yo iba sola a la montaña, porque a los 8 años vivía sola en la cima del cerro, me quedaba con mis ovejas y mis cabras, me gustaba. Había un lugar que se llamaba El Boyal, era un puesto que tenía mi papá donde nosotros en verano subíamos con las ovejas, por el calor. En el valle hacía calor, entonces había que irse arriba, a la cima del cerro, por lo fresco para la hacienda. Entonces papá y mamá se iban a sembrar al valle y yo me quedaba arriba cuidando mis cabras, mis ovejas, era feliz.
-¿Cómo era el cotidiano de esa niña de 8 años en el cerro con sus animales?
-Me levantaba a la mañana, prendía fuego, cocinaba, iba a traer agua de la vertiente. Volvía y cocinaba para mis perros, tenía perros que eran los pastores, que iban a pasear la hacienda. Uno salía con las cabras, el otro salía con las ovejas, y otro quedaba acompañándome, así los criaba mi papá. Entonces lo primero que había que hacer a la mañana era cocinar para los animalitos y luego sacar las ovejas y mandarlas a pastorear con su perrito.
-¿Ahí aparecen las coplas? ¿Cuándo escuchaste por primera vez y cuando la hiciste propia?
-Las primeras coplas las recuerdo de mi mamá, todavía me llevaba en la espalda, o sea que yo debo haber sido pequeñita. Ella iba a mula con su caja en una mano y con la misma mano agarraba las riendas y maniobraba al animal. Con la otra mano llevaba una bandera blanca y cruzábamos el río que en verano, para los carnavales, está bien crecido. Entonces íbamos casa por casa carnavaleando. Mi primera copla fue ahí, el recuerdo de escuchar a mi mamá y verla con su caja, su bandera y su mula blanca, "Todas las banderas blancas se han hecho para el carnaval, solo la mía se ha hecho para coser y guardar"... eso copleaba y recuerdo bien, porque al cruzar, cuando saltaba la mula, a mí me daba el agua en la cara, me quedó grabado, esa imagen nunca me voy a olvidar. Otra vez, que también debo haber sido muy pequeña, mi mamá estaba en la ladera del cerro y tenía que buscar sus ovejas y cabras más arriba. Ella me dijo, “te vas a quedar sentada aquí y no te vas a levantar porque si te levantás te vas a caer", y me dejó envuelta con unas frazadas. Es una imagen de niñita que no me olvidé nunca más, es maravillosa la imagen, porque yo miraba a mi mamá que subía en diagonal y se iba, se iba, se iba y yo la miraba sentada bien envuelta, y mamá iba cantando... esa copla que cantaba tampoco me la olvido nunca, "caramba mocita alegre, la tierra se lo hay comer, en vista de tantos ojos, tierra y polvo se hay volver”. Esa copla me la acordé cuando hice mi primer concurso y la vi a mi mamá sentadita en primera fila. Yo tenía 26 años y ahí me acordé la copla que cantaba mi mamá mientras subía el cerro.
-¿Cuándo recordás haber comenzado a coplear?
-En realidad siempre canté copla porque desde que me quedaba solita a los ocho años en el cerro, que a veces llovía y tronaba, o a veces se cerraba la neblina y yo quedaba adentro, aunque me gustaba el lugar, me daba miedo, entonces para no estar triste o para no llorar, cantaba. Todavía no sabía coplas, entonces tarareaba. Y también era cantar para que mi papá o mi mamá o alguna otra persona que estaba por alrededor cerca, sepa que estabas bien, que estabas cantando y que estabas feliz y contenta.
-Llega tu adolescencia. ¿Venís a la ciudad?
-Primero me fui a La Quiaca, trabajé dos años para ayudar a mis padres y después me vine a Salta, donde empecé a trabajar en casa de familia. Me costó mucho la ciudad, y yo extrañaba cantar, extrañaba mi libertad, porque allá era tan libre y tan feliz, era algo maravilloso como se vivía. En ese momento entra la añoranza, la tristeza, la pena que a veces no sabés qué es lo que te está faltando, y a mí me estaba faltando la libertad con la que me había criado. Era adolescente y trabajaba con mi hermana en la casa de la familia Coll, después la señora Ana María se convirtió en mi madrina, ella me quería mucho. Y yo decía “¿acá se podrá cantar? ¿hablarán como hablamos allá en mi pueblo?”, entonces andaba calladita, casi no hablaba, cantar, menos, porque me daba vergüenza, nadie cantaba. Pero de noche me iba a la terraza y miraba la luna, el cielo, las estrellas, me acostaba en la terraza y cantaba coplas despacito. Y por ahí los chicos de la casa me escuchaban y le decían a la señora: "mamá, de noche cantan en la terraza" y era yo cantando aquí, en plena ciudad de Salta.
La familia me mandó a la escuela y también me regalaron un manualito de cuarto grado, y yo ahí me descubrí, descubrí que nosotros éramos de la Comunidad Kolla Diaguita, y me dio tanta alegría leer este libro y ver que nosotros existíamos, y que todos los que vivíamos en Bacoya también. Tuve la necesidad de volver a Bacoya a contarle a mi papá lo que me había pasado, lo que había sentido cuando me vi en el libro con los dibujos en colores, arando la tierra, con las casas de adobe, ¡éramos nosotros! yo volví a decirle a mi papá que nosotros estábamos aquí. Y cuando le conté, mi papá se enojó, pero al otro día me dijo: “sí hija, es verdad, nosotros somos indios, pero civilizados...”, medio en secreto me lo dijo.
-Hay un tiempo en que dejás de cantar, ¿cómo es esa parte de tu vida y cuándo volvés a hacerlo?
-Pasó la adolescencia, tuve mis hijos y me ocupé de ellos. Y pasan muchas cosas en la vida, es dura la vida de la ciudad, y sentía que me faltaba algo, sentía un vacío. Un día escuche en Radio Nacional un programa que se llamaba Tardecitas Salteñas, que lo escuchaba cuando trabajaba. Me tocaba lavar los vaqueros con un cepillo y al compás del cepillo, fregaba los vaqueros y se me iban las lágrimas.
Hasta que un día, también en Tardecitas Salteñas, escuché la propaganda que decía que había un concurso de coplas y bagualas en el Ateneo El Tribuno, en el año 1986. Fui y busqué las bases con las que había que presentarse, volví contenta a mi casa, y le dije a mi hermana: “me anoté para el concurso de copla y baguala”, entonces me dice: "¿qué vas a cantar?": "como cantan en el pago", le respondo, entonces mi hermana: "no, vos tenés que cantar como Javier Pantaleón, yo tengo un casette para que ensayes”. Me puse a practicar y ya me había cansado de escucharlo a Javier Pantaleón, me salía bárbara la tonada como cantaba Javier, que para mi es el mejor bagualero de norte argentino.
Entonces yo había ido para cantar como cantaba él, y la noche que me presento en el concurso, veo a mi mamá sentada en primera fila. Me olvidé de Javier Pantaleón y empecé a cantar como cantaba mi mamá, como cantaba mi papá, como cantaban mis hermanos, como había escuchado todo en mi pueblo. Y hacía el silbido y era como si lo tenía grabado en mi memoria. Entonces empecé a cantar y dije: "así se canta en mi pago, así se canta en carnaval, y así se canta en la Pascua, así se canta en Cuaresma y se toca el erque y suena así…" y ni yo podía creerlo. Recién cuando pasó mucho tiempo caí todo lo que había hecho esa noche.
El concurso duró tres meses y gané el primer premio. Ese mismo año se inauguraba el Delmi, todo un acontecimiento, y ahí me presenté. Luego gané para integrar el elenco de Salta, después me llevaron a Mar del Plata, a Buenos Aires, y ya no paré más, es interminable todo lo que hice.
-Y también das talleres, charlas, enseñás. ¿Cómo es esta otra faceta más allá del canto?
-Recuerdo que a un amigo que ya no está, Hernan Viaggio, se le ocurrió hacer un proyecto para dictar una charla didáctica sobre canto con caja en la Casa de la Cultura. Así que a partir de ahí empecé a dar charlas y talleres en todo el país, donde iba siempre daba charlas: en La Plata, en Quilmes, en Avellaneda, en diferentes lugares, donde también enseñaba no solamente que se canta con caja la copla, se puede cantar mientras hacés los quehaceres diarios. Antes nuestras abuelas, nuestra mamá, cantaban mientras tejían, mientras arriaban sus vacas, siempre iban haciendo algo, no siempre se cantaba con caja. Todas esas cosas fui enseñando, contando a los chicos de la Universidad. Después fui a Mar del Plata donde estuve viviendo mucho tiempo y di talleres en centros vecinales, en el centros culturales. Tal es así que en Mar del Plata hay una gran cantidad de mujeres, chicas jóvenes que están cantando coplas, ¡son una ola coplera!
-¿Qué representa la copla en tu vida?
-La copla para mí representa las raíces y a mi pueblo, al lugar de donde vengo, donde nací, y por sobre todas las cosas representa el lugar donde me he podido apoyar, afianzar y aquí estoy, bien firme.