Se muere tu madre, pero no estás dispuesto a tolerar su ausencia. Solicitás a una inteligencia artificial que tenés a un clic de distancia que prolongue su vida digital. Escuchaste en la tele que a algunos puede servirle de consuelo. La app te solicita fotos, videos, documentos: toda la información disponible sobre ella. Al otro día, te encontrás conversando con su perfil encerrado en un celular sobre cómo te fue en la jornada laboral y cómo te va con tu nueva novia. Conforme pasa el tiempo, la pantalla ofrece una versión de tu madre que se parece mucho a la que recordabas: suena a ella, se ve como ella y piensa como ella. Sin embargo, ¿es o no es ella?
La Inteligencia Artificial no tiene límites y, en la actualidad, uno de los fenómenos más interesantes se vincula con la capacidad de “revivir personas” con el objetivo de acceder a su versión digital. Emergen, a nivel mundial, compañías que brindan servicios para “resucitar a los fallecidos”. Emmanuel Iarussi, investigador del Conicet en el Laboratorio de IA de la Universidad Torcuato Di Tella, lo relata con detalle a Página 12. “En los últimos años, los perfiles digitales en redes sociales y chats se han convertido también en un lugar en donde las personas recuerdan y ‘se comunican’ con sus muertos. Era de esperar que las tecnologías de IA también impacten en las prácticas del final de la vida”.
Y continúa con algunos ejemplos: “Ya existen algunos intentos como My heritage, que permite animar una fotografía mediante inteligencia artificial y hereafter.ai, una aplicación basada en inteligencia artificial que genera respuestas a partir de algunas horas de audios de nuestro ser querido”, señala el especialista. En paralelo, cuenta Iarussi, grupos de expertos de todo el mundo se reunirán en mayo de este año en “AI and the Afterlife”, un encuentro que buscará ordenar el paisaje actual a través del abordaje de sus aristas legales, económicas, emocionales y religiosas.
En diciembre de 2023 se conoció la historia de Seakoo Wu, un hombre chino que junto a su esposa recurrió a la IA para crear el avatar de su hijo fallecido (22 años) por una apoplejía. Las imágenes muestran cómo van al cementerio y colocan un celular sobre la tumba. El avatar comienza a hablar en la pantalla y ofrece un discurso fresco, preparado para la ocasión. Es un perfil digital –como tantos otros– listo para decir y comportarse tal y como lo hubiera hecho la persona fallecida si aún estuviera con vida. Un humano artificial que se crea con velocidad y que solo requiere de insumos básicos como fotos, audios y videos pasados del individuo en cuestión.
Consuelo vs. Dolor: posturas a favor y en contra
Las Inteligencias Artificiales creadas hasta el momento funcionan de un modo sencillo. Son entrenadas por técnicas de machine learning a partir de información que procesan a una velocidad asombrosa. Cuanto más pulido el algoritmo, mejores resultados se consiguen. Así contado, el beneficio parece asegurado. Ahora bien, la misma necesidad de que sean “entrenadas” es suficiente para advertir que siempre está latente la chance de que esa IA falle en el camino a su perfección. Cuando la IA se especializa en educación, el error vaya y pase, pero ¿cuán dispuestos estarán los deudos a tolerar una identidad virtual que contradiga o confunda las características, palabras, expresiones, gestos o ideas que el difunto tenía en vida?
Una nueva versión digital que busca asemejarse a una presencia que ya no existe podría remover viejas heridas. Mientras que los detractores observan la creación de una identidad virtual como un insulto al recuerdo del fallecido, quienes observan con buenos ojos a este tipo de tecnologías, divisan una oportunidad tecnológica. Algo así como un bálsamo ante el dolor que supone la pérdida; de manera similar a lo que, a partir del siglo XIX, fue la fotografía. En Argentina, ilustra Iarussi, retratos post mórtem como los de Urquiza y Sarmiento fueron publicados en la prensa gráfica.
Los recuerdos adquieren tantas formas y aspectos como subjetividades; las angustias son experimentadas de forma individual según el caso. Bajo esta premisa, los límites entre lo permitido y lo prohibido se redibujan de manera constante. “Algunos expertos afirman que muchos de los dilemas morales y éticos se resolverían con el consentimiento, pero es fácil imaginar situaciones en las que eso no sea suficiente. Aunque diéramos el ok para ser reencarnados como un chatbot, el impacto en nuestros familiares y amigos vivos puede ser complejo. Podría haber diferencias en cómo los miembros de la familia quieren recordarnos y relacionarse con nosotros. Algunos podrían encontrar consuelo, pero otros quizás experimentarían más dolor y confusión”, expresa Iarussi.
Negar la pérdida
A lo largo de la historia, la muerte ha sido un tema transversal a las civilizaciones más variadas: desde las primeras comunidades cazadoras-recolectoras a este 2024, el fuego se mantiene encendido. Religiones, culturas y ciencia exploraron respuestas para el principal enigma de todos. En la actualidad, la IA concede herramientas que permitirían, al menos en teoría, “resucitar” digitalmente a seres queridos fallecidos. Pero si las personas, al menos virtualmente, nunca mueren: ¿qué forma adquiere el duelo? ¿Cómo se transformarían las relaciones entre vivos y muertos?
Laura Panizo es investigadora del Conicet y antropóloga de la muerte. En diálogo con este diario, aporta su reflexión. “En la literatura, la inmortalidad se suele asociar a prácticas en donde el muerto, a partir de recuerdos y de ciertos rituales y homenajes, sigue formando parte de la vida social. Lo que sucede con la IA, que intenta suplementar a esa persona, se relaciona más con una negación. Son procesos de duelo que se caracterizan por la no aceptación de la muerte; lo que se busca es reproducir los mismos vínculos que se tenían antes y no construir nuevos”, sostiene.
Según un punto de vista psicosocial, existen muchas formas de hacer procesos de duelo. Al respecto, la científica destaca: “Lo que se espera es que los deudos acepten que esa persona que querían ya no va a estar más como estaba. Siempre hay reconstrucciones que, incluso, pueden llegar a ser creativas. Me refiero a que es mucho más sano cuando se va construyendo una relación más natural con el muerto. Se siente su presencia y a través de ciertos rituales se le piden cosas. Se establecen diálogos en donde participan familiares y muertos”.
Sin embargo, en este caso también la Inteligencia Artificial se ubica como un punto de inflexión, como un parteaguas: “En el vínculo nuevo que plantea la IA, el fallecido no tiene nada que ver, y al ser creado por el sistema, el proceso creativo en el vínculo queda a un lado”, expresa.
Black Mirror como anticipo de todo
Black Mirror abordó la mortalidad digital en el capítulo Vuelvo enseguida, estrenado en 2013. Ash fallece de un accidente de tránsito y su novia Martha acude a un software que ofrece la chance de generar nuevas conversaciones. El programa se alimenta a partir de registros textuales y audiovisuales que el joven ahora difunto había compartido por correos electrónicos y redes sociales mientras tuvo vida. Hacia el final, la ficción va un paso más y la mujer recurre a un androide de cuerpo sintético con los mismos rasgos de su pareja que al comienzo le satisface pero luego la hace sentir incómoda.
La serie de Charlie Brooker también abordó la temática en el capítulo San Junípero, conocida por el público en 2016. Al enfrentar una enfermedad terminal, una de las dos protagonistas enamoradas elige seguir viviendo en un paraíso artificial, sostenido por computadoras y complejos softwares. Ambientada en el siglo XXI, el presente de la ficción habilita a que las personas puedan cargar la conciencia de individuos difuntos y participar activamente de un sistema de realidad simulada.
Como el filósofo Esteban Ierardo lo narra en su libro Sociedad pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia, “San Junípero oscila entre dos grandes temas: por un lado, el amor entre mujeres, que nace de la realidad artificial; y, por otro, la construcción tecnológica de una forma de inmortalidad”. Y continúa en otro pasaje de su texto: “La inmortalidad puede alcanzarse por la mediación tecnológica (…) El hombre diseñado para nacer y morir, supera en la inmortalidad virtual la angustia ancestral por la muerte, pero dentro de un cielo que, por ser artificial, quizá solo ofrezca una pálida inmortalidad irreal”.
Desde la perspectiva de Ierardo, esta situación se relaciona con el fenómeno transhumanista: el avance tecnológico que mejora al humano, en el futuro, hará que este supere la muerte, considerada como el principal escollo para su progreso infinito. Siempre que el humano jugó a ser Dios lo pagó caro. Y esta, como se puede aventurar, no será la excepción.