En la provincia hay diecinueve pueblos originarios. Estuvieron presentes en el paro y en la manifestación contra la ley ómnibus y temen resultar los más afectados luego del dictamen del Congreso. Mirta Millán es docente universitaria del Instituto Universitario Nacional de las Madres de Plaza de Mayo y es integrante de la Comunidad Mapuche Urbana Pillan Manké (Cóndor Sagrado) en Olavarría. El presente, “nos atraviesa doblemente, no solo por las situaciones como laburantes, estudiantes, como cualquier miembro de la sociedad civil, sino con el agravante, el estigma y el racismo de ser de pueblos originarios”.

En nuestro país habitan más de 38 pueblos indígenas, a quienes les afecta particularmente la ley ómnibus: desde el acceso a la tierra hasta el derecho a la identidad. No solo les afecta, los convierte en la antítesis de un gobierno neoliberal. Con respecto a las modificaciones de las leyes ambientales, como la ley de bosques y la ley de quema, que busca mayor permisibilidad para aquellos que tengan intenciones de quemar o deforestar tierras. La mirada mapuche resulta lo opuesto: “tenemos esa memoria de amar nuestro suelo, nuestros recursos naturales, del resguardo de la naturaleza, de la vida, y no anteponiendo proyectos que van contra todo un sistema que permita vivir dignamente. Esto no se sabe porque no se ha hecho una educación intercultural, donde no ha habido enseñanza sobre formas de abrazar la vida de forma diferente, la interculturalidad es una perspectiva política que plantea una situación de simetría que hoy los pueblos no tenemos”, explica Millán.

Mientras que en el debate el bloque oficialista defendió la ley con los argumentos de la “libertad”, como mencionó el diputado Benegas Lynch en la sesión del Congreso: “si no entendemos que la vida, la libertad y la propiedad son los únicos derechos y los más abarcativos de la naturaleza del ser humano, vamos a seguir con los entuertos estatistas…”. En los pueblos originarios la libertad implica otra cosa. Hay una distinción entre individuo y autonomía: “aplica a cada comunidad en su territorio, porque entendemos que la energía que hay en los territorios no es la misma en cada lugar. Con lo cual se respeta cada comunidad, porque está ligada a la energía del lugar. Es una idea de heterogeneidad y respeto. Nosotros vemos el mundo de manera circular, entonces no hay alguien que se encuentre encima del resto, como lo ve occidente de forma triangular. Esto ya es una lógica que rompe con una idea de ver el mundo de occidente; desde lo eclesiástico, lo filosófico, hasta como nos relacionamos con la otra persona”, y agrega, “hoy estos personajes hablan de esa libertad pero como una forma de hacer lo que se te da la gana, de violencia, de silenciar. Se contrapone a lo que nosotras hacemos: en los Trawün -los encuentros entre la comunidad- tenemos que escuchar al que esta hablando hasta el final, no puedo saltar a interrumpirlo. Para hablar tengo que escuchar, esos son los valores que traemos de nuestra cosmovisión. Si yo me impongo por sobre un hermano o hermana estoy rompiendo el equilibrio que la naturaleza me da, por eso se contrapone con estos discursos de odio”.

La palabra libertad se encuentra en disputa, entre la individualidad y la autonomía, “el miedo que tienen es que muchos y muchas empecemos a apropiarnos de la autonomía: el respeto, la escucha, el aquí y el ahora. Si miramos los rostros de los diputados la mayoría son blancos y hombres. No hay una mirada profunda desde otros sectores”, dice la docente.

Cuando se presentó el DNU, uno de los puntos que más atemorizó a varios sectores fue el cambio en la ley de Tierras (ley 26.737) sancionada en 2011 durante el gobierno kirchnerista. Se establecía, entre otras regulaciones, un límite del quince por ciento a toda titularidad de poseer tierras rurales, al igual que limitaba la posesión de tierras nacionales por parte de extranjeros. Por más de que la justicia suspendió la derogación de dicha ley, la intencionalidad de las políticas públicas para con las tierras nacionales quedó clara: la privatización y extranjerización eran prioridades. “Nos mandan a Chile, y allá nos dicen que somos de acá. La realidad es que somos de los dos países porque somos pre-existentes a los dos Estados Nación. Hay una extranjerización en relación a las tierras que es histórica. Mi familia vivió siempre en el sur, y veo cada vez más tierras con carteles que dicen propiedad privada. Y esto viene de un proceso histórico de apropiación de territorio ilegítimo. Las historias familiares mapuches están plagadas de quemas y de asesinatos. De hecho mi bisabuelo quedo viudo muy joven porque le quemaron el ranchito para quedarse con la tierra. En ese incendio murió mi bisabuela y su hija. Historias como estas hay muchísimas”, comparte Millán con la memoria viva.

En el país de aquellos que “llegaron en barco desde Europa”, quedan registros fundacionales del pueblo mapuche. En la provincia todavía hay localidades en Mapuzungun-el idioma mapuche- como Trenque Lauquen, Tapalqué, Quequén, Claromecó, entre otras. “Tenemos una memoria histórica y permanente. Pasamos de ser el enemigo interno para ciertos sectores reaccionarios, que por sus intereses económicos, políticos ideológicos, invisibilizan a los pueblos originarios. Esto afecta en la vida cotidiana, estamos todo el tiempo luchando para que no se muera nuestra cultura mapuche”, dice Millán.

Según la definición del diccionario, la palabra popular hace alusión a: “perteneciente o relativo al pueblo”. La gran pregunta reside en cómo se define al pueblo. La generalización de lo “popular” a la vez que pretende dar peso a las masas, termina contribuyendo a la eliminación de los indígenas como sujetos que forman parte de esa categoría. En palabras de Mirta: “En la clase media empobrecida también hay mapuches, nuestra historia nos llevó únicamente a ejercer como trabajadoras domésticas, rurales o empleados en albañilería. En la marcha veíamos rostros marrones, ¿y nadie se puso a pensar de dónde vienen? El silencio de los gremios habla mucho, en particular de los docentes, de eso que no se quiere decir. Lo popular tapa lo indígena, el proceso de reconocer de donde sos. No hay políticas públicas antirracistas. Estamos atravesados por diferentes cuestiones, también la de clase, por eso hablamos de una identidad intersectorial”.

Formando parte de todas las luchas actuales- el feminismo, el ambientalismo, el aumento salarial, el acceso a la salud y la educación- los indígenas no se ven incluidos como agentes activos en estas mismas banderas. Hoy en día, con la disputa de clase a flor de piel, Mirta menciona la necesidad de una lucha intersectorial.

“Y sin embargo, luego de todo lo que hemos pasado, somos como el charcau, decía mi abuelita, el pasto seco que vuelve a crecer, que se niega a morir, así somos los pueblos mapuches. No nos van a exterminar, aunque hayamos pasado momentos duros, tenemos mucho para dar porque se han generado momentos muy lindos de interculturalidad, de intercambios que hoy más que nunca es lo que necesitamos. Por eso luchamos para que nuestras machi no vayan presas, necesitamos esa alegría que nos transmiten ellas, mientras estamos en un sistema que nos llama a la muerte”, dice Millán con unas lágrimas que caen con el propio peso de la historia.