Una empresa puso a la venta un dispositivo electrónico que es un visor personal -unas antiparras- para andar por el mundo. Son anteojos de “visión pro” y declaran procurar una realidad mixta, con datos del entorno y datos del producto. Entiendo que cada quien porta así el mundo que elige y no aquel en el que está condenado a transitar. Así, lo que prolifera en una ciudad, lo que se nos presenta como interrogación, molestia o deslumbramiento, puede ser sustituido por aquello que previamente programamos o, mejor aún, por aquello que el algoritmo decidirá que viene a satisfacer nuestros hábitos y deseos. No es sólo una innovación tecnológica, sino la confirmación de un tipo de sensibilidad: el cuerpo es ya un conjunto de extensiones, de vínculos con dispositivos, de capacidades de navegación y tecleo para encontrar o recibir.
El mismo día en que se difundían en redes los aplausos al primer comprador de esos esperados anteojos, se publicó una entrevista al ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, donde considera la dificultad para la acción política en el reino de los algoritmos: cada quien recibe una cantidad de información que sólo lo ratifica, coincide con su lectura del mundo, lo encierra en una tribalidad cuyo sentido no es definido de modo autónomo por esa tribu sino por estrategias bien claras de producción de sentido. El encierro, entonces, ya no es el de la pandemia, no es sólo el de la cárcel -aunque Bukele sea el héroe del momento para grandes masas-, sino que es el de un nuevo tipo de realidad. Después de la elección en la que ganó Milei, quedé apresada en una discusión durante una espera bancaria. Me había prometido no hacerlo, pero escuché a un joven inmigrante hablar sobre la orden que la directora de la UBA había dado de votar al candidato derrotado. Traté de explicar la existencia de un rector y un Consejo superior, el autogobierno, no sin ira. El muchacho me contestó: esa será su realidad, no la mía. La frase era estremecedora, porque no sostenía: es su punto de vista, frase que nos hubiera colocado en el perspectivismo moderno, desde el cual podemos sostener toda la condición agonal de la esfera pública. Como sabemos, en alguna discusión, una puerta de salida es la afirmación: ponete en mi lugar. Pero dijo otra cosa: esa será su realidad, no la mía. Y luego dijo: y nosotros ganamos. O sea, mis anteojos hoy tienen más búsquedas y algoritmos y lo que vivimos en ese mundo se afirmó en otro, tradicionalmente distinto, que es el de las elecciones.
Por eso, es tan difícil para muchxs comprender un gobierno que hace trapisondas, produce fakes, pone a votar proyectos de ley sin que estén escritos, actúa sin cesar en las redes digitales, apela a la inteligencia artificial para producir imágenes del propio presidente que son ostensiblemente falsas. Con esos anteojos, me veo sin papada, si quiero. Y si alguien me dice que la tengo le diré: será tu realidad, no la mía. Pero a la vez, funciona produciendo imágenes por doquier, usando la calle y la sala como instancias de una escenografía destituyente y represiva. Lo que sucede en el parlamento ni siquiera se puede comprender con las formas tradicionales de la coima -no es una ley Banelco-, sino más bien con el reclamo de sumisión a lxs representantes políticos de que actúen bajo la picota de esa opinión pública forjada en las maquinarias informáticas: allí fueron declarados vagos y superfluos y se los llama ahora a mostrarse como tales, haciendo el espectáculo público de su propia flagelación: me insultan y vuelvo a poner mi voto afirmativo, porque quien me menoscaba está actuando con los likes del pueblo informatizado que alguna vez votó. Pero también de ese modo se explica la degradación de la palabra política que ponen en juego lxs legisladores libertarianos: porque en su cuerpo actúan y representan lo ultra devaluado que denuncian. Están allí para interrumpir un modo de considerar la política. Incluso aquel modo en que se podía hablar de negociación y traiciones, de gobernabilidad y coaliciones, porque de lo que se trata es de sustituir una realidad por otra. Me temo que ahí se equivocan fiero los que creen que están dando gobernabilidad provisoriamente, para encauzar al capitalismo argentino en una senda de menores regulaciones, porque al mismo tiempo, están dando cauce a una transformación más profunda, que no sabemos nombrar del todo, que es la subsunción real de la política a su figuración digital. Se asustan ante un consenso supuesto que fue amañado en la mansedumbre digital. Cuando el presidente habló en el Foro de Davos, el dueño del ex twitter, posteó una foto en la que una escena heterosexual se interrumpía o realizaba por la mediación de una pantalla en la que se veía ese discurso: no hay, para ellos, algo más festejable que esa mediación que separa unos cuerpos de otros, que irrumpe sobre lo sensible que surge si los roces ocurren.
Eso lo saben los movimientos sociales argentinos, los que rápidamente respondieron al protocolo represivo y a los proyectos de destrucción de la riqueza pública y apropiación de los bienes comunes, presentes en las Ley ómnibus y el DNU. Lo sabemos quienes vamos a la huelga, quienes cacerolean, se movilizan, van y vuelven a la plaza del Congreso. Quienes habitamos corporalmente una escena. No porque estemos privados de nuestras propias anteojeras, bien padecemos las grandes dificultades para comprender la nueva escena que padecemos. Cuando la orden represiva va directamente contra periodistas y fotógrafos es porque está en disputa no sólo la ocupación material de la calle sino el régimen de producción de imágenes y narraciones sobre la misma. Saben, más que bien, de qué se trata una batalla cultural. Y no tiemblan al actuar con la certeza rotunda de qué se trata de una confrontación de clases sociales.
¿O no lo saben, dicen y actúan, cuando van de suspender el financiamiento a los comedores populares hasta el decir que no se teme a desatar las órdenes represivas aunque haya muertos? ¿Qué más esperamos, si lo que dicen es que el crimen social de la más brutal transferencia de ingresos debe realizarse aún cuando contemos a montones lxs caídxs? Quizás en los anteojos de su realidad virtual tengan las escenas de las zonas ricas de las ciudades globalizadas, mientras se desarrollan a su alrededor las vidas de la Londres de los inicios del capitalismo o de las encomiendas en las minas de Potosí o de los ingenios esclavistas en Brasil. Que serán desagradables de ver pero para esta elite financiera y rapiñosa, necesarias de realizar.
Una mujer dijo en una de las noches de Congreso: resistir, insistir, no desistir. Lo comentamos con compañeras. Alguna dijo: se nos gastó la palabra resistencia, no sabemos qué es resistir. Y es cierto. Pero sabemos insistir. O no: necesitamos insistir. En discutir críticamente este nuevo orden, en recomponer las tramas de una conversación colectiva, en sostener la defensa de las vidas dañadas, en cuidar las palabras y su circulación, en afirmar el deseo y la memoria profunda de quiénes somos como comunidad. Rotita esta comunidad, sin dudas, pero con la suficiente historia detrás y vida por delante, como para disputar ese mundo de visiones sesgadas que sólo puede triunfar con los modos más clásicos de la destrucción de las vidas.