Desde Moscú
“¿Quién es?” “Lenin.” “¿De verdad?” “Sí.”
En efecto, lo primero que salta a la vista cuando se ingresa al playón que conduce al Gran Arena Sport Luzhniki en Moscú es la desafiante estatua de bronce del líder de la Revolución Rusa, y de quien se tomó el primer nombre para este mítico estadio.
Detrás de la figura del dirigente ruso, no muy lejos, se destaca la fachada del estadio, compuesta de ladrillos color marfil, tiras de ventanas verticales y columnas espigadas en el mismo tono, que recubre esta suerte de coliseo romano. Una obra edificada por cuatro arquitectos y tres ingenieros soviéticos a finales de los años cincuenta por orden del gobierno de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que decidió retribuir al equipo olímpico con un gran estadio de entrenamiento, después de que alcanzara el segundo puesto en las olimpiadas de Helsinki, en 1952.
Desde su primera inauguración, el estadio Luzhniki ha sido escenario de algunos de los eventos deportivos y culturales más destacados de la historia rusa. Uno de los más recordados sucedió en 1980, cuando Moscú ofició como anfitrión de los Juegos Olímpicos. Una competencia deportiva que boicoteó Estados Unidos junto a sus aliados, en el marco de una Guerra Fría que aún marcaba el pulso de la política internacional.
El otro, más relajado pero no menos político, fue el primer concierto de los Rolling Stone, en 1998. “Sus majestades satánicas” habían solicitado permiso para tocar en la URSS por primera vez en 1967, pero las autoridades lo habían denegado. En aquella primera cita con el público ruso, el estadio reunió a más de 70 mil personas.
La lista de eventos históricos que albergó el Luzhniki es tan rica como extensa; sin embargo, el próximo 14 de junio marcará uno que promete ser tan o más importante que los anteriores. Será escenario de la ceremonia de apertura del Mundial de Fútbol (el primero que se celebra en Rusia) y, posteriormente, de una semifinal y la final de este certamen.
Para este propósito, precisamente, se sometió a una profunda renovación entre el 2014 y agosto de este año, pero que, como sucedió en las dos oportunidades anteriores, no afectó la fachada, su perfil más conocido.
Tras esta última intervención, uno de las transformaciones más destacada se observa en las gradas, y no por el color de las butacas, distintos tonos de bordó, que eligieron los moscovitas a través de Internet, sino por el ángulo con el que se construyeron, que permite observar la totalidad del campo de juego desde cualquiera de sus 81 mil butacas. Anteriormente, entre un 15 y un 30 por ciento de los asistentes obtenía una vista parcial.
Las gradas están compuestas por dos bandejas separadas por un anillo acristalado, en cuyos sectores laterales se encuentran las cabinas de prensa (con capacidad para 2500 personas) y dos áreas de lujo que cuentan con juegos de sillones de cuero, pantallas de televisión, barras de café y restaurante.
En este sector, llama la atención los escasos pasos que hay que recorrer desde que uno atraviesa las grandes puertas de vidrio del estadio hasta las butacas acolchonadas del área VIP. Un fruto de la ingeniería que también se observa en las vía de acceso y evacuación del estadio y que, según las autoridades, permite que los 81 mil asistentes lo abandonen en tan solo 15 minutos. Para lograrlo, los constructores debieron agregar 44 nuevas escaleras sobre el perímetro del estadio, 13 nuevas vías de salida, e incluso, ampliar varios metros las existentes.
Otra singularidad del Luzhniki es el sistema de calefacción, colocado por debajo del campo de juego, que permite regular la temperatura para garantizar las condiciones de un encuentro deportivo con temperaturas de hasta 15 grados bajo cero; un promedio de lo que marca el termómetro durante los cinco o seis meses que dura el crudo invierno en Rusia.
En el lado opuesto, la parte más alta del estadio, sorprende un amplio mirador. Una obra más relacionada con el amor propio del pueblo ruso que con las necesidades deportivas.
Desde allí se pueden observar dos símbolos de la Federación Rusa. Uno de comienzos de este siglo, Moscow City, la pequeña urbe de rascacielos que floreció en los años 2000 gracias a la bonanza del mercado petrolero; y otro, del siglo pasado, la Universidad “Lomonósov”, cuyo edificio fue inaugurado en 1953, y es una de las siete torres colosales que ordenó construir Stalin en la capital rusa como muestra de la grandeza soviética.
Siguiendo con la tradición, el Gran Arena Sport Luzhniki aspira a ser uno de los símbolos de la Rusia de estos años. Un digno representante del país que dirige, con puño de hierro, el presidente Vladímir Putin.
Para su re-inauguración oficial, el 11 de noviembre, el seleccionado local se enfrentará a la Argentina de Messi. Un encuentro que, a pesar de carecer de interés competitivo, servirá a la Selección para conocer mejor un estadio al que deberá regresar, si pretende alcanzar la final del próximo Mundial de Rusia.