Una tarde, Carolina Pacheco decidió conocer el mundo y, artísticamente hablando, se fue por las ramas. Y para muestra de eso está su disco Hacia la hoguera (2017), en el que probó su lado más bailable, pop y electrónico. Pero el año pasado, apelando una vez más al poder del refrán, volvió a sus raíces. Esta vez en el rock. “Tenía ganas de regresar al formato de batería, bajo y guitarra, porque lo extrañaba. En realidad, extrañaba el rock”, se sincera acerca de su reciente álbum, La máquina de romper. “Después de ser mamá, y de la pandemia, empecé a ver bandas otra vez. Recuerdo que lo primero que vi en ese momento fue Acorazado Potemkin, en Parque Centenario, y dije: ‘Acá esta. Esto es lo que me gusta’. Fue una sensación que aún no consigo explicar”.
-En noviembre, durante un show en Niceto Club, el trío que inspiró esta etapa tuya anunció un parate indefinido. ¿Qué opinás de esa decisión?
-Me parece que los vamos a necesitar en estos tiempos. Son tipos que hablan de lo que está pasando. Pero hay otras voces.
-Más allá del desgaste que puede provocar la autogestión, ese hiato que se tomaron pareciera tener también un trasfondo existencialista sobre el sentido que tiene hacer música en esta época.
-Estoy de acuerdo. Por eso saqué este disco, lo que incluso para mí fue raro. No sé si es acorde con lo que está pasando musicalmente, pero se me dio así. Por suerte, estoy atenta a lo que sucede. Como soy profesora de canto, muchos alumnos me traen música. Estoy obligada a escucharla. Prefiero eso a considerarme anacrónica, por más que a los artistas de otras generaciones se nos vea distintos. Pero no lo analizo tanto. Para mí, hacer música ya es un lujo.
-Pese a sus diferentes matices rockeros, La máquina de romper no deja de ser un disco calmo para tiempos difíciles. ¿O tenías en mente otra cosa?
-Es un disco frágil, porque lo terminé de componer en noviembre de 2022. A medida que fue avanzando, me gustaba la idea de que naciera en un tiempo duro. Son las épocas en donde está bueno cuidar la permeabilidad, la empatía y la sensibilidad. Para la lucha, la resistencia y lo colectivo, se necesita tener más ternura.
-¿Hubo algún disparador temático al momento de escribir las letras?
-Es un tornasol. La canción que abre el disco, por ejemplo, habla de la muerte, porque tuve una etapa en la que me pasaron muchas cosas a partir del suicidio de un amigo. Y fui consciente de eso. Paradójicamente, luego fui mamá. Ese contraste entre vida y muerte, y cuidado y duelo, generó medio disco. Al menos hay cuatro o cinco temas que parten de ese contraste. Venía de una vida de gira, de viajar y de disfrutar, y de pronto me bajó a tierra la vida misma.
-¿De qué manera le fuiste dando forma a esos contrastes?
-Fue complejo. El disco ya lo tenía listo más o menos en otoño, pero, por cuestiones de plata, lo fui dilatando. Al ser mamá, priorizo otras cosas. Como hacía rato que no sacaba un disco, no estaba tan al tanto de los costos. El padre de mi hijo, Alejandro Pugliese, fue mi socio y coequiper en mis otros cinco discos. Como éste fue el primero que hice sin él, me llevó otros tiempos. Cuando tuve la sensación de que todo se iba a ir a la mierda, entonces dije: “Es ahora”.
-¿Aprovechaste esa coyuntura para probar nuevos métodos de composición?
-No cambió tanto. En los últimos discos que hice con Alejandro, ya había empezado a escribir y a componer sola. Más allá de que fuera mi coequiper, fue un gran compañero. Sí pasó que durante esos años intensos, en los que me sucedieron cosas buenas y feas, la composición fue mi vía de escape. Fue catártico. De pronto, me di cuenta que tenía suficientes canciones para hacer un disco.
-¿Cómo te llevaste con el control de tu propio proceso creativo?
-En la sesión de grabación de baterías, me di cuenta de que sabía un montón de cosas. Antes no me percataba de eso porque el trabajo estaba repartido, y la verdad es que tampoco me involucraba tanto.
-Una vez que terminaste el disco, ¿qué pasó con la autoestima?
-Usé todo lo que tenía, y en el proceso de esperar a que se masterizara el disco, me encargué del arte de tapa y empecé a componer otra vez. De manera que se fue juntando material nuevo. Si ya sentía que era autogestiva, ahora pasé a sentirme aún más empoderada.
Tras prescindir de músicos en la grabación de su álbum de estudio anterior, en La máquina de romper la artista contó con la participación del baterista Tommy Lucadamo y del multinstrumenta Claudio Lafalce (integrante de Genetics, banda tributo argentina al grupo inglés Genesis), que además fungió como productor del disco. En tanto que Gastón Massenzio, con el que Carolina Pacheco compartirá show el viernes 16 de febrero a las 21 en Niceto Bar (Niceto Vega 5507), se sentó en el piano en calidad de invitado del tema “Fuego II”. “Venía hablando con él, y era muy orgánico invitarlo porque nunca hicimos nada juntos”, explica la cantante y compositora. “Había un piano, y lo hablé con el productor, que también lo conoce. No hubo mucha reflexión. Invité a mucha gente en mis discos. Siempre me di mis gustos”.
-Aunque pasen las tendencias, la generación de artistas de la que sos parte (parida a principios de los años 2000) sigue haciendo música al pie del cañón. ¿Qué te motiva para no mandar todo a la mierda?
-En dos o tres ocasiones intenté dejar la música y no pude hacerlo. Puedo vivir de otras cosas. Pero cuando me siento triste, es inevitable que me den ganas de agarrar la guitarra. Es lo que suelo hacer cuando quiero hablar sobre algo. Aparte de agarrar la guitarra, me di cuenta de que me gusta hacer discos, salir a tocar en vivo, compartir con gente, mirarnos a los ojos, y reírnos. Qué sé yo… En los 2010, compartí mucho con Marina Fages y Paula Maffía. De hecho, con Las Taradas canté de invitada un montón. Creo que algo se abrió y el público está más receptivo. Había unas mujeres y diversidades esperando voces que querían escuchar. Es público con otro tipo de sensibilidad.