El 6 de febrero de 1989, la crisis económica del gobierno de Raúl Alfonsín entró en una nueva etapa con una devaluación forzada por la corrida del dólar. Ese día comenzó el camino hacia la hiperinflación, que selló el destino del primer gobierno de la democracia renacida con la entrega anticipada del mando.

Una primavera invernal

El Plan Austral había comenzado a mostrar fisuras indisimulables desde mediados de 1987 y no era efectivo para contener una inflación creciente y con el Banco Central quemando reservas para evitar una estampida del dólar. La victoria de Carlos Menem en la interna peronista, en julio de 1988, alarmó al empresariado, que veía un salto al vacío en el discurso conservador-nacionalista del gobernador riojano. A fines de ese mes, el secretario de Hacienda, Mario Brodersohn, negoció un acuerdo para contener las variables económicas con el presidente de la Unión Industrial Argentina, Gilberto Montagna.

El 3 de agosto, en medio del frío invernal, se presentó lo que iba a ser conocido como Plan Primavera. El acuerdo con los empresarios iba a regir por 180 días: se permitirían subas graduales de precios del 1,5 por ciento en agosto y del 3,5 por ciento en septiembre, más una reducción del IVA del 18 al 15 por ciento. Los salarios subían un 25 por ciento en el sector público mientras el austral se devaluaba un 12 por ciento. El Fondo Monetario y el Banco Mundial saludaron las medidas y la Bolsa de Comercio tuvo un alza del 20 por ciento al día siguiente. El 12 de agosto, en Olivos, 150 representantes de la Unión Industrial y la Cámara Argentina de Comercio formalizaron su apoyo en un acto con Alfonsín

En los días previos, y para tener un colchón respecto de los aumentos autorizados del 5 por ciento para los dos meses siguientes, ya habían generado una suba de precios que desvirtuaban el programa. Desde el Ministerio de Economía, recordaría Juan Carlos Torre en Diario en una temporada en el quinto piso, le acercaron a Alfonsín un texto en el que, con dureza, se pedía dar marcha atrás con los aumentos. El Presidente optó por no leerlo.

En palabras de Pablo Gerchunoff en Raúl Alfonsín. El planisferio invertido, “el golpe inicial a la inflación no consistió ya en un congelamiento, sino en un acuerdo desindexatorio con las empresas líderes de la industria y el comercio, las que a cambio de su apoyo se beneficiaron con una reducción de impuestos”. 

En materia fiscal se aplicó un régimen cambiario a través del cual el Banco Central le compraba dólares a los exportadores de productos primarios a un tipo de cambio más bajo en el mercado oficial, para después vender a los importadores en un mercado financiero a un valor más alto. El Estado recaudaba con la diferencia. Esta medida mostró un gran error de timing por parte de Alfonsín y Sourrouille y daría paso, apenas 24 horas después del acto con los empresarios en Olivos, a una de las imágenes más potentes del gobierno alfonsinista y de toda la democracia: el discurso en la Rural en medio de abucheos.

Durante la campaña de 1987, el Presidente había prometido sacar las retenciones al trigo y al maíz. Cumplió y dijo que no se reimplantarían. La política diferencial en los tipos de cambio fue vista por el bloque agro-exportador como una forma encubierta de volver al esquema de retenciones. Para peor, la medida entró en vigencia cuando estaba por empezar la exposición de la Sociedad Rural Argentina en Palermo. El lluvioso sábado 13 de agosto, Alfonsín inauguró la muestra en medio de una rechifla descomunal. 

No se amilanó, no bajó la mirada e improvisó un discurso sin papeles. Fueron diez minutos en los que dijo que quienes lo silbaban “son los que muertos de miedo se han quedado en silencio cuando han venido acá a hablar en representación de la dictadura”, en una indisimulada alusión al vínculo de la Rural con la dictadura de 1976. También afirmó que era “una actitud fascista el no escuchar al orador” ; que quería terminar “con estos espectáculos que me avergüenzan, no como radical o como Raúl Alfonsín: como presidente de la Nación argentina”; recordó que estaba la promesa del dólar libre para el sector agropecuario, a cumplirse a fines de 1989; y resaltó que el sector industrial afrontaba mayores costos. “Esfuerzos hacemos todos”, recordó el Presidente.

Un mes más tarde, se complicó el frente sindical. La CGT rechazó el Plan Primavera y pidió medidas para frenar un costo de vida que, al momento de lanzarse el programa, había subido un 25 por ciento. El 9 de septiembre, la central obrera lanzó el 12º paro contra Alfonsín, que derivó en incidentes en Avenida de Mayo. Hubo heridos, gases y saqueos. La vidriera rota de la casa de ropa Modart fue el símbolo de la refriega. 72 horas más tarde, Saúl Ubaldini encabezó otro paro en repudio a la represión policial. Fue la última medida de fuerza contra el gobierno alfonsinista, que el 18 de octubre anunció la fecha de las elecciones: 14 de mayo de 1989.

Elecciones a la vista

Carlos Menem y Eduardo Angeloz ya eran los candidatos del peronismo y la UCR desde julio. El segundo se había impuesto con tranquilidad en la interna radical, pero la victoria de Menem fue un cimbronazo. Pocos apostaban a que un caudillo del interior venciera a un gobernador de la provincia de Buenos Aires que lideraba la oposición. Los radicales creían que Menem era un candidato más accesible de vencer que Cafiero. El empresariado veía con buenos ojos el programa de ajuste de Angeloz, pero el candidato tenía el lastre de representar a un oficialismo desgastado, y no había buenos augurios para un plan que implicaba mayor conflictividad con los sindicatos. 

Menem era una incógnita y el establishment se convirtió de que bajo el imperio del Estado de derecho, el programa podía aplicarse únicamente con un presidente que pusiera en caja a la CGT, o sea, un presidente peronista. La distancia entre la fecha de las elecciones y la entrega del mando, casi siete meses, era un mal presagio. El plazo contemplaba la reunión del Colegio Electoral, que quizás fuera trabada, pero antes que eso buscaba darle aire a la candidatura radical en el desbarranque de la economía, que sumó la crisis energética a fines de 1988.

Apenas había pasado el alzamiento carapintada de Villa Martelli en diciembre de 1988, cuando comenzaron los cortes de luz programados. Las central nuclear de Atucha salió de servicio y se incendió una línea que transportaba energía de El Chocón. El 27 de diciembre, dos bombas de la central hidroeléctrica de Embalse Río III quedaron sin capacidad operativa. A partir de allí se agravó la situación, al punto tal que se restringió la circulación del subte y los canales de TV acortaron la programación. Así empezó un caluroso 1989, cuyo primer mes dejó la imagen sangrienta del ataque del Movimiento Todos por la Patria al cuartel de La Tablada.

Camino a la hiper

El viernes 3 de febrero, en medio de la conmoción internacional por la caída de la dictadura más longeva del continente, la de Alfredo Stroessner en Paraguay, el ministro Sourrouille planteó a Alfonsín que habían llegado a un callejón sin salida en la política cambiaria. Los grandes jugadores se pasaban del austral al dólar y el cambio de cartera era perjudicial para el Banco Central, por el drenaje de reservas. La opción era frenar la sangría, al precio de una estampida del dólar. En los días previos, no hubo eco al reclamo argentino de más dinero de parte de la banca internacional, que reclamó que primero hubiera una renegociación con el Fondo. El lunes 6 se decretó feriado bancario y cambiario. El dólar estaba en 17 australes y saltó a 24, en un contexto de alta tasa de interés, que generaba una renta fenomenal en los plazos fijos.

El Plan Primavera agonizó en esas horas, en las que Adalbert Krieger Vasena, el ministro de Economía de Onganía hasta el Cordobazo de 1969, llamó a Mario Brodersohn y le comentó el lobby en contra de un diputado nacional. Krieger, según apuntó Torre en su libro, había presenciado una reunión en la embajada de Estados Unidos, en la que escuchó cómo el diputado contaba que había hablado con los bancos para que no le prestaran un solo dólar al gobierno de Alfonsín. El diputado representaba a Córdoba por el Partido Justicialista y como presidente del Banco Central había sido uno de los arietes de la estatización de la deuda privada en 1982. Domingo Cavallo sería canciller apenas cinco meses más tarde.

El dólar se volvió incontrolable en plena campaña electoral, lo cual minaba las posibilidades de Angeloz. El candidato radical salió a diferenciarse de la política económica de su gobierno y a fines de marzo Sourrouille presentó su renuncia. Lo reemplazó Juan Carlos Pugliese, presidente de la Cámara de Diputados, que había sido ministro de Economía hasta el golpe de 1966. 

De corazones y bolsillos

En la primera semana de abril, la única manera de controlar la suba del dólar era que las exportadoras liquidaran divisas. El 11 de abril, con el dólar a 50 australes, Pugliese se reunió con algunos nombres ilustres del empresariado local: Bunge & Born, Sevel, Arcor y Pérez Companc, entre otros, y les advirtió que, contrario a su estilo, se vería obligado a ceder a las presiones de la Juventud Radical en cuanto a denunciar a quienes operaban contra el austral si no había gestos de buena voluntad.

La carrera de los precios siguió imparable. El 14 de abril se declaró feriado cambiario y se anunció una suba de tarifas y combustibles. El feriado cambio se volvió a decretar el 28 de abril, con el dólar a 76 australes y una apuesta a la suba de la tasa de interés para estabilizar la situación. Pugliese se mantenía inflexible en cuanto a la posibilidad de intervenir en el mercado de cambios. De hecho, el establishment, que en esos días se benefició con la suba de las rentas de las exportaciones agropecuarias e industriales mientras millones de argentinos asistían a la depreciación imparable de la moneda, consiguió que a partir del 2 de mayo hubiera un tipo de cambio único. Eso sí: con retenciones del 20 por ciento para los ganadores de abril .

La política oficial irritó al ala más progresista del radicalismo, que a fines de abril filtró a la prensa el listado de exportadoras que, para marzo de 1989, habían liquidado el 90 por ciento del dinero en dólares en relación a marzo del año anterior. Entre otras, figuraban Bunge & Born, Arcor, Renault, Sancor, Cargill, Acindar y Aluar. La ganancia de los exportadores agropecuarios fue del 40 por ciento y las de los industriales alcanzó el 25 por ciento. En el mismo período, los alimentos aumentaron el 30 por ciento.

En semejante contexto, en la semana previa a las elecciones el dólar cruzó la barrera de los cien australes. Pugliese se iría a fines de mayo, con el dólar a 170 australes. Su relación con el empresariado al que le había pedido como gesto patriótico que no saliera a comprar dólares la graficó con melancolía tanguera: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”.

“No supimos, no quisimos, no pudimos”

Alfonsín habló ante el Congreso el 1º de mayo, en su última inauguración del período legislativo. Faltaban dos semanas para las elecciones. Admitió que “es cierto que en el campo económico hemos recogido una nación en crisis y que muy probablemente entreguemos al próximo gobierno una nación en crisis”, reconociendo que “no hemos conseguido superar la crisis económica”.

Ese día subrayó la cuestión del “posibilismo” de su gobierno, sintetizado en lo que no pudo, no quiso o no supo hacer: "Hubo cosas que no supimos hacer. A veces nos equivocamos en los cambios básicos que debíamos llevar a cabo. Por error de diagnóstico en algunas oportunidades, por falta de perseverancia en la aplicación de las políticas o por mal cálculo de los tiempos, en otras. (…) Hubo también cosas que no quisimos hacer: a veces postergamos, o simplemente no efectuamos, ajustes que un cálculo descarnado podría considerar beneficiosos (y que seguramente lo eran a largo plazo) pero que en lo inmediato acarreaban costos sociales y sacrificios imposibles de sobrellevar para sectores importantes de la sociedad. (…) Hubo, por último, cosas que no pudimos hacer. En primer lugar, por la presencia de obstáculos y dificultades objetivas. Factores externos, como lo fueron en su momento la caída de los precios de los productos agropecuarios o el manejo casi usurario de las tasas de interés desde los centros del poder económico internacional, así como algunas penurias internas, hicieron que iniciativas necesarias y positivas que proyectábamos llevar a cabo debieran ser demoradas o abandonadas. (…)"

Cuenta regresiva para Alfonsín

El 14 de mayo, Carlos Menem se convirtió en presidente de la Nación. El primer presidente de la nueva democracia entregó la banda y el bastón el 8 de julio de 1989, cinco meses y dos días antes de lo previsto. La inflación de febrero, al comenzar la escalada, había sido del 9,6 por ciento. En marzo llegó al 17. Abril casi que duplicó el mes anterior: 33,4. En mayo fue del 78,5 y en junio escaló al 114,5. En julio, al concretarse el cambio de gobierno, la inflación mensual fue del 196,6 por ciento.

Al recordar los meses de la hiperinflación de 1989, con remarcaciones de precios a toda hora y la salida a empellones de Alfonsín, en el imaginario colectivo prevalece, como causa directa de la renuncia, los saqueos. Esto obtura el debate sobre el comportamiento de los grupos concentrados que se dolarizaron en los meses previos y que, en algunos casos, no hicieron la liquidación de divisas que hubiera oxigenado las arcas del Banco Central.

El descontrol final del alfonsinismo dejó a su líder con una mala imagen de administrador en materia económica, sin tener en cuenta la magnitud de la crisis heredada tras la dictadura. Lo cual no invalida la crítica a la impericia del gobierno radical, que había convalidado la deuda estatizada de los grupos económicos y, en sus meses finales, no se animó a plantear de manera abierta la conducta del establishment en la desestabilización