La virtualización de la vida social a nivel global es de tal magnitud que afirmamos la emergencia de una mutación antropológica, imponiéndose la realidad virtual como nueva hegemonía cultural. En poco más de tres décadas, los ordenadores personales, smartphones y otros dispositivos digitales se han vuelto imprescindibles. Se impusieron los programas y las aplicaciones al punto de que no se puede prescindir de Google, Facebook, YouTube, Twitter o Tinder.
El impacto de estas tecnologías ha derrumbado los paradigmas de la sociedad del siglo XX, que hoy resultan muy viejos. Captar la dinámica de las redes sociales nos permitirá comprender mejor las nuevas subjetividades, sus reglas de juego y la presentación clínica de muchos pacientes en este nuevo mundo que acontece.
En los últimos años, gracias a la pandemia del coronavirus, se precipitó la revolución tecnológica comandada por las empresas cibernéticas y se impuso la virtualización de la vida: home-office, educación, consultas médicas y psicológicas virtuales, etc. El mundo devino “burbuja”: a partir de la virtualización de la vida se fue configurando y solidificando un auge de los grupos identitarios (burbujas).
Una verdadera mutación perceptiva modifica la sensibilidad de las experiencias personales y colectivas, produciendo profundas variaciones psíquicas. El cambio cultural que atraviesa la civilización ha modificado nuestra concepción de la realidad y el modo de relacionarnos con ella.
Las burbujas toman la forma de un hábitat personal, de tribus donde se aportan datos, gustos y experiencias laborales, a partir de compartir comentarios, fotos, películas, etc. Los grupos de Facebook, Instagram y Twitter implican a la vez pertenencias y referencias que reproducen y solidifican identificaciones.
Las redes “sociales” --más bien espejismos del yo o individualismos de masas-- resultan el lugar donde se confirman prejuicios y se hallan todas las respuestas, sin que importe si la información es verdadera o falsa. Los individuos encuentran en la web un nuevo territorio donde navegar, un lugar en el cual “estar” y a la vez “ser”, porque el mundo cibernético aporta y refuerza identificaciones.
Opera en ese espacio una dialéctica que no discrimina entre el estar y el ser, sino que los solidifica, aportando alienación entre el lugar de enunciación, desde donde se habla, y el yo soy de la identificación, que eclipsa o borra cualquier antagonismo social de clase o raza.
El individuo del grupo identificado al ideal sin mediación del lazo social entra en una cárcel que deja al yo amarrado a lo igual, clausurando al sujeto singular. La clausura identitaria eclipsa la singularidad, la diferencia, convirtiendo al sujeto de la falta en un individuo identificado.
Esta operación de clausura identitaria tiene la capacidad de homogeneizar, generando comunidades de goce administradas por el mercado. Se goza del espejismo hipnótico de una identidad consistente, sin fisuras, que está más allá de toda dimensión histórica o política. Las fuertes identificaciones ocultan tanto la división del sujeto como los antagonismos que constituyen lo social.
Una cultura que se presenta como un campo minado de tecnología digital, produce individuos identificados al operador y a sus características: inmediatez, eficiencia, simultaneidad y fenómenos de multitasking --capacidad de realizar dos o más tareas de forma simultánea y efectiva--, lo que implica, por una parte, mayor velocidad, y por la otra, más superficialidad y pensamiento binario al modo del algoritmo. Las redes construyen un sistema de pensamiento binario, aumentado exponencialmente los componentes emotivos en la comunicación y debilitando la racionalidad.
Los videojuegos permiten vivir experiencias, disfrutar de actividades, mientras los individuos se sumergen en un estado hipnótico, sintiéndose héroes individuales y meritocráticos que tienen el valor de enfrentar los conflictos que se presentan en el espacio virtual -peligros, lucha, enigmas, laberintos, etc. Vemos emerger en esta subjetividad una nueva omnipotencia del yo: individuos que operan en un tiempo veloz, midiendo constantemente su rendimiento, sin arriesgar nada ni tener que poner el cuerpo.
En resumen, la vida transcurre entre las redes y las aplicaciones, llegando la virtualidad a calar tan profundamente en lo social, que gran parte de la subjetividad cuestiona al mundo “real” si contradice al virtual. La realidad virtual devino en una nueva hegemonía.
Las revoluciones culturales suscitan rechazos o resistencias porque implican duelos en el sistema de creencias y reorganización de las coordenadas ideológicas o fantasmáticas con las que interpretamos los acontecimientos del mundo.
No fue fácil aceptar la categoría “realidad psíquica”, descubierta por Freud, que no es empírica, sino que conforma una escena de representación que construye la realidad. La realidad que descubrió el psicoanalista vienés no es de transparencia, negación, frente a una supuesta ontología previa o dato empírico, objetivo separado de la interpretación singular.
En relación a la realidad virtual que acontece, ¿estamos ante un fenómeno de negacionismo social generalizado respecto de la supuesta realidad “real”, o con la cibernética emergió una nueva realidad --la virtual-- que se impone como hegemónica? Todo indica que debemos comenzar a hacer duelos y pensar la época con otras categorías.
Nora Merlin es psicoanalista.