Si el lector de la nueva novela de Daniel Tevini (Buenos Aires, 1962) es un señor gay o una señora de la mediana edad (etapa que, afortunadamente, se extiende cada vez más) es imposible no sentirse identificado, incluso con vergüenza, con algunos de los personajes de Queen Cleopatra.
Aunque está narrada desde el punto de vista de Tobar, un bibliotecario que decide gastarse los ahorros en un tour a Egipto, en diciembre de 1983, su protagonismo deja espacio para que los demás personajes respiren: dos hermanas cordobesas ya jubiladas, marido y mujer con apellidos de folkloristas, una etérea psicoanalista de Barrio Norte, la exdirectora de una escuela y un joven sabelotodo con el que Tobar compite desde el primer minuto. “Finalmente, un último viajero captaba la atención de todos: se trataba de David, el enano. Rubio, con un flequillo y una cara un poco infantil, se ganó de inmediato la simpatía del resto”, detalla el narrador, que durante la travesía reparte su interés entre ruinas, pirámides y colosos mitológicos, y usos y costumbres de los pasajeros.
La comitiva argentina (que la señorita Perla describe como los “Campanelli de vacaciones”) exhibe sus peculiaridades en desayunadores de hoteles, tiendas de regalos, templos y a bordo del primer piso del Queen Cleopatra, “el más económico” (en el segundo, donde viajan “americanos”, Tobar detecta, con ojo de loca, una pareja formada por un profesor maduro y un joven estudiante). “El Nilo, con su calma fortuita, parecía estar despertando en él una oleada febril; debía distraerse”, apunta sobre las fantasías del protagonista que oscila entre la imaginación pornográfica y una castración de etiqueta. “Otra vez tenía que jugarla al puto correcto, pensó Tobar, ¿por qué eso lo enfurecía tanto?”.
Entre dosis de humor, asociaciones inesperadas y escenas a lo Bollywood, Queen Cleopatra también empuja a Tobar al borde de un deseo “ridículo, imposible” (para él), al experimentar un arrebato por Dora Plipkin, la psicoanalista-esfinge que toma baños de luna en cubierta. “Una bandada de ibis cruzó solemne sobre sus cabezas. Las cigarras faraón se llamaban unas a otras, desde los juncos. Isis reinaba en la noche y parecía querer ampararlos con su manto empapado de estrellas”, registra, también embelesado, el narrador. Como una cosa no quita la otra, Tobar disfrutará de un clímax erótico con un inesperado amante que le pide “palabritas sucias” mientras lo penetra.
“La novela nació en medio de la pandemia –dice Tevini–. Fue a su manera una reacción al encierro, al confinamiento. La motivación para escribirla en un principio podía parecer casi obvia: ya que no podemos viajar, ni desplazarnos, escribamos sobre un viaje, una narración que navegue. Después me di cuenta de que había otros motivos más ocultos. El hecho de que ese viaje fuera a Egipto no era azaroso, emprender una travesía hacia una cultura que había hecho un verdadero culto sobre la muerte se conectaba bastante con el presente que estábamos viviendo. Contaba además con materiales autobiográficos porque yo mismo había hecho un viaje treinta años atrás y algunas de las anécdotas que relato se emparentan con esas vivencias”.
Es la cuarta novela del autor y la primera del sello El Fatalista. “Me gusta escribir sobre personajes un poco odiosos, un poco molestos, un poco ridículos –revela–. Cuando crecen en medio de la narración, se van volviendo más humanos, y hacen que uno acabe identificándose con ellos y poniendo en tela de juicio los preconceptos con que los encaramos en la lectura; eso les otorga complejidad. Como nos ocurre en la vida, ellos también son a pesar de sí mismos. En relación con los personajes gays, siento que, a diferencia de otras escrituras que buscan usarlos como vehículos para ejemplificar algo que sería propio de la ‘cuestión gay’, es necesario que se mezclen con la vida misma, para que la ‘cuestión gay’ termine siendo en definitiva algo tan común y cotidiano como comer un pan o echarse a dormir una siesta”.