El gobierno de Javier Milei inició su mandato con un tradicional combo ortodoxo, acompañado de algunas particularidades. La fuerte suba del dólar, las tarifas y las naftas, impulsando una brusca caída real del gasto público y los salarios, son el aspecto habitual de los programas ortodoxos. La suba del dólar busca recomponer competitividad cambiaria estimulando la liquidación de exportaciones. A su vez, la suba del dólar, las tarifas y las naftas, acelera la inflación, provocando una licuación del gasto público y los salarios. La consecuente depresión de la demanda interna, contrae la producción y deprime las importaciones, facilitando la recuperación del superávit comercial y las reservas internacionales.

A ese paquete de medidas se le agregó el poco ortodoxo mantenimiento del cepo cambiario. Es que la imposibilidad de tomar más deuda tras la sobredosis de endeudamiento de la gestión Macri, tornó difícil abrir el mercado cambiario con los limitados dólares provenientes del resultado comercial. El temor a una escalada sin límites en el dólar oficial abogó por mantener el cepo, junto a la emisión de deuda en dólares para importadores a cambio de que retrasen los pagos al exterior. 

Otra política poco ortodoxa fue la reducción de las tasas nominales de interés en pleno salto inflacionario. La razón detrás de tan poco habitual medida, es el objetivo de licuar los ahorros en pesos de los argentinos para facilitar una futura dolarización.

Este programa de transición busca empalmar con la liquidación de la cosecha a partir del segundo trimestre del año. Para ese momento, la devaluación de diciembre ya estaría carcomida por el posterior aumento de precios, por lo que queda en duda si los exportadores liquidarán sus ventas o si presionaran por un nuevo salto cambiario, con el costo de una nueva aceleración de la inflación. 

A más largo plazo, las usinas libertarias especulan con un triunfo de Trump que habilite algún crédito para lanzar la dolarización a comienzos de 2025. Lograr cumplir con la principal promesa de campaña y resolver así el problema inflacionario – al menos momentáneamente-, es la principal posibilidad de lograr el respaldo social necesario para un éxito político en las próximas elecciones de medio término.

Aún sin entrar en los inconvenientes y limitaciones del programa oficialista, cabe preguntarse si la sociedad argentina puede soportar el deterioro de sus condiciones de vida implícitos en la transición hacia una posible dolarización.

Aún si los planetas se alinean y el oficialismo consiguiera los fondos suficientes para ensayar una dolarización en 2025, ¿la sociedad argentina puede soportar un 2024 de brusco deterioro de la producción, el empleo y los ingresos en un marco de aceleración inflacionaria y elevada incertidumbre cambiaria? 

Ese límite social al programa libertario se tornará más evidente a medida que la licencia social de que goza todo nuevo gobierno se diluya. La calle puede transformarse en un obstáculo aún mayor que la incapacidad de articular consensos en el poder legislativo.

@AndresAsiain