El dark de las fábricas

El fotógrafo británico Brian Griffin creció en The Black Country, una suerte de conurbano fabril al noroeste de Birmingham, un “país negro” que debía su nombre al humo de las miles de fábricas y fundiciones y para trabajar el hierro desde el siglo XIX con hornos gigantes alimentados a carbón. En alguna entrevista reconoció que el aire oscuro y post punk de su fotografía no sólo tenía que ver con que a mitad de los setenta ya estaba con su cámara metido en el corazón de Londres sino, sobre todo, con su origen. Griffin falleció a los 75 años en Inglaterra. Fue artífice del arte de tapa de los primeros cinco discos de Depeche Mode y de otras bandas y artistas como Elvis Costello, Echo & the Bunnymen o Siouxie and the Banshees. Sus retratos de músicos como Ringo Starr, Iggy Pop y Peter Gabriel llevaron al periódico The Guardian a nombrarlo fotógrafo de la década, en 1989. Pero no se trata sólo de nombres sino de la creatividad que le imprimió a su trabajo. A principios de los ochenta, se inspiró en el realismo social ruso y en su propia investigación sobre las condiciones laborales industriales para ayudar a formar a la estética de Depeche Mode. También le interesaba el cine de Fritz Lang y adoraba inventar atmósferas un tanto apocalípticas usando elementos simples como luces o papeles que convertía en paisajes inquietantes y desolados. De hecho, hay quien asegura que fue fundador de un estilo denominado “capitalismo realista”. Además del fotoperiodismo y las foto artísticas, también se dedicó a la publicidad. Una y otra vez volvía a las citas de The Black Country, el mismo lugar donde su padre moriría de un cáncer de garganta causado por el humo de las fábricas. “Yo mismo empecé trabajando en una de esas fábricas y luego me fui a estudiar fotografía a Manchester y me hice free lance", comento en una entrevista con Pitchfork. "Digamos que para los muchachos de mi zona, ser fotógrafo no era algo muy glamoroso”.

Todo por un acorde

En 1987, John Cage escribió la composición de ocho páginas Organ²/ASLSP (As Slow as Possible). The John Cage Organ Art Project Halberstadt recogió el guante en 2001 y no se espera que termine hasta 2640. Sin embargo, multitudes expectantes se reunieron el lunes pasado alrededor del órgano mecánico construido expresamente en la iglesia Burchardi en Halberstadt, Alemania, donde se lleva a cabo la ejecución del proyecto de Cage. Y es que allí ocurrió un suceso muy singular: escucharon un cambio de acordes de la canción por primera vez en dos años. Este momento monumental fue posible gracias a los voluntarios que mantienen viva la partitura e insertaron un nuevo tubo en el órgano. Los ansiosos espectadores habían comprado sus entradas para la ocasión con años de antelación, y los asientos de primera fila se vendían por hasta 215 dólares cada uno. Quienes se quedaron sin lugar esta vez tendrán que esperar más de dos años para el próximo cambio de acordes, programado para el 5 de agosto de 2026. Cualquiera que tenga mucha fe en puede incluso comprar un “Final Ticket”, reservando un asiento para ver el final del espectáculo el 4 de septiembre de 2640 (si es necesario, esos boletos son transferibles). Aunque Cage especificó que la composición debía reproducirse lo más lentamente posible, nunca especificó un período de tiempo deseado. Así que organizadores del proyecto Halberstadt intentan decodificar ese silencio abierto por Cage, un maestro de las aporías y los acertijos lúdicos.

Hot pant

Cuando Jacqueline Durran estaba confeccionando el vestuario para la película de Barbie primero diseñó todos los trajes de ella y luego “colocó a Ken”. Él es, dice la diseñadora de vestuario británica nominada al Oscar, “el accesorio de lo que ella lleva puesto”. La idea de un Ken que sólo existe por y para Barbie divirtió mucho al equipo, según contó Durran. También a Ryan Gosling, que se prestó a la idea a través de outfits que “combinaban” con una Barbie que no estaba interesada en ser sexy para ese novio muñeco que tenía al lado sino para las chicas que jugaban con ella. Cuando, en la segunda parte de la película, el patriarcado se filtra en Barbieland, los atuendos de Ken comienzan a inspirarse en “imágenes icónicas de la masculinidad”, incluida una de Sylvester Stallone con un abrigo de piel (en estas pampas, Diego Maradona también hizo lo suyo). La vestuarista –que es super prestigiosa en la industria por su participación en películas de época– comentó que ella no puede atribuirse todo el mérito: “A Ryan le encanta la ropa”, dice. “Hacíamos muchas pruebas de vestuario donde él dejó su marca. Por ejemplo, la ropa interior de Ken, basada en el diseño icónico de Calvin Klein. Una de las mejores cosas de la película son los pantalones Ken y esa fue idea de Ryan”. De hecho, al final de la filmación, Gosling le preguntó a Durran si se podía quedar esos calzoncitos tan pop como asexuados combinados con casacas ídem. La respuesta, obviamente, fue afirmativa.

El culto del expreso

En negocios de segunda mano, en ferias de garaje, en casas de amigos, en fábricas a punto de cerrar. El fotógrafo belga David Bergé visitó todos esos lugares para comprar u obtener cafeteras italianas, las Moka Express, ya que le fascinan. No sólo por su forma ergonómica y estética (alabada por artistas y diseñadores, exhibida incluso en el MoMA), no sólo por su practicidad y su reinado desde la década del cincuenta en cocinas de todo el mundo sino, además, por la historia que tienen detrás. En esa historia, como un chorro burbujeante que emerge de lo impensado, aparece Renatto Bialetti. Fue él quien convirtió el diseño de su padre en una empresa familiar millonaria y perdurable. Con testimonios de los Bialetti y de antiguos trabajadores de la fábrica, Bergé armó el flamante libro Bialetti: A Catalog, que se consigue en Amazon a 35 dólares. Allí hay más de setenta fotografías de las cafeteras: no son todas, Bialetti nunca conservó nada parecido a lo que afirma el título del un libro que, además, proporciona información sobre el proceso de producción de esta auténtica pieza de ingeniería. En los años 20, en el norte de Italia, los hermanos Camillo, Cezaro y Alfonso Bialetti producían en sus talleres electrodomésticos de aluminio. Hasta que Alfonso creó en 1931 su prototipo de cafetera para cocina, solo era posible tomar un expreso en las cafeterías italianas, gracias a sus grandes máquinas de café expreso. Bialetti, según se cuenta, estaba fascinado con una especie de lavadora que usaban las mujeres de su pueblo natal. El sistema era sencillo: se calentaba el agua y cuando empezaba a hervir, subía por un tubo y se derramaba, mezclada con jabón, sobre la ropa. Este mismo principio lo trasladó a su cafetera. Así logró revolucionar la forma de preparar expreso. Desde ese momento, cualquiera pudo hacerlo en su casa. Renato Bialetti, hijo de Alfonso, industrializó la producción a principios de los años cincuenta y vendió aproximadamente 300 millones de cafeteras. Además se adelantaba permanentemente a sus competidores, produciendo clones de sus productos y ocupando así todo el mercado. Quizás por el apuro, no consideró necesario mantener registros, prototipos ni archivos. Sin embargo, cuando falleció en 2016, en Suiza, Bialetti dejó escrita su última voluntad. Por eso sus cenizas descansan en una cafetera moka de tamaño grande, apta para 24 tazas de café. “Cada mañana, cuando usamos este objeto con forma de reloj de arena y fluye café color ébano, estamos lejos de imaginar que en verdad sostenemos un objeto de culto”, afirma Bergé.